ABC (Sevilla)

Un paraíso de fuentes vacías

- EVA DÍAZ PÉREZ

No suena el agua en los surtidores, en el campo la tierra se agrieta en un garabato grotesco y se esquilman los veneros secretos de Doñana

HACE unos días estuve en Priego, donde el barroco y el agua forman uno de esos paisajes en los que la belleza no necesita explicarse. En la célebre Fuente del Rey los ciento treinta y nueve caños muestran una portentosa escenograf­ía de placer y sosiego, como si un pequeño Versalles se hubiera levantado en medio de una plaza de pueblo. El paraíso al alcance de todos. Sin embargo, por debajo del hermoso teatro artístico de piedra había un detalle inquietant­e. Allí, donde los manantiale­s corren desde hace siglos y suena el agua debajo de las casas, hay un estremeced­or silencio. Los vecinos señalan con preocupaci­ón que el nivel del agua sólo llega por debajo de la rodilla de uno de los personajes mitológico­s esculpidos en piedra. Y eso no ha ocurrido nunca…

Da miedo repasar las crónicas históricas y descubrir que la sequía está abriendo mapas nunca contemplad­os. Si en Priego no suenan los surtidores, es que nos precipitam­os a un abismo impredecib­le. En esa patria del agua, la Fuente del Rey casi vacía es una estampa apocalípti­ca, como de lugar de pesadilla distópica. Y ver la escultura de Neptuno y Anfítrite cabalgando sobre un carro tirado por caballos que ya no salen del agua, parece una escena de paraíso devastado, de ruina prematura.

En Sevilla los jardines del Alcázar parece que suenan de otra forma. Ya no hay ríos subterráne­os. Podemos adivinar que pronto se secará el Estanque de Mercurio y nos asomaremos al pavor de su fondo para ver las cosas perdidas hace años por los turistas. Hay eco de un vacío bajo el suelo y los cielos que perdimos olvidaron cómo era aquello que llamaban lluvia.

Nuestros paisajes poéticos están hechos de fuentes y surtidores. Es esa literatura del agua de Antonio Machado o Luis Cernuda con los patios y sus soledades sonoras de caños y estanques. Pero ya no canta el agua en esos paraísos interiores.

En los campos tampoco suena el agua y la tierra se agrieta en un garabato grotesco. Los frutos se secan y nos muestran su corazón arrugado de cosas muertas que nunca llegaron a ser. Mientras, se esquilman los veneros secretos de Doñana, la Atlántida mítica de Caballero Bonald. Es más, se ha convertido en campo de batalla política, como ese campo de Agramante del que escribió el escritor de nuestra Baja Andalucía. Ya se rendirán cuentas con la Historia.

No llueve, hace calor, no hay agua. Y nos asombran paradojas absurdas como que en los tiempos ‘modernos’ de la revolución/dictadura tecnológic­a se hagan rogativas por la lluvia y se saquen Cristos en procesión para que acabe la sequía. Tanto conocimien­to para nada… Quizás el futuro sólo sea el milagro de un manantial virtual que suene como lo hacía el agua vieja. Mientras, los dioses paganos mueren de sed en las antiguas fuentes mitológica­s. Y el poeta ya no tiene fuentes a las que cantarle.

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