ABC (Sevilla)

Buen gusto

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

En estos días de infierno, recuerdas el buen gusto de las Cruces de Mayo

EL problema es que vienes de donde vienes, de aquellas costumbres que hicieron leyes, muchas veces para mal y a veces para bien. Naciste a las celebracio­nes al aire libre cuando mayo asomaba espigas granadas y el campo sin cultivar era una locura de flores todavía sin nombre, en aquella edad tuya que andaba tropeando en las preguntas, tan distraída con los asombros, mientras la luz le daba pan de oro a los caballetes de la tarde o retrataba la cal todavía dormida en los testeros del alba. Las muchachas, a la sombra de los patios, ensartaban flores en alambres para ir a adornar los altares -«Venid y vamos todos / con flores a María…»- de las Vírgenes locales, y cuando la tarde andaba remolona, sin saber si quedarse a disfrutar el fresco que subiría desde la vega o adentrarse, cuasi a ciegas en la noche, en algunos lugares de tu tribu, allí donde las cruces se levantaban para el santiguo del aire de las salidas que daban al campo, la fiesta se olía en las delanteras terrizas o en los duros adoquines, cuando las mujeres salían con un cubo de agua a refrescar el piso. Y un día, cuando ibas camino de la escuela, observabas unas cadenetas de flores de papel desde la Cruz de tu calle, en el centro, a balcones de alrededor. El jueves día de la Ascensión empezaban las Cruces, y el domingo, el Romerito. La fiesta empezaba en la sobretarde, cuando el cielo celeste estaba más encendido que las calles, aquel cielo por el que aprendía escritura gótica el vuelo de los vencejos y los gorriones chillaban como niños asustados. Un tamboriler­o traía calle arriba un pompón y un silbido de gaita, y la calle, ya toda sombra, se vestía de aire de fiesta, de Cruces de Mayo. En la plaza, felicísima de ambiente, el tamboriler­o tocaba sevillanas y bailaban las muchachas, y las cortaban en el baile los muchachos. Y miraban, sentados a la puerta de su casa, los mayores. Vino, cerveza y gaseosa; un señor vendiendo camarones y cangrejos, otro vendiendo helados o pasteles, otro pregonando roscos… La noche iba haciéndose en la Cruz de Mayo, noche ya fresca, hasta que antes de las doce te recogías solo o te recogía, desde lejos, la voz de tu padre. Y así, cuatro días, siempre a partir de la sobretarde. Buen gusto. Por eso no podrás entender nunca que, con calores así, se le pueda llamar diversión a cocerse bajo toldos incendiado­s o incendiada­s calles, a eso del mediodía. La capital, que haga lo que quiera; lo que no entiendes es que los pueblos que vienen del buen gusto de las celebracio­nes vespertina­s digan que disfrutan bajo carpas de fuego. En estos días de infierno, recuerdas el buen gusto de las Cruces de Mayo, en la tarde alta, cuando el sol no llegaba, ni empinándos­e, a mirar por encima de las tapias...

garciabarb­eitoantoni­o@gmail.com

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