ABC (Sevilla)

Aquel eco de los cascos en los Alburejos

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

Caballo y jinete no eran dos… sino uno, centauro que se fusionaba en un mismo respirar

MI padre, respecto a la doma, me decía: no pases por movimiento­s mal hechos, si haces algo mal a caballo páralo y comienza de nuevo», le escuché en su día a Álvaro Domecq Romero refiriéndo­se a su padre, el inolvidabl­e Álvaro Domecq y Díez. A su vez apuntaba: «El hombre no puede dominar al caballo, si no se domina a sí mismo». Conviene recordar ciertas vivencias para poner al caballo de rejoneo en su sitio, pues todo caballo que vemos salir a la plaza es un vino que ha nacido de la alquimia de esos rejoneador­es y ganaderos, los cuales han trabajado hasta la saciedad en el arte de la doma, para mostrar algo que parece tan natural como una copa de vino. El caballo debe nacer con unas cualidades innatas, y es el ganadero el que debe saber verlas y oírlas, en una especie de descubrimi­ento, e ir dándole forma en un creer para creerse. En mis recuerdos de niño divagan aquellos tentaderos en los Alburejos con Rafael de Paula, en lo que siempre me pareció una especie de Edén para los caballos. Me gustaba visitar aquellos boxes, tan limpios y cuidados para esos caballos que parecían sacados de los pinceles de Paco Toro, con esa belleza salvaje y cartujana. La consonanci­a y el eco de ver a esos caballos entrar y salir del picadero adquirían en mis oídos sonoridad poética, en ese rítmico sonido de aquellos cascos sobre el empedrado. Allí siempre estuve oído avizor a todo lo que pudiera decir don Álvaro, el cual hablaba poco, pero aún en silencio ya decía sentencias calladas.

Yo descubrí que el rejoneo era un arte gracias a don Álvaro, pues vi cómo caballo y jinete no eran dos… sino uno, centauro que en su galope se fusionaba en un mismo respirar, en un mismo pensamient­o, el cual jugaba y danzaba delante del toro. Caer bien a caballo no es sólo cuestión de saber montar, sino cuestión de azaroso misterio, el mismo que más tarde viví en su saga: Álvaro Domecq Romero, y Luis y Antonio Domecq (amén también en Fermín Bohórquez), nacidos y criados más para ir a caballo que a pie, me atrevería a decir. Cierto es que hoy día se hacen en rejoneo cosas inverosími­les, pero me quedo con la sencillez de ese pensar el sentimient­o y sentir el pensamient­o de Unamuno que vi una tarde a galope en la plaza de Jerez… en don Álvaro.

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