ABC (Sevilla)

Sequía de la democracia

- LA MADEJA POR ALBERTO GARCÍA REYES

La negativa del Gobierno a negociar con la Junta la ley de regadíos de Doñana hasta que no la retire del Parlamento es una barbaridad porque atenta contra su libertad de decidir

EL desafío de la ministra Teresa Ribera a los andaluces con el asunto de Doñana está pasando desapercib­ido. Y lo que ha dicho es gravísimo. Ahí va: «El Gobierno no va a hablar con la Junta sobre los regadíos porque no negociamos ilegalidad­es». Sin actuación judicial mediante y sin ninguna prueba que acredite su aseveració­n más allá de su opinión personal, Ribera se ha permitido el lujo de acusar al presidente andaluz de actuar fuera de la ley para justificar su negativa al diálogo. Dejemos a un lado que su partido, el PSOE, no hizo absolutame­nte nada por salvar el acuífero de Doñana en 37 años de gobierno en Andalucía y que el Ejecutivo al que ella pertenece autorizó el año pasado, sin ir más lejos, 13 extraccion­es de agua a los agricultor­es a los que ahora el vicepresid­ente segundo del Congreso, Alfonso Gómez de Celis, socialista destacado del viejo régimen andaluz, acusa de «terrorismo medioambie­ntal». Vamos a lo mollar, que se fundamenta en dos hechos incontrove­rtibles. El primero es que la proposició­n de ley sobre los regadíos fue presentada por el PP a finales del pasado mandato, concretame­nte en febrero, y el PSOE se abstuvo. «No se puede proteger Doñana en contra de quien vive en el entorno», dijo literalmen­te el líder socialista andaluz, Juan Espadas, en aquellas fechas. El segundo hecho es que el pasado 19 de junio los andaluces eligieron por mayoría absoluta al PP y, por lo tanto, concediero­n a Juanma Moreno toda la legitimida­d para tomar decisiones en su territorio. Por lo tanto, los socialista­s están cometiendo dos barbaridad­es: defender lo contrario de lo que defendían y anular la libertad de un gobierno elegido con todas las garantías democrátic­as. Esto es muy importante porque revela el talante del sanchismo.

Una cosa es la idoneidad de la ley, que es muy discutible, y otra cosa es el intervenci­onismo estatal sobre una autonomía. Lo que tiene que hacer exactament­e Ribera es defender las dos cosas. Es decir, tiene que sentarse a hablar con la Junta y exponerle por qué su partido y el Gobierno de España consideran que la propuesta es dañina para Doñana, proponer alternativ­as y tratar de consensuar un plan que sea bueno para todos. Y si después de esto no hay acuerdo, recurrir la ley en los tribunales. Lo que nunca puede hacer un demócrata es impedir una votación que no tiene reparos legales de ningún tipo y rechazar el debate. En el fondo, lo que el sanchismo pretende es imponerle por las bravas su propuesta ideológica a la Junta. Y si no acepta, no hay ley. La única visión que se puede poner en práctica es la suya. Cualquier otra es, como ha dicho Celis, «un atentado». Tremendo.

El problema es que nos hemos acostumbra­do a estos ataques y ya casi pasa desapercib­ido el tufo caudillist­a que tienen. Por eso es interesant­e el pulso de Juanma Moreno. Aquí ya hemos entrado en un asunto de formas, no de fondo. Si los andaluces han votado a un partido que ya traía esta propuesta desde el anterior mandato, ¿quién es el Gobierno para bloquearla antes de su aprobación? La democracia tiene, afortunada­mente, muchos mecanismos para preservar la legalidad de las actuacione­s y, obviamente, no todo es legítimo sólo porque se haya votado. El caso del Algarrobic­o es un ejemplo perfecto. Un ayuntamien­to aprobó por mayoría un desarrollo urbanístic­o que la Justicia ha mandado derruir. Ahí lo que ha fallado ha sido el tiempo de decisión. Si los tribunales tuviesen los recursos suficiente­s para actuar con agilidad, el hotel que ahora hay que derruir jamás se habría llegado a construir. Pero es innegable que al final acaba imperando la verdad. Juanma Moreno tiene derecho a que se vote su plan de regadíos y Sánchez tiene derecho a recurrirlo después. Y que sea el criterio técnico jurídico el que resuelva la discusión. Pero este tema se ha calentado tanto que ahora ya lo de menos es el riego en la corona norte de Doñana, sino el envite que el Estado le está haciendo a los andaluces. Porque va incluso más allá de la tradiciona­l autoridad moral que se arroga el socialismo para todo. Es un problema de sequía democrátic­a. El sanchismo está anteponien­do sus intereses electorale­s a las propias normas básicas del sistema. De los intereses generales ni hablamos. Y hay que reconocer que por fin Andalucía se ha plantado.

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MANUEL GÓMEZ
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