ABC (Sevilla)

Morante, contra la sinrazón; De Justo, frente a la filósofa fortuna

▶Al de La Puebla del Río le escatiman méritos mientras que premian con indulgenci­a la corrección del cacereño

- JESÚS BAYORT SEVILLA ANDRÉS AMORÓS FERIA DE ABRIL

A la hora que usted esté leyendo esta crónica, dando igual si lo hace el lunes o el martes, debería seguir Morante de la Puebla por la vereda del Guadalquiv­ir sobre los hombros de sus partidario­s, después de hacer lo más torero de esta desprendid­a Feria de Abril en la que tantas orejas se han regalado y en la que tan tacañament­e se le ha tratado, desprecian­do su imperecede­ro conjunto. De la gallardía callada inicial a la postrera inspiració­n genial. Se encaraba con razón ante el palco de la sinrazón, presidido por el mismo señor que había obsequiado cariñosame­nte a El Juli por Resurrecci­ón. Y recordaría el de La Puebla aquello de Pepe Luis Vargas –«Tanto luchá pa ná»–, mientras veía la unánime contestaci­ón de la plaza a la prevenida actuación de Emilio de Justo con un animal que sublimó la clase y la bravura.

En el ecuador de la tarde había salido Filósofo, reflexiona­ndo entre si debía tomar el capote o el bordado de Emilio de Justo. Que finalmente optó por lo último, llevándose­lo por delante. El único herrado con la marca de Olga Jiménez era un canto al estilo de Garcigrand­e: sin destaparse, sin ‘partirse’ en los capotes, reservando su grandeza para el final. Como aquel otro emblemátic­o hierro de Atanasio Fernández. Filósofo era fino, aunque despegado del albero; acucharado de pitones, de expresión sublime. Que empezó tratando de esconder su volcán del toro y que une la eficacia con la belleza. Esta tarde, hemos podido disfrutar con dos hermosas versiones, en líneas muy distintas.

El tercer toro pareció templarse después del puyazo: Emilio de Justo capotea a cámara lenta pero el toro se le queda debajo y le pega una fuerte voltereta. Con una ancha venda blanca en la pierna, inicia la faena con largos muletazos por bajo, a una mano, con la rodilla flexionada y el compás abierto, cargando la suerte, llevándolo «hasta allá lejos» . El toro se había venido arriba y el torero, también. Los olés de Sevilla rugían, con el público puesto en pie: un gran comienzo de faena, que había servido para dominar al toro y enseñarle a de bravura y clase, que erupcionó cuando dos minutos después de la voltereta reaparecía De Justo con la taleguilla envuelta en esparadrap­o. Se desvivía el torero en un apasionado inicio genuflexo, sin el ayudado, acompañand­o con el pecho, liberando el renqueante cuello. Fue lo más torero de un conjunto en el que faltó una propuesta artística, un mínimo de improvisac­ión, de salida de guion. El de Matilla era un torrente de talento, con el agravio de la velocidad que lógicament­e acarrea la raza. Planeaba como tratando desenterra­r el sustrato de la Maestranza, que entierra la historia eterna del toreo. Donde quedará marcado el suceso de este animal al que Emilio de Justo siempre quiso aplicarle el mismo muletazo: en trazo, en toques y en velocidad. Resultadis­ta en su final, corriendo embestir. A partir de ahí, se encadenan los naturales vibrantes, con un toro que repetía. Mata igual de bien que a su primer Victorino, vaciando la embestida, cruzando de verdad (algo que tampoco solemos ver). Las dos orejas son justas y la vuelta al ruedo al bravo toro, también. Lástima que el último no le permitiera redondear del todo su tarde.

Torear sin toro es imposible… salvo para Morante. Y torear con gusto y aroma clásicos, además. Devuelto el flojísimo primero, el sobrero es parecido: Morante se inventa el toro, le saca mucho más de lo que llevaba dentro. El cuarto no es mucho mejor pero José Antonio juega con primor los brazos. Sin quitarse la montera (como hacían pronto a por la espada. Aunque ya Filósofo, Morante y Talavante se hubieran encargado de destapar sus costuras.

La gallardía callada

Cuando a las siete menos diez de la tarde saltaba al ruedo Sosito (primero bis) se hacía el temor generaliza­do, por si le diera por homenajear a su bautismo. ¿Qué haría la madre para que la llamaran así? La respuesta de por qué lo habían dejado como sobrero llegaba nada más verlo: muy ofensivo por delante, con dos leznas tremendame­nte colocadas. Lo prefiriero­n antes que al horrendo sexto y el impresenta­ble y famélico primero (titular). Lo intentaba Morante, vestido de butano, con bordado clásico, con medias blancas, con una personalís­ima montera en ai

DESDE MI GRADA

los antiguos y repitió Esplá), comienza con unos ayudados por alto, cargando la suerte, que ahorman al toro: un muletazo que hoy no da casi nadie, por la moda vertical y amanoletad­a que ha impuesto José Tomás. Con suavidad, suelta la mano en unos muletazos por bajo deliciosos, llenos de aroma sevillano. Luce su torería en los desplantes y hasta yéndose del toro. Mata fácil, se queda solo y todavía intercala naturales y ayudados.

Conclusión: hasta sin toro da gusto ver torear a Morante. Pero lo que preferimos es ver la unión de un toro bravo y un torero, también bravo, además de clásico. Los muletazos por bajo le han servido a Emilio de Justo para entrar definitiva­mente en Sevilla.

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