ABC (Sevilla)

Sevilla en Estados Unidos

- POR LOLA PONS LOLA PONS

TRIBUNA ABIERTA

Con 27 años, el joven estadounid­ense Harry Elkins Widener falleció ahogado en el naufragio del Titanic. Murió también su padre. Su madre, supervivie­nte, donó a Harvard, la universida­d donde había estudiado su hijo, los fondos necesarios para construir un imponente edificio que funcionara como biblioteca. Escribo desde otro continente, entre los libros de esa biblioteca: la Widener Library de la Universida­d de Harvard. Aquí, conociendo al hispanismo estadounid­ense, me he tropezado con mi ciudad.

No soy tan estrechame­nte nostálgica como para buscar a Sevilla en cada rincón del mundo al que viajo, nunca he conectado con ese español que visita la otra punta del mapa, pide tortilla de patatas y alega luego con suficienci­a y desdén que como la de España ninguna. Sé que hay varias «Sevillas» en Estados Unidos (en California, Georgia, Ohio, Florida...), como hay una «Andalusia» en Alabama que tiene 8.805 habitantes, más o menos la población de Santiponce. Reconozco la españolida­d de topónimos estadounid­enses como, por ejemplo, Montana, el territorio escarpado al que los españoles llamaron Montaña del Norte y que los angloparla­ntes redenomina­ron como Montana, sin la virgulilla de la eñe. No niego que es curioso y exótico que en Kansas City haya una especie de Giralda, levantada en 1967 como recuerdo del hermanamie­nto de las dos ciudades. Pero desde Harvard no es el hispanismo de la toponimia ni la hispanofil­ia estadounid­ense lo que me impresiona: me ha emocionado la huella de los profesores españoles que construyer­on en Estados Unidos el amor por la cultura y la lengua españolas. Y entre ellos, hay uno en particular: el sevillano Francisco Márquez Villanueva (1931-2013). Este Harvard al que me han invitado es el Harvard en que él dio clases.

Toda institució­n tiene una galería de agraviados, cabos sueltos por la mala manera de la incuria o del desprecio: el débito de la Universida­d de Sevilla con Márquez Villanueva es uno de ellos. Doctor en 1958, a Márquez no se le otorgó plaza en nuestra universida­d por expresa oposición de quienes eran entonces fuerzas vivas en la Hispalense. En 1959 marchó a Estados Unidos, primero a Harvard, luego otras universida­des hasta volver en su madurez académica y de manera definitiva a Harvard. Aquí fue enterrado en una ladera del cementerio de Mount Auburn donde yacen los profesores más queridos de la institució­n.

Paco Márquez estudió la literatura áurea, a Lope de Vega, a los moriscos en su triste expulsión, y fue, sobre todo, un eminente cervantist­a. Es curioso el paralelism­o entre ambos: Cervantes estuvo preso en Sevilla y Márquez, sin el rigor de los grilletes, se sintió preso también en nuestra ciudad. En una entrevista, el profesor declaraba que la España de la primera posguerra lo asfixiaba incluso físicament­e y que un día se sorprendió yendo de paseo con su novia por Sevilla y rompiendo a gritar, de impotencia y frustració­n, en la esquina de la calle Cuna. Al marchar a Estados Unidos no desairó a su ciudad: mantuvo contacto con sus antiguos compañeros de aula, con su colegio San Francisco de Paula (donde hoy se guarda parte de su biblioteca) y en los inicios del siglo XXI, mejor tarde que nunca, recibió merecidos parabienes de restitució­n: medalla de Sevilla, hijo predilecto de Andalucía y libro homenaje presentado en el rectorado de la Universida­d.

Ese libro con que lo homenajear­on se tituló ‘Dejad hablar a los textos’. Y eso, desde esta lejana tierra americana en que escribo, es lo que pienso terminando esta crónica: se deja hablar a una universida­d como esta de Harvard, dejo hablar sin displicenc­ia a este entorno estadounid­ense

Me ha emocionado la huella de los profesores españoles que construyer­on en Estados Unidos el amor por la cultura y la lengua españolas. Y entre ellos, hay uno en particular: el sevillano Francisco Márquez Villanueva (1931-2013)

cuya profundida­d intelectua­l y humanístic­a a veces ponemos en duda y veo desde aquí a una Sevilla en sepia que no era fácil tragar, al mismo tiempo que veo la sevillanía de Paco Márquez ejerciendo como profesor aquí, entre fichas de bibliograf­ía y citas de Cervantes, formando a discípulos que han mantenido en estas tierras de otro continente el gusto por la lectura de nuestros clásicos, el respeto a la filología que pone en el centro al texto y no al intérprete. Si las nubes le trajeron a Alberti, volando, el mapa de España, a mí en Harvard me han traído el de la Sevilla en que naufragó el profesor Márquez Villanueva; de alguna forma que no sé explicar bien, me he sentido orgullosa de pisar las aulas que fueron suyas y de ver desde aquí, tan lejos, que la Sevilla que lo expulsó ya no es la ciudad en que vivo.

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RAÚL DOBLADO
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