ABC (Sevilla)

La Feria de los tiesos

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA ALBERCA

La medida está en el jamón, que ha sustituido la bellota por el cebo en la mayoría de las casetas

LO primero que hace todo el mundo al llegar a su caseta es mirar la lista de precios y musitar casi para sus adentros: «Qué barbaridad». La inflación del rebujito es un ataque a los más elementale­s derechos feriales. Pero el verdadero escándalo está en el jamón. Hay una deflación cualitativ­a, un proceso callado de sustitució­n de la bellota por el cebo, una decadencia tácita, diría incluso que una omertá. A lo sumo, el que pasa el plato hace un gesto leve al receptor que viene a significar algo así como «esto es lo que hay» o «qué le vamos a hacer». Si queremos aguantar un poquito los precios no nos queda otra que comer lo que nos echen. Lo que no sufre el bolsillo, que lo sufra el estómago. Todo a la vez no se puede tener.

Esta es, sin duda, la Feria de las almendrita­s. La hipoteca de la caseta también tiene euríbor y este año la cuota se ha puesto disparatad­a, así que para que salgan las cuentas hay que recortar por otro sitio. El más evidente es el recorte horario. La gente llega a las cinco de la tarde. Ya comida de casa. El que no quiere reconocerl­o se tapa con la queja del aparcamien­to: «¡Dos horas para aparcar, yo sabía que la obra de La Raza nos iba a joder bien, pero no tanto!». Se llega tarde siempre por culpa de algo ajeno, jamás por razones de cartera. Y cuando el compadre propone relajarse y comer algo, la excusa también está estudiada: «Qué va, a mí este agobio me ha quitado hasta el hambre». El dilema es insólito: la Feria siempre ha consistido en gastar para vivir y ahora obliga a escoger entre gastar o vivir. La jarra de rebujito a 18 euros es una amenaza a las costumbres. Una jarra es un objeto nacido para compartir, pero a ese precio provoca egoísmo. Yo pido mi jarra y tú pides la tuya, vamos a dejarnos de tonterías. Por lo que llevo visto hasta ahora me atrevo a pronostica­r que este año va a haber epidemia del codo de tenista, inflamació­n de los tendones del antebrazo por el gesto de retracción de la jarra.

Una cosa que no cambia es la tipología del tieso en la Feria. Se tiende a pensar que los desaliñado­s vienen sin plan en busca de un sablazo. Error. Del que menos hay que fiarse es del bien acicalado. La esencia de esta fiesta es la apariencia. Nada es jamás lo que parece. Y otra cosa que no falla es el ofrecimien­to del guiso del día como trato privilegia­do: «En esta caseta lo mejor es el potaje, tienes que probarlo, lo hace la mujer del casetero, que es de Maribáñez y borda las ollas, no vas a probar una cosa igual». Y a esponjar con productos ‘low cost’. Al final la Feria consiste en sobrevivir, es como una especie de prueba que nos ponemos los sevillanos para demostrarn­os a nosotros mismos que podemos afrontar cualquier dificultad mientras sonreímos. Uno mira en la lista de raciones el plato de chochos a 20 euros y se dice por lo bajini: «Tranquilo, has superado cosas peores». Y siempre acaba acudiendo al refrán que dice que Dios aprieta pero no ahoga. Vienen temperatur­as de casi 40 grados. Es imposible ir a mediodía con ese calor. Tendremos que ir un ratito sólo por la noche. Qué le vamos a hacer.

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