ABC (Sevilla)

La muerte del toro

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

LA muerte de un toro en la plaza es el sentido original y último de un verbo sagrado, y la santificac­ión del toro como astro, que en su muerte nos asiste para formar parte de su universali­dad. El toro bravo es un astro que muere para no morir, pues en su muerte misma se resucita, no como carne, sino como verbo.

Su existencia viene a ser similar al ritual de las tragedias amorosas que precisamen­te son recordadas no por su final feliz, sino por lo que se pierde en su tragedia misma y en su no poder ser, por su imposible, por ese dramático devenir, el mismo que lo dota de un doloroso goce, que es el goce de los místicos, que aman sin amar, y no por ello, por no haber probado la lujuria de la carne, dejan de saber amar, sino que más allá, son amor en su más fértil esencia, pues rechazan la carne por exceso de espíritu. Por eso el toro posee mucho de místico, de esos escritos de Santa Teresa o San Juan de la Cruz, pues en su inocencia reside su pecado mismo.

El toro en sí, es un pecado sin culpa, pues no sabe que peca, sólo obedece a su instinto primitivo de ser, el de embestir y demostrar su poderosa condición de superiorid­ad, de aquel que no teme entregarse al abismo de lo incierto. El toro, en su ser y no ser, es arrogante, orgulloso, avaricioso, perezoso… pero nada de esto le importa ni le incumbe. En su universo no existen las tablas de Moisés, sino el salvajismo primario de su libertad sacra.

Por todo ello, el toro lucha en el campo y en la plaza, y en su batalla encuentra su sacrificio, y en su sacrificio un final que ni es tortuoso ni malicioso, sino el hallazgo a ese verbo, a su embrión. Muere para seguir viviendo, como cauce natural del correr del río, que es agua que corre y se precipita inexorable­mente a la muerte en el mar, y lo hace plácidamen­te, pues aún en su trágico devenir, se salva como héroe que no sabe que lo es, al igual que los astros y las estrellas no se preocupan de brillar, sino que simplement­e… brillan. El toro no sabe ser otra cosa que eso mismo… toro; ya sea bravo o manso, el toro jamás se traiciona, y en su no traicionar­se se traga la muerte, su muerte misma, ya con la espada entre sus carnes, ungido en su ser que no teme morir, sino seguir viviendo sin su muerte.

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