La tierra baldía
FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
«La sequía anunciada no llamó la atención de unos gobiernos más preocupados por entretener a sus fieles con la carraca separatista y pelearse entre facciones que por servir a los catalanes. Hace pocos días, Aragonès conmemoraba la República Catalana del 31 y se sacaba de la manga una ‘ley de claridad’ para mantener prietas sus filas. Parafraseando a Pla: si no llueve, que dejen la independencia tranquila» OSEP Pla, corresponsal de ‘La Veu de Catalunya’ en Madrid, retorna a su Ampurdán natal y toma el ‘carrilet’ a Palafrugell. Estamos a finales de agosto de 1933: «El trenecillo que me lleva a mi casa atraviesa campos sedientos. El maíz, las alfalfas se han perdido. Todo está abrasado y el polvo de la carretera, que se levanta al pasar un automóvil, produce toda la tristeza del sur. La luz es blanca, sin piedad, y el cielo es de un azul inclemente».
Al llegar a casa averigua desde cuándo no llueve. Más de dos meses. El recién llegado se da un paseo hasta la plaza del pueblo ocupada por un mitin. «¿Quién es esa gente?», pregunta a unos amigos que parecen escuchar al orador. De la extrema izquierda federal. Pla no puede disimular su perplejidad al oír las arengas. «¿Y qué quiere decir esa jerga?», inquiere. «Quiere decir que tienen mucha prisa para hacer la revolución», le informan. «Hay gente que tiene prisa por hacer la revolución, ¿y hace dos meses que no llueve?», exclama sorprendido. «Así parece…», le contestan. «¡Qué difícil es comprender España!», masculla el ampurdanés. Uno de los allí presentes corrobora su afirmación: «Es imposible».
Finalizado el mitin, un amigo, republicano de toda la vida, se refiere a ‘Madrid, el advenimiento de la República’, el libro más reciente de Pla, donde atribuye a la dictadura de Primo de Rivera la ilusión de cierto bienestar económico que se truncó con la crisis financiera internacional de 1929: «Se lanzó entonces por gente solvente –los republicanos conservadores– la idea de que la República no sólo restablecería el bienestar anterior, sino que lo aceleraría. Toda la gente que tenía espitas de sus cuartos de baño en camino de enmohecerse se aferró a esta idea. La República –se dijo entonces– hará marchar los negocios y subirá los sueldos».
JLa República de los Maura, Alcalá Zamora, Marañón fue al principio, según el Pla más socarrón, «una cuestión de cuartos de baño, de calefacción central y de querer tomar Codorníu los domingos». Hasta que al republicanismo pequeño burgués acabó desbordado por los utopismos. El resultado: «Ya lo ve usted; que en el Ampurdán estamos empeñados en hacer la revolución y hace dos meses que no ha llovido», sentencia el periodista. A dos años de su advenimiento, la República se sostiene sobre «un gran tinglado de burocratismo socialista», un aumento continuado de la máquina administrativa y la revancha contra la economía empresarial productiva: «¿Quién pagará todo esto si paralelamente estamos matando todas las fuentes de riqueza?», clama Pla.
La pregunta retórica es la antesala para una conclusión demoledora: «En un país en que suelen pasar dos meses de verano sin que caiga una sola gota de agua, hablar solamente de revolución es ya un desastre ‘ab initio’. En países así, lo más revolucionario sería crear un régimen estable de lluvias. Si ello es imposible vale más dejar a Bakunin tranquilo».
La crónica de Pla apareció en el diario ‘Las Provincias’ el 2 de septiembre de 1933, el año de la desilusión republicana que condujo a la derrota electoral del Gobierno Azaña. El año de la Constitución de la CEDA de Gil Robles y la fundación de Falange Española por José Antonio Primo de Rivera. También del estreno de dos piezas teatrales con títulos que parecían inspirados por la convulsa coyuntura: ‘Bodas de sangre’, de García Lorca y ‘Divinas palabras’ de Valle Inclán.
Entre la incierta primavera de abril de 1931 y el otoño republicano de noviembre de 1933 se había hablado demasiado de Stalin, de Hitler y de Bakunin y demasiado poco de la sequía y las cosas de comer. Leyes para amordazar a la prensa conservadora, sucesos de Castilblanco, revolución en el Llobregat, frases provocadoras –«España ha dejado de ser católica»–, masacre de Casas Viejas por la ‘democrática’ Guardia de Asalto… El 7 de abril de aquel mismo año Agustí Calvet, ‘Gaziel’, director de ‘La Vanguardia’, tituló su crónica política: «Esto acabará mal». Lamentaba que la naciente República se hubiera quedado tan pronto sin republicanos arrastrada por los totalitarismos europeos y el cainismo nacional: «Derechas e izquierdas, reacción y revolución. Y lo espantoso es que, en el fondo, la República no interesa a unas ni a otras».
Noventa años después, la sequía deja Cataluña yerma mientras sus gobernantes politiquean. Todas las previsiones lo advertían, pero desde la inauguración de la desalinizadora del Llobregat por el segundo Gobierno tripartito, verano de 2009, tras el veto al Plan Hidrológico Nacional y una legislatura dilapidada en un Estatuto que nadie había requerido, nada o muy poco se ha hecho.
Desde el autodenominado «gobierno de los mejores» de Artur Mas, que recortó enseñanza y sanidad para lanzarse luego a la piscina sin agua del ‘procés’, hasta hoy o anteayer lo único que ha prosperado en Cataluña, además de los convidados del Régimen, ha sido la tierra baldía. Una década perdida en la confrontación contra el Estado mientras el campanario de Sau emergía sobre la superficie del pantano. Y en 2022 con un Gobierno independentista en minoría, la sequía imponente y la iglesia asomando en plenitud, ya se sabía que Cataluña pierde un cuarto del agua potable por los escapes en la red de distribución: 134.300 millones de litros con los que se podría rellenar el pantano de Sau. Generalitat, ayuntamientos y distribuidora se echan la culpa (nadie ataja la hemorragia hídrica).
La sequía anunciada no llamó la atención de unos gobiernos más preocupados por entretener a sus fieles con la carraca separatista y pelearse entre facciones que por servir a los catalanes. Hace pocos días, Aragonès conmemoraba la República Catalana del 31 y se sacaba de la manga una ‘ley de claridad’ para mantener prietas sus filas. El cierre del riego del Canal de Urgel, por primera vez desde 1861, sacrifica 50.000 hectáreas de cultivos en Lérida y se ameniza con el mantra acostumbrado: la Confederación Hidrográfica es la responsable; o sea, el ‘maléfico’ Estado Español. Parafraseando a Pla: si no llueve, que dejen la independencia tranquila.
Avanzaba la sequía por la Península y el Gobierno de los veintidós ministerios estaba con el ‘sí es sí’, los trapicheos con la sedición y malversación ‘ad hoc’ para los separatistas, el ascenso de Yolanda Díaz, las casitas de papel y la memoria ‘democrática’ que desentierra a Franco y José Antonio.
La sequía de 2023, pertinaz en su cadencia cronológica como la de 1933 (republicana) o la de 1943 (franquista) pone a tan mediocre dirigencia ante la tierra baldía de la realidad. «Abril es el más cruel, hace brotar lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo…» Lo escribió Eliot, hace cien años. Inolvidable poema.
Sergi Doria es escritor y periodista