Tontería señorial
El mal de Camacho ha causado estragos en una Feria tomada por niños de San Ildefonso. No la reconozco
NOS cuenta nuestra amiga Lidia que a un conocido suyo le habían concedido una caseta de Feria. Él y sus amigos la habían solicitado siendo muy jóvenes, y el anuncio llegó después de más de veinte años. El grupo se había desmoronado para entonces, solo había tres o cuatro que mantuvieran vínculos. Así que, de repente, se vieron con una caseta y sin socios. Decidieron, pues, hacer un casting: como en Operación Triunfo, montaron audiciones que en realidad eran audiencias. A mi amiga, que era una tiesa, no le ofrecieron la posibilidad: buscaban a gente de un determinado perfil. Básicamente, un perfil del taco. Porque lo que pretendían era una caseta señorial.
Llevaba algunos años, desde antes de la pandemia, sin visitar el Real. Y lo que me he encontrado tras este tiempo es que a la Feria se le ha subido de forma considerable la tontería. No sé en qué momento alguien consideró que para ir a la Feria era necesaria la etiqueta del traje chaqueta y la corbata; hijo de padres feriantes, a lo largo de mi infancia y adolescencia sustituía mi casa familiar durante una semana por la caseta. Y hace treinta años, más allá de la cena del pescaíto, nadie usaba corbata. Ahora, toda la feria parece un enorme desfile de gente disfrazada para una Primera Comunión. Especialmente los cachorros, la muchachada: una legión de niños de San Ildefonso sin gordo que cantar. Cuando, como este año, apretaba el calor, la exigencia de la chaqueta y la corbata acababa obsequiándonos con estampas que uno prefiriera no haber visto. Así, a partir de una determinada hora del día, toda la legión de enchaquetados padecía el mal de Camacho, nuestro recordado seleccionador nacional: sobaqueras empapadas de sudor. Lo que, por estética, obligaba a no desprenderse ya de la chaqueta, cuyo interior, por supuesto, también acababa encamachado. Esta semana, harán su agosto las tintorerías.
Y como manda la tontería, la Feria ha sucumbido también al último fenómeno tonto en el servicio de la cerveza: la cortada. Muchas casetas se han abonado a esta ordinaria tendencia, consistente en servirte las cañas en vasos de maceta, pero solo con cuatro dedos, como se bebe la sidra. El resultado es una suerte de abrevadero de cristal, en el que más que beber uno tiene que hundir la cabeza en el recipiente como un caballo. La proporción de líquido —y ahí creo que está el quid de su proliferación— siempre es caprichosa, hay a quien se la llenan casi hasta arriba y hay quien solo bebe un culo. Me llama la atención que tanto amante de la etiqueta no tenga nada que decir sobre este hábito casi salvaje, más propio de hooligans que se emborrachan antes de un partido que de gente civilizada.
Pero no me hagan mucho caso. Bastante tienen ya con afrontar el temblor de sus carteras.