ABC (Sevilla)

SIN RELEVO PRESIDENCI­AL EN EE.UU.

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Los procesos de renovación de las élites son un indicador claro de la energía civil de una sociedad y, sobre todo, expresan un normal funcionami­ento dentro de las institucio­nes

EL pasado martes, Joe Biden anunció su candidatur­a para la reelección como presidente de los Estados Unidos en las elecciones de 2024. Aunque no sorprendió a nadie, todavía quedaba por confirmar lo que cada día parecía más probable. Bajo el lema «Terminemos el trabajo», el segundo presidente católico que ha tenido el país hizo público que aspirará a un segundo mandato. Las elecciones de 2024 se celebrarán poco antes de que Biden cumpla 82 años y, en el caso de que resulte elegido, el actual presidente permanecer­á en la Casa Blanca hasta los 86 años, una edad insólita para un cargo que exige mantener una tensión ejecutiva constante.

Estados Unidos es un país cuya Constituci­ón sanciona una edad mínima para ejercer la presidenci­a, pero no contempla ninguna edad máxima. El caso de Biden es significat­ivo no sólo por el dato biológico y por algunos síntomas de fatiga que ha evidenciad­o durante su mandato, sino por la incapacida­d que demuestra el Partido Demócrata para renovarse. Recordemos que en la campaña presidenci­al de 2020 Joe Biden dio a entender que no aspiraría a la reelección. El proyecto de su candidatur­a se concibió como una terapia de choque capaz de restituir cierta serenidad tras la legislatur­a de Donald Trump. En aquellos días, la idea que se deslizaba es que la veteranía de Biden serviría para romper la inercia trumpista, pero que al poco tiempo su vicepresid­enta Kamala Harris recogería el testigo y asumiría la máxima responsabi­lidad política de los EE.UU. El guion no se ha cumplido y la alternativ­a de Harris ha ido disolvién

INJERENCIA­S EXTERIORES, FALTA DE DIPLOMACIA

El saludo de apoyo enviado por Pedro Sánchez a los manifestan­tes que la noche del pasado sábado protestaba­n en Tel Aviv contra la reforma judicial del Ejecutivo de Benjamín Netanyahu provocó ayer la inmediata protesta del titular de Exteriores de Israel. El hecho de que el presidente del Gobierno hiciera pública su postura de apoyo como líder de la Internacio­nal Socialista no dose poco a poco hasta demostrars­e como una opción inverosími­l. Cada vez menos visible y con un liderazgo poco reconocibl­e, la que se proyectó como la gran esperanza demócrata ha terminado por consagrars­e como una alternativ­a fallida.

En el Partido Republican­o la situación no es demasiado diferente. Inmerso en un entramado de imputacion­es judiciales sin precedente­s y con un discurso crecientem­ente populista, cada vez se hace más probable que sea Donald Trump quien dispute la presidenci­a a Joe Biden. En junio, Trump cumplirá 77 años, una edad que demuestra que los republican­os, al igual que los demócratas, tienen problemas para construir nuevos liderazgos capaces de agregar mayorías. En el caso de Trump, rodeado de escándalos y acusacione­s, se hace todavía más extraño que no exista una alternativ­a conservado­ra y de amplio espectro que pueda proyectars­e como una opción de garantías y con la capacidad de devolver al partido cierta ortodoxia democrátic­a.

Los procesos de renovación de las élites son un indicador claro de la energía civil de una sociedad y, sobre todo, expresan un normal funcionami­ento dentro de las institucio­nes. La candidatur­a segura de Biden y la muy probable de Trump dan buena muestra de la crisis que actualment­e viven los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos. Tanto los republican­os como los demócratas tienen problemas para renovar su mensaje y se demuestran incapaces de construir liderazgos que conecten con las generacion­es venideras y que confronten una colección de problemas futuros cuyas soluciones, muy probableme­nte, se parecerán muy poco a las ya ensayadas por la generación de Biden y Trump. No es solo una cuestión local: el riesgo de que los más jóvenes desconecte­n de la política formal puede acabar generando una crisis de representa­ción de alto riesgo para una de las democracia­s más importante­s de Occidente y del mundo. resta gravedad diplomátic­a a un episodio que pone de manifiesto la falta de tacto de quien ejerce como jefe del Ejecutivo de España. La Internacio­nal Socialista no es un retiro desde el que, tras abandonar el poder y las responsabi­lidades públicas, observar el mundo para intentar cambiarlo, sino la organizaci­ón que Sánchez lidera mientras preside el Gobierno de un país que, como el resto del mundo libre, tiene en Israel un aliado de gran relevancia estratégic­a. Cualquier injerencia exterior está de más entre socios, y más aún en una materia, la reforma judicial, en la que el presidente del Gobierno no está libre de pecado.

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