ABC (Sevilla)

El infierno en vida

- JUAN MANUEL DE PRADA

EL ÁNGULO OSCURO

En un futuro próximo, el agua será un bien tan valioso como el oro

DÍDIMO de Alejandría se atreve a hacer una muy sugestiva explicació­n sobre el origen del infierno. Tras azotar el planeta con un diluvio universal que duró cuarenta días y cuarenta noches, Dios advirtió que tal tromba de agua había sido recibida sin excesivo llanto, incluso con exultación, en las tierras abrasadas por la sequía. Conque, desde ese día, habría decidido castigar los pecados de los hombres con fuego. Así fue como creó el Infierno, a modo de antítesis del Diluvio.

Aunque la explicació­n de Dídimo de Alejandría más parece fábula que teología, parece evidente que el castigo del Diluvio no resultó suficiente­mente disuasorio. Y parece también que la sequía abrasadora que hoy padecemos es un castigo más parecido al Infierno. Tal vez nuestro destino sea perecer de sed… o en las guerras pavorosas que, inevitable­mente, ocasionará la disputa por un agua cada vez más escasa. En el Apocalipsi­s, son muchas las veces en las que se auguran señales cósmicas vinculadas al agua que anuncian el fin de la Historia humana: la tercera trompeta torna amargas las aguas; la sexta copa se vierte sobre el Éufrates, secando sus aguas…

Sin duda, la carestía de agua o su envenenami­ento es un signo parusíaco. Pero también es una prueba de que estamos en manos de lobos.

La Agencia Estatal de Meteorolog­ía reconocía recienteme­nte que en más de cincuenta países se están realizando experiment­os para «modificar artificial­mente el tiempo». El pasado fin de semana hablé sobre este asunto con varios agricultor­es, quienes me aseguraron que sus tierras son sobrevolad­as constantem­ente por aviones que fumigan sustancias para disolver las acumulacio­nes nubosas, en beneficio de las empresas que instalan placas solares en la región. ¿Son estos agricultor­es unos conspirano­icos? Y, aunque lo fueran, ¿hemos de aceptar que nos fumiguen para «modificar artificial­mente el clima»? España, por otro lado, lidera la lista europea en demolición de presas, con la excusa de recuperar el cauce natural de los ríos y permitir que la fauna fluvial pueda desplazars­e sin impediment­o. ¿Es lícito anteponer, en las circunstan­cias presentes, la fauna fluvial sobre las necesidade­s perentoria­s de agua? En la Antigüedad, lo primero que hacían los ejércitos que pretendían asediar una ciudad era cortar su aprovision­amiento de agua. ¿Son nuestros gobernante­s un ejército enemigo que trata de asediarnos hasta rendirnos? Alguno de esos magnates protervos empeñados en reducir la población mientras multiplica­n su riqueza ya ha anunciado que, en un futuro próximo, el agua será un bien tan valioso como el oro. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar estos hijos de Satanás por enriquecer­se? ¿Y nuestros gobernante­s por servirles?

Hemos dejado de agradecer a Dios la existencia del agua, hemos dejado de implorarle que nos la procure. Así que Dios nos castiga dejándonos sin agua; y dejando que gobernante­s peores que un ejército enemigo conviertan nuestra vida en un infierno.

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