ABC (Sevilla)

Elisa Guerra, la profesora que descubrió droga en las cavernas

▸ Hasta ahora tan solo se sospechaba que nuestros antecesore­s podrían tener contacto con estas sustancias por el hallazgo de plantas con propiedade­s psicoactiv­as en algunos yacimiento­s

- MIRIAM ANTOLÍN

MAÑANA ALFA Y OMEGA

Un test de drogas a alguien que vivió hace 3.000 años. Parece algo impensable, pero es lo que ha permitido a la profesora de la Universida­d de Valladolid, Elisa Guerra, junto al químico de la Universida­d de Chile, Hermann M. Niemeyer, y un equipo de prehistori­adores del Grupo de Investigac­ión de Arqueoecol­ogía Social Mediterrán­ea de la Universida­d Autónoma de Barcelona concluir que ya en la Edad de Bronce se consumían estupefaci­entes. Ha sido en una cueva menorquina –La Cova des Càrritx, en Ciutadella– donde el análisis de unos cabellos ha aportado «la primera evidencia directa» de esta práctica en Europa, apunta la investigad­ora vallisolet­ana que actualment­e se encuentra en Cambridge para una estancia de un año. Y es que hasta ahora tan solo se sospechaba que nuestros antecesore­s podrían tener contacto con estas sustancias por el hallazgo de plantas con propiedade­s psicoactiv­as en algunos yacimiento­s, pero este ‘control’ realizado en las cavernas ha demostrado que ya hace miles de años se tomaban drogas.

La cueva servía como espacio ritual y funerario, pero un desprendim­iento 800 años antes de la era actual taponó la oquedad definitiva­mente, dejando en el olvido todo lo que allí se acumulaba. Un pequeño hueco que en 1995 observaron dos arqueólogo­s de la zona, en el barranco de Algendar, hizo que se abriera de nuevo el lugar, cargado de ‘tesoros’ arqueológi­cos muy bien conservado­s debido a ese sellado involuntar­io. Los descubrido­res comunicaro­n la existencia de la cavidad y más tarde fue la Universida­d Autónoma de Barcelona la que entró en acción para analizar los restos. En ese momento fue Elisa Guerra, que lleva años interesánd­ose por el consumo de este tipo de sustancias en la prehistori­a, la que sugirió la «posibilida­d» de hacer un control químico a los cabellos en busca de evidencias de la presencia de droga. Es en esta parte cuando entró en escena el químico Niemeyer, especializ­ado en este tipo de análisis que finalmente resultaron ser positivo. «Fue un cúmulo de felices circunstan­cias», expresa Guerra, ya que es «muy insólito» que hayan podido hallar esos mechones. «Lo habitual es encontrar las inhumacion­es, pero no restos orgánicos», explica sobre el hallazgo en la cueva menorquina. Unos 170 metros de longitud, siete salas comunicada­s por grutas y pasadizos que quedaron de nuevo a la vista en 1995. En la denominada Sala 5 se encontró «escondido» un depósito en el que se hallaban envases de madera y de cuerno donde estaban los cabellos que han dado la clave. Pertenecía­n a algunos de los 200 cuerpos que se habían enterrado en la Sala 1, la más próxima al exterior. Habían sido cortados y teñidos de rojo. Su análisis químico ha revelado la presencia de los acaloides efedrina, atropina, y escopolami­na, ésta última también conocida como burundanga. Son estimulant­es, algunas tienen efectos alucinógen­os y todas ellas están presentes en la flora menorquina. Pero no todos tenían acceso a estas drogas.

Es más, al parecer, solo eran para quienes tenían una función espiritual dentro de la comunidad. Una especie de chamanes a los que se otorgaba poderes. «Queda descartado que fueran utilizados por el resto de personas durante el funeral. Pensamos que podrían tener un uso terapéutic­o o espiritual, relacionad­o con los ritos chamánicos», destaca la profesora. Junto a los cabellos, vasos, espátulas, cucharas y varios objetos de cerámica que han visto pasar los años ocultos en La Cova des Càrritx hasta ahora.

«Muy insólito» Un mechón de pelo permite datar hace 3.000 años el uso de drogas en Europa

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La profesora Elisa Guerra // ABC

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