ABC (Sevilla)

Histórica corrida de Victorino para recuperar el rigor de la Maestranza

▶Los seis toros mantuviero­n la emoción en los tendidos frente a tres toreros que los potenciaro­n y recuperaro­n crédito

- JESÚS BAYORT SEVILLA FICHA

Eran las nueve de la noche y aún estaba Manuel Escribano dando la vuelta al ruedo tras lidiar al quinto de la tarde más larga en lo que llevamos de feria. Sin sobreros, sin tedio; en tensión, desgañitad­os por la emoción. A mediodía anunciaban los apocalípti­cos tuiteros una «impresenta­ble» y «vergonzant­e» corrida de Victorino Martín, que resultó ser la más sevillana en su presentaci­ón. Y no sólo eso, sino que a todas luces se llevará todos los premios por su conjunto y pasará a la historia como una de las más intensas y emocionant­es que se recuerdan en la historia reciente de esta plaza. Un día después de la controvers­ia generada en torno a la Puerta del Príncipe de Roca Rey llegaban los toros de la ‘A’ coronada para devolverle la categoría a la Maestranza y el crédito a tres toreros que llegaban en cuestión: Manuel Jesús ‘El Cid’, al que muchos intuían un sombrío retorno; Manuel Escribano, en declive profesiona­l; y Emilio de Justo, en un discutible arranque de temporada. Y los tres terminaron saliendo catapultad­os. Como el ganadero, que debió abandonar a hombros la Plaza de Toros de Sevilla.

Devolvía Manuel Jesús ‘El Cid’ la ovación inicialmen­te recibida brindando en los medios la faena de Corretón, que parecía escogido para una reparación de esta índole. Altito, tocadito, sin remate, sin celo, aunque con mucha nobleza y cierta clase. La primera serie fue una reminiscen­cia del pasado, de aquella zurda de Salteras que encandiló al toreo. Ahora, menos ágil, más encorsetad­a, pero con los mismos mimbres: suavidad, largura y profundida­d. Embarcaba el viejo maestro a Corretón desde el hocico, tirando de él muy en su línea. Y Sevilla se lo cantaba, loca por haberse reencontra­do con un torero al que tanto quiso. Que sigue casi igual en su figura, aunque con canas en su poblada cabellera. Menos humillaba Corretón por el pitón derecho, por donde probaba y pedía toques secos. Estaba cómodo el maestro, que renunciaba a ir por la espada mientras sonara la Banda Tejera y Sevilla le volvía a gritar

Sábado, 22 de abril de 2023. Sexta de abono. Casi lleno. Toros de Victorino Martín. 1º, noble y sin celo; 2º, tobillero; 3º, con emoción y empuje, ovacionado en el arrastre; 4º rebosó clase y profundida­d en la muleta; 5º, vuelta al ruedo tras embestir a cámara lenta; 6º, exigente.

de corinto y oro. Estocada defectuosa y descabello (vuelta al ruedo). Estocada (oreja).

de verde esmeralda y azabache. Estocada trasera y defectuosa (ovación). Estocada tendida y aviso (dos orejas).

de púrpura y azabache. Estocada algo caída (oreja). Dos avisos entre dos pinchazos, estocada y descabello (ovación). «¡ole!». Que hacía años que no lo escuchaba, incluso estando en activo. Estaba feliz, ajeno a todo. Con una estocada menos defectuosa hubiera sido de premio. Aun así asomaron pañuelos de quienes recordaban el gran torero que fue. Saboreó la vuelta al ruedo.

Maestro Escribano

La primera obra de Manuel Escribano fue un dictado pormenoriz­ado del magisterio del toreo, de cómo lidiar a las mil maravillas a Portero, que parecía una vaca vieja en su salida. Por tipo y por comportami­ento: sin poder, sin salirse de los vuelos del capotes; alto, aunque recto de lomo, con cuello y fino en su expresión. Pero le faltaba fuelle para transmitir la verdadera complicaci­ón que tenía. Que en las manos de Escribano parecía incluso suave. Ya en la primera tanda se oyó un murmullo cuando el albaserrad­a se empezó a revolver. Se impresiona­ban los tendidos por la brusquedad del gañafón, sin comprender el resto de dificultad­es. Que eran muchas. Le daba tiempo el de Gerena, sin tocarlo, tratando de ‘expulsarlo’ en su línea natural. Aunque la línea que

Portero quería era en forma de circunfere­ncia, hacia los tobillos. Por el izquierdo no pasaba. Y ahí seguía Escribano, clavado, magistral en tiempos, distancias y toques. El público crecía en la sugestión, más por la épica que por la maestría con la que estaba lidiando. Tan exacto en todo. Y seguía oliendo la puñalada, que se anunciaba inminente. Hasta que recurrió a la maña: ganando el tranco, atacando con la voz, con el pico. Todo al pitón contrario. La faena tuvo todo el mérito del mundo. Menos en la estocada, cuando se encogió Portero y Escribano se encontró los bajos traseros.

La emoción de la corrida de Victorino Martín continuaba con Filigrana, el tercero, agradable por delante y serio en su tipo, al que le terminó cortando una oreja Emilio de Justo tras reencontra­rse con su mejor versión, que parecía difuminada durante este arranque de temporada. Se gustó en el recibo, muy clásico, sacando los brazos en lances genuflexos. Se quedaba corto el de Victorino, lo aprovechab­a para encarrilar los siguientes lances el extremeño. Rápidament­e conectaban los tendidos con su lidia, como cuando lo llevó al caballo con el capote a ras, tirando del cardenito con los codos remangados. Este público, tan respetuoso, ¿dónde estaba ayer? No se descompuso el torero cuando su cuadrilla casi se lo echa en lo alto antes de brindar, enfrontilá­ndose de momento con Filigrana, muy encajado, acariciand­o como el que mece una nana. Con los vuelos, con la sutileza del toque, con la alegría de su voz. Buscaba tan adelante que sólo daba la opción de tomarla. Y Filigrana la tomaba, con ritmo, con más emoción que sus hermanos. Por momentos hasta parecía tener clase. Lo iba entendiend­o hasta descubrir el momento de desmayarse, encajado en los riñones, con el mentón fusionado con sus entrañas, estirando menos el cuello. Se distraía el animal con una banderilla caída. Y sabía esperar el matador para sacarle la muleta en el momento preciso. Con mucha caricia. Por el lado derecho era más descompues­to. Extraordin­aria ejecución con la espada, con un toque fuerte, esperando a que humillara. Cayó algo baja.

Toda la guasa inicial que traía en los capotes Mecatero, el cuarto de la tarde, muy fino en sus hechuras, se transformó en clase y profundida­d en el último tercio, con un Manuel Jesús ‘El Cid’ pletórico, toreando al natural con el mismo prodigio que en su etapa gloriosa. Mejorando lo del primero. Lo había pasado mal con el capote, sintiéndol­o por sus zapatillas, sin facultades para irse, hasta que Javier Ambel saltó y le ordenó sus embestidas en una brega extraordin­aria. Había preocupaci­ón en los tendidos, intuyendo que el de Salteras lo

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