ABC (Sevilla)

Dispara primero, pregunta después

▶Varias muertes en EE.UU. con armas de fuego en los últimos días en situacione­s banales muestran que la violencia va mucho más allá de los tiroteos masivos

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Cada cierto tiempo –muy poco tiempo–, un tiroteo masivo estremece a EE.UU.. Hace unas semanas, en un colegio privado de Tennessee. A finales de enero, se acumularon matanzas en California, una en una sala de baile, otra en dos viveros del norte del estado. El recuerdo de la tragedia en una escuela de primaria en Uvalde (Texas) el año pasado todavía pone la piel de gallina (esta semana se ha sabido que su autor un adolescent­e, escribió las letras LOL en una pizarra con sangre de las víctimas).

Después se produce el ciclo habitual: indignació­n, llamamient­os a cambios regulatori­os que acaban en nada y olvido. Por otro lado, la atención a estas matanzas también oscurece una realidad más amplia: la presencia constante de la violencia armada en la vida de EE.UU.

Esta semana, esa realidad ha salido a la luz por la acumulació­n de incidentes con armas de fuego en situacione­s banales. Un error sin malicia puede acabar en tragedia, en un país armado hasta los dientes y donde en muchos estados las leyes ofrecen una interpreta­ción amplia de la defensa propia.

El jueves de la semana pasada, un hombre de 84 años, Andrew Lester, disparó y mató a un adolescent­e de 16, Ralph Yarl, en la puerta de su casa en Kansas City. Yarl iba a recoger a sus dos hermanos y se equivocó de domicilio. Tocó el timbre y Lester dijo a la policía sentirse «muerto de miedo» ante la presencia de Yarl. Le disparó dos veces, hiriéndole gravemente.

Dos días después, en una zona rural del norte del estado de Nueva York, un grupo de jóvenes se metieron por error con sus dos coches en la entrada de una casa equivocada. Cuando ya estaban saliendo de allí, el dueño les disparó y una chica de 20 años, Kaylin Gillis, murió en el coche que conducía su novio.

Este martes, en un aparcamien­to de un supermerca­do de Austin (Texas), dos adolescent­es, animadoras de un equipo de instituto, fueron tiroteadas. Una de ellas confundió su coche y abrió el de un extraño, que estaba dentro del vehículo. Salió y disparó. Las dos resultaron heridas y una de ellas –Heather Roth– se recupera en la UCI.

Un día después, en otra esquina del país, en una zona residencia­l del condado de Gaston (Carolina del Norte), un hombre y su hija de seis años fueron tiroteados. El desencaden­ante: estaban jugando a baloncesto y la pelota entró en la propiedad de un vecino, con un historial violento. Cuando fueron a buscar el balón, el vecino salió con un arma y les disparó. Después se dio a la fuga, hasta que fue detenido en Florida el viernes.

Estos incidentes no son excepciona­les. El año pasado, algo más de 20.000 personas murieron en EE.UU. por armas de fuego, en incidentes provocados o accidental­es, un número similar al registrado desde 2020, cuando creció con fuerza como efecto de la pandemia: aumentaron el crimen violento y la compra de armas. En los años anteriores a la pandemia, el número estaba en cerca de 15.000 muertes. Muchas veces, las víctimas son menores: entre cinco y seis mil niños o adolescent­es mueren o resultan heridos cada año por disparos. Y todo ello sin contar el efecto de las armas de fuego en los suicidios, que están por encima de los 20.000 al año con disparos (más de 26.000 en 2021, el último año con datos).

El contexto de este goteo imparable de muertes es la gran presencia de armas. Se estima que hay 393 millones de armas en manos privadas en EE.UU., es decir, más armas que personas en un país con 330 millones de habitantes. En ningún país del mundo hay tantas armas per capita, y EE.UU. duplica el ratio del segundo. Pero la mayoría de las armas están en pocas manos: según un sondeo de Pew Research, tres de cada diez adultos es propietari­o de al menos un arma, y cuatro de cada diez asegura que vive en una casa donde alguien tiene armas.

Arraigo cultural

Hay muchas razones que empujan a los estadounid­enses a tener armas, un asunto con mucho arraigo cultural en algunas partes del país, pero que se ha extendido con fuerza a otros donde no lo había. La caza o el tiro son aficiones muy establecid­as. Pero la razón que más citan los estadounid­enses para comprar armas es la de protegerse contra el crimen: un 88%, según una encuesta de Gallup de 2021.

El factor de la protección propia –aunque tenga difícil justificac­ión, como en los tiroteos de esta semana– ha crecido con fuerza en los últimos años (en la misma encuesta de Gallup

El año pasado, algo más de 20.000 personas murieron en EE.UU. por armas de fuego, en incidentes provocados o accidental­es

en 2005, la mencionaba el 67%), en un EE.UU. cada vez más polarizado, donde los defensores acérrimos del acceso a las armas sin límites pintan un país tomado por la violencia y en el que es necesario armarse para defenderse. Una situación exacerbada por el aumento de la criminalid­ad en la pandemia y que contribuye a una situación de la pescadilla que se muerde la cola: la necesidad de protección empuja a comprar más armas, que acaban por provocar más violencia, lo que hace que los ciudadanos sientan que necesitan ir armados.

El gatillo fácil que muestran los estadounid­enses en situacione­s como las de los últimos días tiene también un respaldo regulatori­o. En la mayor parte de EE.UU. existe la ‘Doctrina Castillo’, que permite a los ciudadanos utilizar fuerza letal para proteger su propiedad. En los últimos años, sin embargo, esto se ha reforzado con leyes ‘stand your ground’ (algo así como ‘mantenerte en tu sitio’), una interpreta­ción permisiva del concepto de uso de fuerza letal en defensa propia. De manera convencion­al, se entiende que ese uso tiene que ser necesario para evitar daños graves y cuando no haya una manera segura de salir de la situación de conflicto. Pero las leyes ‘stand your ground’ permite la fuerza letal también en situacione­s en las que se hubiera podido evitar su uso con una retirada.

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Kaylin Gillis // ABC
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Ralph Yarl // ABC

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