Cuando los niños son los invitados
abierto un puesto exclusivo de chicharrones para que la gente recene, junto al de los churros, cerca del puente de las Delicias; quien vende almendras, cocos y juguetes ha gritado «¡No se corten, señoras, la que me robe que pida bolsa!» y un tipo le ha dicho a otro, así muy serio, entrando en el recinto ferial con una mano al bolsillo, cuál es su caseta: «¿La mía, la del Ahorro, porque está en una esquina de Curro Romero y cuando me ofrezco mejor siempre vamos a otra más cercana».
El circo queda más allá de los cacharritos, pero el más circense de todos los ambientes tiene lugar más acá, detrás de la calle Ignacio Sánchez Mejías,
donde hay gente tratando de hacer botellón. Los atuendos y combinaciones más insospechados, por alguna razón que desconozco, a veces parten de aquí. El rojo con el rosa, por ejemplo, siempre han sido colores de difícil diálogo. Es, de hecho, casi un tópico del anticromatismo textil, pero aunarlos además con un zapato de vestir ¿Cómo se narra un sueño? ¿Cómo se explica la feria? ¿Y cómo, en este punto, es vivirla con niños?, pregunto a un matrimonio que este mediodía se encarga de tres. Responde la madre: «Es como venir con invitados de fuera, pero al ser tus hijos tienen mucha más confianza». Los pequeños revierten el aburrimiento con mejunjes en los vasos. Juegan al escondite con dos o tres sillas y potencian, en el proceso, la imaginación. «Ayer pidió ‘cigalas (por encargo), por favor’. En fin, que ya sabe leer desde hace tiempo y se va orientando». de piel blanca a más de 33 grados y gafas de sol a lo Sergio Ramos en 2007 es pura contracultura ‘canífera’ de esta ciudad. El chaval, como los postes, la propia portada y otras disonancias dentro de la linealidad de la feria, se ha convertido en un punto de referencia radiante y móvil. Y qué cachondeo se respira desde esta acera cuando los corrillos lo han bautizado ‘Nubecita’.
En una caseta en Juan Belmonte un concierto ha tornado en karaoke. Cuando hay más talento en el público que en el artista contratado, quien hasta entonces tenía el micrófono tiene la profesionalidad suficiente como para ceder la palabra a los espontáneos. Y entonces han sucedido cosas extrañas: se ha cantado por Queen y por El Pali dentro de un mismo compás, una combinación propia de ‘Nubecita’ para una tarde de running.
La feria se compone de un millar de fiestas privadas. Todas distintas. Un rosario de discusiones, escenas y sueños. Tardes de caballo y mano levantada. De gente dispar que no atiende al teléfono por unas horas y juega, en algunos casos, a ser rica. En su seno no se hipoteca la alegría. La feria es un delirio de sudor sin lágrimas que sucede cada doce meses y en el que, por tanto, nada importa demasiado.