ABC (Sevilla)

El Prado, el origen de una feria que ya es internacio­nal

- MERCEDES BENÍTEZ SEVILLA

abía pocas casetas. Era más pequeña, más íntima y no tenía mucho que ver con el formato actual. Lo cuenta Eugenia, sevillana de 85 años que conoció la Feria del Prado, el lugar donde se montaba la fiesta hasta hace cincuenta años, cuando se trasladó a Los Remedios buscando una ubicación mayor.

Es una de las caracterís­ticas en que coinciden los que conocieron aquel real, ubicado donde ahora están los jardines y cuya portada se instalaba en el cruce de la calle Menéndez Pelayo. La pasarela que comunicaba la calle San Fernando con el Prado de San Sebastián, una construcci­ón, inspirada en la torre Eiffel e inaugurada en 1896, sería precursora de las portadas iluminadas de la Feria de Sevilla tal y como actualment­e la conocemos, una megaconstr­ucción de 40 metros de altura y 25.000 bombillas.

La Feria del Prado apenas se parece a la de Los Remedios. Ni en tamaño, ni en formato, ni en infraestru­cturas o costumbres. Cuando se produjo el traslado en el 1973 eran poco más de 600 las casetas, hoy son 1.057. Las calles no tenían nombre de toreros sino que llevaban los de las vías originales.

El horario era otro. Se iba a la Feria a las 12, una hora en la que actualment­e no hay más que trabajador­es en el real, ya que el paseo de caballos no suele empezar antes de las tres o las cuatro. Y las casetas eran distintas. No tenían electricid­ad y, por tanto, tampoco había neveras donde enfriar las bebidas. Pasaba el «carro de la nieve», que era como se denominaba el hielo con el que se enfriaban los refrescos.

En aquellas ferias del Prado obviamente no había tiradores de cerveza

Hsino que se bebía, sobre todo, manzanilla, que se servía de garrafa o de barril. Y, si acaso, también había botellines o ‘Mirinda’ para los niños. ¿Y de comer? En el interior había papelones de jamón, queso y otras chacinas ya que tampoco había cocina con platos del gourmet, como ocurre ahora en algunas. Si acaso algunos llevaban fiambreras con viandas. Y los que no tenían caseta se quedaban en las buñoleras de la avenida Carlos V, una especie de tabernas o bares de los Jardines de Murillo o el Parque de María Luisa, donde algunas familias llevaban la comida, algo que no gustaba a todos porque muchas veces el parque se convertía en un merendero.

Con tan poca infraestru­ctura obviamente no existía la cena del pescaíto, que surgió en Los Remedios como un fenómeno espontáneo. Los socios de las casetas se pasaban el fin de semana previo a la fiesta montándola y cuando acababan pedían un cartucho de pescado frito a alguna freiduría sevillana y se lo tomaban para celebrar que habían terminado la ornamentac­ión. Esa costumbre se fue extendiend­o e instaurand­o como la cena del pescaíto, sin la que hoy no se concibe el inicio de la fiesta antes del alumbrado, pistoletaz­o de salida oficial.

Tampoco había alcantaril­lado en aquellas casetas. Se incrustaba un bidón en un agujero y aquello era la fosa séptica que servía de inodoro. Sólo las grandes casetas, como las de los clubes tenían verdaderos cuartos de baño.

¿Y la música? No había grupos cantando. Ni equipos de música. Algunos recuerdan un pianillo con música de sevillanas y el cante y el baile de alguna gitana con palmas al compás en un tablao de madera. Nada que ver con los DJ de ahora. En cuanto al adorno interior de las casetas, no era tan elaborado. El origen del modelo actual, con la pañoleta, hoy convertida en icono de la Feria, se atribuye al pintor Gustavo Bacarisas en el año 1919. En la Feria llegó a haber hasta casetas de

Cincuenta años después de su traslado, la Feria se parece muy poco a la original. Era una fiesta más íntima, con otros horarios, con la mitad de casetas y sin baños o frigorífic­o. Una feria de la que ya sólo queda la esencia

Otras costumbres En las casetas se bebía manzanilla y se comía queso o jamón porque no había frigorífic­o ni cocina

Más pequeña Sin alcantaril­lado, el baño era una fosa séptica; Era una feria «más íntima, con arte y poco dinero»

dos plantas o alguna con una plaza de toros instalada dentro. La fiesta tampoco era tan larga. En sus orígenes en 1847 duraba tres días. Luego se fue alargando. En 1913 el Ayuntamien­to la amplió a cuatro días. En 1952, seis y ahora dura una semana. ¿Por que se dice el real? Porque era el precio, (25 céntimos de las antiguas pesetas) que cobraban los coches de caballos por el paseo por la Feria. «A real la Feria», proclamaba­n. Y se quedó el nombre del recinto ferial más conocido de España.

«La del Prado era más íntima. Había mucho arte y muy poco dinero», dice Rafael Carretero, que fue durante 37 años director técnico de Fiestas Mayores y responsabl­e de su montaje. «Ahora han cambiado las cosas, todo el mundo quiere venir a la Feria

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