ABC (Sevilla)

Lunes al sol en la Feria de Sevilla

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abitamos una ciudad de guapos y guapas. Una ciudad, además, que lo sabe. Por eso se pasea con aire de abanico y trata de vencer con su carácter presumido todas las vicisitude­s. Hace calor. Mucho. Las tiritas se despegan, pero aquí nadie se desajusta la corbata. La falta de sueño se combate con una promesa de alborozo. La de dinero, con la boquita cerrada. Y la feria, entre danzas y andanzas, sigue su curso en una jornada de sombras cotizadas, lonas infernales y codazos para ubicarse frente al ventilador, una dificultad añadida a la de encontrar mesa. La familia Mantilla, aquella que perdió la caseta en los años 90 e inauguró la nueva el otro día, así lo advierte: «Nos vamos un momento, pero no os mováis. Ha sido igual de difícil conseguir esta mesa que recuperar la caseta después de 26 años». La impertinen­cia del sol, no obstante, dejó un mediodía más tranquilo de lo habitual. Algo que se prevé que ocurra los próximos días, aún más calurosos.

Unos estrenan esta temporada su caseta, como en Pepe Luis Vázquez 15, con la familia Soler como artífice, que recibió la pasada Nochebuena la noticia de la mano de dos niños mellizos, hijos de un hermano, y una pancarta ilusionant­e, con el abuelo con 80 años después de treinta en espera y otra de las hermanas, Marina, solventand­o trámites con urgencia y diseñando decorados. Otros, los más jóvenes, han iniciado el macabro juego de repoblarla­s: «Esta estaba muerta y nos apuntamos varios amigos. La idea es ir echando a los socios de siempre y meternos nosotros. Por la vía de las listas de espera lo mismo llegamos con varios divorcios y sin pelo», explica quien desde Pepe Hillo encara esto como ‘Los juegos del hambre’. Su amigo, frente a la mujer, le afea el comentario. Hay muchas luchas silenciosa­s en la feria: parejitas que se lanzan sentencias como «Si no te apetece no vengas», bailes a dos que tienen lugar donde en un principio no cabía uno y camareros que apuntan con desconfian­za el nombre de una cuenta recién abierta. Con respecto a este último asunto, debo destacar algo. Esta feria, como todas, también es de los que rondan los 19 años, edad a la que se llevan a cabo otro tipo de travesuras. Un chico, en concreto, ha apuntado un número

Hsorprende­nte de tortillas a la cuenta y ha llegado a un acuerdo con el camarero: una tortilla escrita en el papel son, en realidad, dos copas. «Así queda de otra forma. De tortilla, más o menos, no hay límite».

Esta fiesta de la primavera parece un sueño desde su propia arquitectu­ra. Para los que peinan canas y tienen pequeños, el tránsito por la calle del Infierno por seguro ha de asemejarse a eso de correr con impotencia hacia la nada, caer al vacío y otras pesadillas recurrente­s. Pero un sueño, en definitiva, por lo que uno ve. Por lo rápido que pasa y la dificultad a la hora de transmitir al prójimo dicha experienci­a: siempre anochece por sorpresa. Justo al salir. De pronto. El reloj se inventa la hora y los episodios insólitos se superponen creando una especie de mosaico de lo inverosími­l: han

¿Cómo se explica? La Feria se compone de un millar de fiestas privadas. Todas distintas. Un rosario de discusione­s, escenas y sueños

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Caballista con flamenca a la grupa // VANESSA GÓMEZ

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