ABC (Sevilla)

El futuro del centro derecha en Europa

- POR ÁNGEL RIVERO

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Los partidos del centro derecha parecen haber renunciado en el presente a liderar las políticas que hagan frente a los nuevos desafíos que encaran las sociedades europeas. Da la impresión de que estos partidos se han resignado a gestionar las economías en bancarrota que dejan como herencia los gobiernos de izquierdas, en lugar de formular programas políticos congruente­s con sus principios que puedan atraer a los votantes y que permitan su identifica­ción» N 2021, la derrota de la CDU en Alemania y la retirada de la vida política de Angela Merkel marcaron el final de una época del centro derecha europeo que vale la pena atender. La derrota de la CDU ponía fin a cuatro legislatur­as seguidas en el Gobierno que, más allá de un significad­o nacional, tenían un sentido europeo porque apuntaban a una crisis general de los partidos de este signo en toda Europa.

El hecho es llamativo por lo insólito, puesto que rompe con una tradición de gobierno del centro derecha de más de setenta años. Se tiende a olvidar que los partidos del centro derecha han sido en Europa occidental los pilares fundamenta­les de la democracia; que estos partidos crearon y desarrolla­ron el Estado del bienestar mediante conceptos como ‘economía social de mercado’ o de ‘subsidiari­edad’, y que la Unión Europea misma es obra de líderes del centro derecha como Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi. El pensamient­o de estos tres políticos católicos cristalizó en una democracia social, el modelo europeo, que proporcion­ó paz, seguridad, libertad y bienestar durante los llamados «treinta gloriosos», el tiempo que va de 1945 a 1975.

Se suele confundir esta democracia social con la socialdemo­cracia, y se piensa equivocada­mente que la política de consenso de la posguerra fue resultado del triunfo del centro izquierda, pero lo cierto es que todo ocurrió exactament­e al revés. La socialdemo­cracia, el socialismo democrátic­o, es resultado de la hegemonía del centro derecha en la Europa de la posguerra. Tras el abrumador triunfo de la CDU alemana en las elecciones de 1957, el SPD entró en pánico y en Bad Godesberg, en 1959, abandonó el marxismo y abrazó los ideales del centro derecha acuñando la fórmula: «La competició­n económica siempre que sea posible, la planificac­ión únicamente cuando sea necesario». El estatismo socialista se dejó de lado en favor del mercado y el marxismo se reemplazó por el humanismo cristiano.

EÚnicament­e en Gran Bretaña el protagonis­mo inicial en la construcci­ón del Estado del bienestar le correspond­ió a un partido que no formaba parte del centro derecha. Clement Attlee, tras su resonante triunfo electoral frente a Winston Churchill en 1945, inició la construcci­ón de la democracia social británica, pero ha de observarse que el mismo Attlee formó parte del gabinete de Churchill durante la guerra; que las bases económicas y la organizaci­ón del sistema las habían creado los liberales Keynes y Beveridge, y, lo más importante, que el Partido Conservado­r hizo suyo el proyecto en su ‘Industrial charter’ y lo desarrolló y administró durante las décadas de una hegemonía política que todavía perdura. En suma, los partidos del centro derecha crearon y administra­ron el sistema europeo de la democracia social.

Cuando el consenso de posguerra se quebró a resultas de la crisis del petróleo de los años setenta, fueron nuevamente los partidos del centro derecha los que llevaron la iniciativa en su reforma, formulando los principios de una ‘nueva derecha’ que restaurase la eficacia económica y la responsabi­lidad individual en unas sociedades cuyos gobiernos se habían alejado de los ideales del centro derecha. En el proyecto original de estos partidos se hacía hincapié en que una sociedad sana es la que es capaz de atender por sí misma sus necesidade­s pero que, dada la complejida­d de las sociedades modernas, otorga un papel subsidiari­o al Estado en su gestión. Hay que enfatizar que para estos partidos el propósito de la intervenci­ón del Estado quedaba circunscri­to a hacer a los individuos y a la sociedad independie­ntes y responsabl­es de su destino. Si el efecto de esta intervenci­ón era la creación de una sociedad desprovist­a de iniciativa y autonomía, pasiva y totalmente dependient­e del Estado, entonces cabría hablar de fracaso económico, pero también y, sobre todo, moral.

Margaret Thatcher denominó ‘socialismo’ a esta sociedad de la dependenci­a creada por la distorsión de la democracia social y su proyecto político se dirigió a restaurar la eficacia económica y la responsabi­lidad individual. Su éxito quedó certificad­o no únicamente en sus triunfos electorale­s sino en la capacidad que tuvo para atraer nuevamente al centro izquierda hacia las propuestas del centro derecha, como atestiguan el Nuevo Laborismo, la ‘tercera vía’ de Toni Blair en Gran Bretaña o el ‘Neue Mitte’ de Gerhard Schröder en Alemania. Curiosamen­te, la crisis de la socialdemo­cracia europea se ha asociado con su dependenci­a del modelo de la nueva derecha, el llamado neoliberal­ismo, y se ha propuesto como receta para su recomposic­ión la vuelta al modelo anterior. En cualquier caso, es importante señalar que, si la crisis de 2008 marca el declive dramático de la socialdemo­cracia, esta misma crisis inicia una decadencia menos pronunciad­a pero igualmente dramática de los partidos del centro derecha.

A diferencia de los dos episodios que acabo de reseñar, los partidos del centro derecha parecen haber renunciado en el presente a liderar las políticas que hagan frente a los nuevos desafíos que encaran las sociedades europeas. Da la impresión de que estos partidos se han resignado a gestionar las economías en bancarrota que dejan como herencia los gobiernos de izquierdas, en lugar de formular programas políticos congruente­s con sus principios que puedan atraer a los votantes y que permitan su identifica­ción.

Este vacío ha sido aprovechad­o por una variedad de partidos populistas que, ante el silencio discursivo del centro derecha, canalizan el enfado y la incertidum­bre producidas por la política limitada a la gestión y por las guerras culturales promovidas por la nueva izquierda, lo que acaba por fragmentar el espacio político y polariza la sociedad. Me parece que vale la pena recordar hoy que, en circunstan­cias desde luego muy distintas, lo que propició la hegemonía europea del centro derecha fue la propuesta de políticas conformada­s por principios claros compartido­s por la mayoría de la sociedad. Benjamin Disraeli dijo, tras la aprobación de la Ley de Reforma de 1867, que en una sociedad moderna «el cambio es constante y la gran pregunta no es si se debe resistir el cambio, que es inevitable, sino si ese cambio debe llevarse a cabo con deferencia a los usos, las costumbres, las leyes y las tradicione­s de la gente, o siguiendo principios abstractos y arbitrario­s». El éxito en el pasado de los partidos del centro derecha fue, justamente, formular propuestas políticas congruente­s con los valores mayoritari­os de la sociedad, algo que me parece también posible en las sociedades fragmentad­as del presente.

Ángel Rivero es profesor de Ciencia Política en la Universida­d Autónoma de Madrid

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