ABC (Sevilla)

Se alumbra Sevilla tras quedarse a oscuras

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Qfalle la luz unas horas antes del alumbrado es una suprema ironía, o una zancadilla a la fiesta. Quedó casi como un guiño a los tiempos de zozobra que resolvió Endesa en una hora y treinta minutos, pero así sucedió: media feria cenó a la luz de las velas antes de que se encendiera la portada. Sustos y cera que dejan unas imágenes insólitas: rebujitos tenues, gente pidiendo explicacio­nes con urgencia y la casa del terror en pleno Pepe Luis Vázquez, no en la calle de Infierno. La bienvenida más insospecha­da para la más especial de las noches que truncó el pescaíto de muchos.

Quienes hace no demasiado hablaban de la vieja feria, aquella que tenía lugar en El Prado, ya no van a la nueva. Pasa la vida, como escribió Romero San Juan. Y no has notado que has vivido cuando el emplazamie­nto de Los Remedios, para unos de pronto y para la mayoría desde siempre, ha cumplido cincuenta años. Justo ayer, al prenderse tras el percance inicial. Entre voces, trizas de papel y farolillos repuestos, efluvios de adobo y ganas en conserva. Una feria sin dudas como punto de partida. Para festejar motivos dispares: un encuentro, un mantón, una estación. Con la mascarilla en el olvido y una tierra ansiosa por recoger la túnica de la tintorería para dejar el traje. La saeta enmudecida ante el rasgueo de una guitarra que es promesa y abrazo. Otra vez. Siempre de nuevo. Sencillame­nte y dos semanas después, ha empezado la Feria de Abril, peregrinac­ión de quienes celebran a pesar de las altas temperatur­as que se prevén.

Un clásico

Una frase atribuida a Rafael Gómez El Gallo enseña que «lo clásico es aquello que no se puede mejorar». Por ello la portada que ha diseñado el arquitecto Gregorio Esteban invita al piropo sin pasar por el riesgo. Es regionalis­ta, pero al irradiar evidenció todo su clasicismo popular. Que eso es, en esencia, la definición de la feria: populosa tradición. Algo también muy propio de Sevilla es su desavenenc­ia ante tales asuntos, por eso no hay portada, pregón ni cartel del gusto de todos. Así, tras los primeros compases de las luces, fueron llegando, por lo bajini, aquellos a los que este año, en fin, la portada, pues eso…, que ni fú ni fá, ¿no? Esto se comenta ya con los dedos manchados de aceite, un pin de la misma en la chaqueta y un puñado de servilleta­s que no empapan encima de la mesa.

Ese punto de referencia es un elemento perecedero. Las opiniones que suscita, sin embargo, son endémicas. Diría que mucho más de nosotros que cualquier otra cosa. Se desatan en la noche del pescaito y conforman parte del patrimonio, como los despistado­s que olvidaron su corbata, los que se recogieron demasiado tarde y quienes, aun avisando de que no se recrearían, vieron apagarse las bombillas en pro de la luz natural. ¿No es la feria la medida justa del exceso?

Las calles se poblaron con timidez. Un principio de normalidad impostada tardó unas horas en quebrarse: «Este tiene todavía la movilidad del cirineo de San Isidoro», le ha dicho un padre al hijo frente a los amigos del chaval, para educar así en el arte de responder. La pandillita anda tensamente trajeada, como figuras policromad­as. Es un ejemplo perfecto de lo que ocurre en el resto del Real la noche en la que todos nos estamos orientando. «Hacerse el cuerpo a la feria», decía Pemán, que asegu

La medida justa del exceso La feria en Los Remedios cumplió 50 años. Más que la mayoría, pero poco para una ciudad que mide el tiempo en primaveras dese hace más de siglo y medio

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