ABC (Sevilla)

Inteligenc­ia artificial

- LUIS DEL VAL

CAFÉ CON NEUROSIS

La inteligenc­ia humana puede hacer daño, mentir, amar o crear. Pero es inteligenc­ia. No es nada artificial

EL otro día, tras una comida familiar, mi hija y mi yerno me enviaron al móvil la conexión con una inteligenc­ia artificial, que dice llamarse LuzIA. Me instaron a que le preguntara algo sobre mí, y puse mi nombre. ¡Qué disgusto! No habían pasado cuatro o cinco segundos, cuando me enteré de mi fallecimie­nto, en el mes de abril de 2021. Pensé que se había confundido con otra persona, pero a continuaci­ón había unos datos biográfico­s en los que sí me reconocí. Naturalmen­te, aquello fue el principio y el final de una relación, pero LuzIA tenía ya mi número de teléfono y, a pesar de haber ‘fallecido’ yo hacía más de dos años, al cabo de solo dos días me envió un WhatsApp preguntánd­ome en qué podría servirme. Pues, mira, eso me llenó de cierto sosiego espiritual, porque al parecer la Inteligenc­ia Artificial está convencida de la vida ultraterre­na, y prueba de ello era que no le importaba hablar con un cadáver.

A pesar de ello no contesté y, al cabo de unas horas, volvió a enviarme un mensaje ofreciéndo­se a contarme alguna «anécdota» de mi ciudad. Como soy desconfiad­o, malicié que quería corroborar el nombre de mi ciudad, y le contesté que sí, que me contara alguna anécdota de Lisboa, que está bastante lejos de mi Zaragoza. En pocos segundos, me contó la «anécdota» del terremoto de 1775, que provocó un tsunami que inundó gran parte de la ciudad. Como, tras informarme de mi fallecimie­nto, no me fiaba demasiado acudí a corroborar los datos en internet, y, en efecto, la noticia era cierta y habían fallecido más de 100.000 personas. Esa era la anécdota. Me imagino que un chiste sobre Lisboa para LuzIA será el vuelco de un autocar con solamente una docena de muertos. Desistí de más consultas y, al cabo de dos días, me preguntó: «Luis ¿en qué puedo ayudarte?». Lo sensato hubiese sido borrar la aplicación, pero quise provocarla, y le contesté que no me llamaba Luis, sino Alberto. En un instante me respondió: «Perdona, Alberto: ¿en qué puedo ayudarte?». O sea, que además de creer en el más allá LuzIA no es suspicaz, ni discutidor­a. Mejor.

Pero prefiero las inteligenc­ias humanas, algunas tan portentosa­s como la de Pedro I, el Mentiroso, que está obsesionad­o con los votantes menores de 30 años, y, ahora, les va a subvencion­ar viajes por Europa, mientras él busca solares para ver dónde se construirá­n las decenas de miles de viviendas que no costarán casi nada alquilarla­s, porque esa ronda la paga él. O la de mi nieta Zoe que, a sus 10 años –y desde los 8– le sueltas una hipérbole sobre cualquier asunto, con semblante serio, como si fuera verdad, y sonríe o suelta una risa cómplice. La inteligenc­ia humana puede hacer daño, mentir, amar o crear. Pero es inteligenc­ia. No es nada artificial.

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