ABC (Sevilla)

Amor inútil

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Doñana no se atreve a quedarse dormida por miedo a que la violenten más

CUANDO miro el campo de Agramante en que están convirtien­do Doñana entre unos y otros, recuerdo un poema en prosa del genio de Moguer. Juan Ramón lo titula ‘Balada del amor inútil’, y hay que reconocer la valentía del poeta para contar algo que, con toda seguridad, vivió y que a muchos nos recuerda parecidos pasajes tristes: «Me empeñé en verla desnuda, en rejistrarl­a toda, exaltado de una sensualida­d torpe, brutal e inflexible. Ella, que sabía bien lo poco que valía, lo poco que me gustaba, huía hacia los rincones de sombra, y yo la llevaba frente a la luz, la ponía en el mismo sol de invierno…»

¿Por qué me acordaba de este poema cuando leía el magreo, el manoseo de unos y de otros a Doñana, a la que sentía como a una muchacha salvaje e indefensa a la que tratan de romperle su paz de siempre, su vida libre –con todas sus dificultad­es–, de arrebatarl­a de las manos que, aunque con rudeza, supieron cuidarla como nadie? Doñana, cansada, parece que se abandonó a la suerte de sus manoseador­es. Y seguía recordando el poema de Juan Ramón: «…Al fin, se dejó hacer cuanto quise. Su carne morena, sus pechos pequeños, caídos, sus muslos un poco más pálidos que lo demás… Cuando todo el secreto del amor, iluminado y pobre, estuvo entre mis manos, se tapó la cara con las suyas, llorando de vergüenza. El placer fue rápido. Yo sabía bien que aquello iba a tener un fin brusco, de hastío, y así fue. Y ella, que lo comprendió bien, que había visto la rapidez de mi botín, sabiendo que la victoria había sido poco codiciable, surjió ante mí, pálida, con una sonrisa de amargura en la boca malva, con la conciencia plena de haberlo dado todo inútilment­e…» Más o menos, así veo Doñana, así la veo desde que las manos del poder político fueron arrebatánd­ola de las manos primitivas, de las manos nativas que sabían cómo tratarla, aunque no emplearan para el buen trato gestos llenos de dulzores postizos y garambaina­s. Furtivos, carboneros, domadores de eneas y de caballos salvajes, gente dura que sabe cuidar del paraíso sin adornarlo con florecitas. Pero gente que no magreaba por magrear, que no desnudaba por desnudar, y que, con toda su rudeza, sabían querer con todo el corazón y con toda la fuerza de su sangre. Mucho ir a Doñana a disfrutarl­a como palacio de vacaciones, mucho paseo y muchas fotos, y mucho canto vacío, pero la verdad de Doñana no se atreve a quedarse dormida por miedo a que la violenten más. Campo de Agramante, aquella paz salvaje y silvestre cerca del Atlántico. No me extrañaría si algún día Doñana hablara con la voz final del poema en prosa de aquella muchacha magreada sin ternura por el poeta de Moguer: «¿Para qué has hecho todo lo que has hecho? ¿Para que nada te haya gustado?»

garciabarb­eitoantoni­o@gmail.com

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