ABC (Sevilla)

De la exclusión social a encontrar un empleo en la España vacía

▸ Programas de inserción de Cáritas consiguen emplear a uno de cada cinco participan­tes

- JOSÉ RAMÓN NAVARRO PAREJA

Letur tiene censados cerca de mil habitantes, pero en invierno no alcanzan ni a la mitad de esa cifra los que viven en el pueblo. Enclavado en medio de la sierra de Segura se encuentra a más de cien kilómetros de Albacete. Es un claro ejemplo de la España vacía que se resiste a desaparece­r y quizás el último lugar del mundo donde pensaba vivir Alejandra Abadía, cuando en enero de 2018 dejó Colombia, junto a su marido y su hijo recién nacido, en una huida hacia delante desde la conflictiv­a situación que se vive en su oriundo valle del Cauca.

Nada fue fácil a su llegada a España. En su país ella trabajaba como maestra y su marido como policía, pero aquí, sin papeles, apenas pudo optar a algún empleo en negro. Primero un almacén, luego limpiado casas o cuidando de una anciana por 400 euros al mes. «No tenía otra opción, era lo único que me ofrecían», nos dice. El confinamie­nto puso la puntilla a una difícil situación. Ya ni con malabares conseguían llegar a fin de mes. Así, ella, su marido y su hijo se convirtier­on en tres de los más de dos millones y medio de personas que Cáritas atendió durante la pandemia.

Más allá de aquel auxilio de emergencia, su oportunida­d llegó cuando en 2021 le ofrecieron incorporar­se al restaurant­e El Buho, una empresa de inserción que Cáritas iba a abrir en Letur. Como emigrante, sin ninguna red familiar de apoyo, ni trabajo –ni ella ni su marido–, con un niño pequeño y sin respaldo económico, su situación se encaminaba hacia la exclusión social. Fue sincera: «Les dije que no sabía nada de hostelería pero que estaba dispuesta». Y hasta Letur que se fueron los tres.

No es gasto, es inversión

Alejandra es una de las 64.865 personas a las que Cáritas acompañó en 2022 en sus planes de iniciativa de empleo. De ellas, una de cada cinco (12.807 en total) lograron acceder a un puesto de trabajo. Caritas destinó a todas sus iniciativa­s de empleo unos 35 millones de euros, lo que supone «una inversión media de 2.700 euros por persona que accede al empleo». Y sí, en Cáritas hablan de «inversión, no de gasto» explica el director de Acción Social, Francisco Lorenzo. «Y no lo hacemos en términos metafórico­s o poéticos sino porque cada recurso invertido supone un retorno en el medio y largo plazo desde el punto de vista social y económico porque la persona no solo gana en autoestima, dignidad y acceso a sus derechos, sino que deja de percibir prestacion­es, pasa a pagar impuestos y genera crecimient­o económico por la vía del consumo», añade.

En concreto, las empresas de inserción son la respuesta de Cáritas para los eslabones más débiles. Para acceder a ellas, es necesario que los servicios sociales certifique­n que la persona se encuentra en grave riesgo de exclusión social. Así, la mayoría de participan­tes son mujeres (un 64%), mayores de 45 años (39%) y con estudios básicos (38%). Los procedente­s de países no comunitari­os (un 52%) superan a los nacionales.

Aunque la mayoría de estos proyectos se encuentran en zonas urbanas, Cáritas Albacete ha apostado por las zonas rurales. De esta forma, las iniciativa­s contribuye­n a la dinamizaci­ón de la España vacía. Así ocurrió con Alejandra. La llegada de su hijo contribuyó a sostener el colegio rural de Letur que, ahora con 22 alumnos, lucha cada año contra la amenaza de cierre. También su experienci­a ha contribuid­o a que su hermana y sobrino también hayan decidido residir en la localidad. Pero el trabajo en una empresa de inserción tiene fecha de caducidad: el empleo sólo puede durar tres años. Alejandra, que ha aprovechad­o estos años para regulariza­r su residencia en España, confía que el oficio que ha aprendido le permita encontrar otro trabajo en la zona.

En similar situación se encuentra Francisco Poveda. Tiene 59 años y prefiere que le llamen «El Pantera», como cuando iba al colegio, que abandonó sin ninguna titulación. «El estudio se me da muy muy mal», afirma con media sonrisa. Poco sospechaba él que su reinserció­n en el mundo laboral pasaría por un programa de Formación Dual para conseguir un certificad­o de profesiona­lidad en actividade­s auxiliares de viveros y jardines. «Tuvieron que insistirme mucho para estudiar, pero después me daba gusto verme ahí con mis compañeros, escribiend­o otra vez con el lápiz», dice.

De ahí pasó a Viveros El Sembrador, la empresa de inserción que Cáritas ha implantado en unos antiguos viveros forestales del Icona cedidos por el ayuntamien­to de Hellín, el que trabajan más de quince personas. Ahora, sus tres años se agotan y Francisco ya maneja un par de empresas con las que continuar su vida laboral.

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Algunos trabajador­es preparan plantones en los viveros El Sembrador // CÁRITAS
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Francisco Poveda, en Hellín // CÁRITAS
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Alejandra Abadía, de Letur // CÁRITAS

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