Resultó ser
El asesino Revistas y fotos
nográficas. También había fotografías de jóvenes desnudos. Los vecinos de la víctima trasladaron a los investigadores que era habitual que el sacerdote recibiese en su casa a jóvenes y añadía que muchos de ellos eran soldados. Entonces, el foco se puso en el joven que salió apresuradamente minutos antes de que un vecino se alertara del fuego. La investigación aún depararía más sorpresas. En el cuarto de baño se encontró un papel con sangre. Quedaba desvelar a quién pertenecía. A los policías se les abría otra vía. El coche del capellán, un Ford Fiesta amarillo, había sido robado. Localizarlo podía llevar al asesino.
El mismo día 21 por la tarde fue visto el coche circulando por la avenida Ramón y Cajal. El conductor era Ignacio de Loyola Gómez Raimínguez. Tenía 20 años. Y lo más revelador para el caso, era un soldado destinado a Parque y Talleres de Artillería. El joven fue detenido por su presunta relación con el crimen de Jesús Fernández Soto.
El joven soldado admitió los hechos. Dio su versión de lo ocurrido a los policías durante la discusión que tuvo con la víctima en su piso, a la que había conocido en el club ‘Yambo’, frecuentado por homosexuales. Acabó en la vivienda del capellán porque éste le había prometido mediar para que le dieran permisos de salida.
Terminaron en el dormitorio, donde la víctima quiso que se desnudara. El soldado cogió un abrecartas y lo asesinó. Él también resultó herido en una pierna. Se hizo un torniquete en la herida y salió huyendo, prendiendo fuego al piso para borrar sus huellas. Lo que no logró.
Durante su estancia en la Prisión Provincial a la espera del juicio, protagonizó un intento de fuga. Fue condenado a 22 años de cárcel y a una indemnización de tres millones de pesetas. Le aplicaron la eximente incompleta de trastorno mental transitorio.
Ignacio de Loyola Gómez Raimínguez tenía 20 años y realizaba el servicio militar en Parque y Talleres de Artillería. Había conocido a la víctima en el club ‘Yambo’, frecuentado por homosexuales. Fue detenido horas más tarde del crimen conduciendo el coche del capellán. Confesó lo que había hecho. Fue condenado a 22 años de cárcel por el asesinato y a pagar tres millones de euros.
Los agentes comenzaron a sospechar que la muerte del capellán era un crimen sentimental en un ambiente de homosexualidad cuando descubrieron en su piso publicaciones pornográficas y fotos de jóvenes con escasa ropa. Además, algunos vecinos trasladaron a los investigadores policiales que solía ser habitual que la víctima recibiera en su piso a jóvenes. Y un dato clave común a todos estos visitantes: eran soldados.