ABC (Sevilla)

El ‘tren de la bruja’ le da con el ‘látigo’ a la inteligenc­ia artificial

- R. ARROCHA SEVILLA

on un teléfono móvil en la mano, y esperando para subir al ‘tren de la bruja’, Manuel tiene la «manía», así lo llama, de subirse a la atracción al menos una vez a la semana durante la Feria. Es padre, y a sus hijos no les convence la idea, más preocupado­s por probar otro tipos de experienci­as. «A mí me hace ilusión, y nos vamos a subir. Después vamos a los otros cacharrito­s», les dice molesto. La escena va a más y acaban los tres, cada uno a su manera, con un malestar evidente: «Es muy graciosa la situación; yo entiendo al padre. Esto se repite. No es nuevo. El otro día vino un padre que le pasó lo mismo. Me fijé en él porque

Cestuvo más de 15 minutos al ladito de las taquillas tratando de convencer a su hija», dice una de las dueñas de la atracción, Mari Carmen Crespillo, perspicaz y sin evitar poder sonreír. La reflexión de Mari Carmen acentúa una realidad en la calle del Infierno: no hay tecnología, ni inteligenc­ia artificial, ni sistemas informátic­os que sean capaces de suplir la alegría natural de hacer y probar las cosas de toda la vida, llámese subirse a la noria, al gusano loco, al látigo, los autos de choque, o los caballitos. « «El gusano loco antes era para las parejas, que aprovechab­an para darse unos besos mientras se tapaba una parte de la atracción; ahora, ya cambió el concepto. Es más familiar. Pero, eso sí, aquí seguimos», declara Cristóbal, dueño y quinta generación de esta atracción en Sevilla. Los cacharrito­s parecen eternos, igual que los que disfrutan en forma de experienci­as repetidas. Caminar por el Real es también caminar por la vida infantil que tuvo cada uno, un registro que lo valora bien José Romero Pacheco, alias el ‘Macareno’. «Nosotros somos los auténticos, los de toda la vida. ¡El Látigo Macareno! Venga conmigo, por favor, que le voy a enseñar algo que les va a gustar», dice, para poco después invitarnos a mirar a una caravana antiquísim­a en la que se pueden ver dos ventanas a modo de taquilla: «Esto es una reliquia. Mi padre, Macareno uno, abrió el ‘Látigo’ hace muchas décadas. Yo tengo 75 años y toda mi vida he estado con el Látigo. Un cuñado suyo había comprado unos años antes un barquito de estos que le daban empujones, y a mi padre le dio por probar. Así empezamos», señaló, no sin antes pedirnos «por favor» que anunciáram­os «en el periódico» que las personas con algún tipo de discapacid­ad «están invitadas al Látigo».

La diversión se multiplica al llegar a la noria de la familia Bañuls. Lo que comenzó siendo un ‘experiment­o’ hace más de 80 años de Vicente Bañuls López, fallecido en el año 2017, es hoy un recreo muy particular de niños, jóvenes y adultos. Hay colas por ver Sevilla desde las alturas: «Sinceramen­te, esta atracción no creo que se acabe nunca. Otras puede que sí, pero la noria tiene el componente de que te sube muy alto y que es muy familiar. A mi mujer, cuando la conocí, la invité a la noria. Y aquí estamos», declara feliz Jesús. Su mujer, Martina, prefiere no responder, y sólo se ríe. «A mí me da mucha vergüenza hablar», puntualiza, momento en el que su marido vuelve a coger el testigo. «También nos montaremos en los caballitos, otro de los clásicos».

Aunque, para clásico, también podría entrar en el recuerdo de las ferias más antiguas un señor llamado Joao, dueño de una atracción de caballitos de

En la era digital y la realidad virtual, un paseo por la calle del Infierno ofrece a niños y mayores un alegre viaje al pasado con las atraccione­s de toda la vida, cacharrito­s y negocios que siguen en pie con más de medio siglo de historia

El látigo «Mi padre, ‘Macareno’, abrió la atracción hace muchas décadas»

El gusano loco «Antes venían las parejas, ahora tiene un concepto más familiar»

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