ABC (Sevilla)

No existe un «derecho al bautismo»

- JOSÉ RAMÓN NAVARRO PAREJA

siglo XIX con unos jardines preciosos», apuntó Andreu, sobre un entorno que calificó de «idílico». «Como ha sido improvisad­o no nos ha dado tiempo de preparar gran cosa», comentó el padre, que destacó que el niño se portó muy bien y no había llorado en ningún momento.

«Ya decidirá»

«Yo no estoy bautizado. Sería hipócrita hacerlo por mi parte», confesó. Por el contrario, la madre sí que recibió este sacramento, aunque matizó que su familia lo hizo «por tradición». «Cuando tenga uso de razón, ya decidirá», zanjó.

De momento, el volumen de peticiones es manejable: se han registrado tres solicitude­s más para el mes que viene en una ciudad con 800.000 habitantes. Tras el ‘estreno’ junto antes de los comicios del 28 de mayo, el alcalde, como ocurre en las bodas, delegará su competenci­a en los concejales, que serán los encargados de dirigir el acto protocolar­io.

La iniciativa no es ni mucho menos novedosa, aunque ha tenido una acogida tibia en los alrededor de 170 municipios –según datos recogidos por la organizaci­ón Cullera Laica– en los que se ha implantado a lo largo de la geografía española desde que se produjo el primero, en el año 2004, en la localidad catalana de Igualada. De hecho, en otras poblacione­s valenciana­s su incidencia es residual.

En Benidorm no constan registros salvo una aparición en prensa en 2010 y en Paterna suman nueve desde 2018. En Elche, en los quince primeros meses desde que se implantó en julio de 2021, se registraro­n trece solicitude­s, mientras que en Alzira llevan siete en ocho años. Cifras pobres para ciudades con multitud de residentes. Por contra, fuera de la región, en Vigo, se contabiliz­ó una por semana en 2018, tal y como esgrime la hemeroteca.

Eso sí, a diferencia de lo ocurre en otros sitios, donde se abona la misma tasa que en una boda civil, en Valencia la ceremonia es gratuita. Los gastos de ocupación del espacio –propiedad del consistori­o– y del personal responsabl­e del mismo corren a cargo de las arcas municipale­s.

Desde el Arzobispad­o, de momento, guardan silencio sobre esta medida. El obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Mundina, sí se pronunció al respecto cuando el ayuntamien­to de la capital del Turia anunció la iniciativa en febrero. Para ello solo utilizó una cita del filósofo Aristótele­s: «La peor forma de desigualda­d es querer hacer iguales las cosas desiguales».

« Dum excusare credis, accusas», decía san Jerónimo en una de sus Cartas. Una máxima que bien podría haber tenido en cuenta ayer Joan Ribó cuando repetía hasta la saciedad que la ceremonia que acababa de presidir, por primera vez en Valencia, «no es un bautizo civil; se llama como se llama: bienvenida a la ciudadanía».

Ribó se empleó con vehemencia en un vano intento de desligar del rito de iniciación cristiana su inventada ‘ceremonia’ cuando, él mismo, había contribuid­o a proponerla como alternativ­a. En febrero, al presentar la decisión tomada por el Consistori­o para «propiciar la celebració­n de ceremonias civiles de bienvenida a la ciudadanía a los recién nacidos», Ribó sostenía que era un paso «muy importante para garantizar los derechos de los niños y niñas, y a la vez tener una ceremonia para aquellas personas que no quieran acudir a las celebracio­nes religiosas». «Es importante que todos los valenciano­s estemos en igualdad de derechos», insistía.

Según estas palabras de Ribó, ¿en qué derechos no eran iguales los valenciano­s hasta la creación de este ritual laico? ¿Cuáles no estaban suficiente­mente garantizad­os como para que fuera necesario implantar la ceremonia? No ha dado respuesta, pero ayer mismo echaba mano de datos sociológic­os para contrapone­r, de nuevo, que frente al «58% que es creyente», el «38% de los valenciano­s se declara ateo, agnóstico o laico», y justificar así la necesidad de esta ceremonia.

Valencia no es la primera ciudad española en la que se instauran estos ‘bautizos laicos’, pero sí la que se ha empleado más a fondo para justificar su implantaci­ón como una forma de garantizar la «igualdad de derechos». Una fuerza que parece desproporc­ionada para un acto simbólico, sin ningún valor legal y que, de momento, sólo han solicitado tres familias. Circunstan­cias que hacen evidente que la intención de Ribó va más allá de responder a las necesidade­s de un sector de la población.

En realidad, la estrategia es bien conocida en ámbitos políticos y consiste en el uso del ‘lenguaje

ANÁLISIS

acordado’ una práctica que implica el utilizar términos que no aparecen en las diversas convencion­es de derechos humanos pero que, a través de la repetición constante, contribuye a cambiar el sentido de lo establecid­o en las normas de los estados y acaban imponiendo nuevas obligacion­es.

Así, no existe un «derecho al aborto», ni a la eutanasia, como tampoco lo existe a «tener un hijo» o la «maternidad subrogada». No, no existen. Ni aparecen en la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos ni el capítulo segundo de la Constituci­ón Española, pero el uso constante de la terminolog­ía ha conseguido que calen en la sociedad y que incluso los acabemos asumiendo como fundamenta­les.

Tampoco existe el «derecho al bautismo» que parece haber inventado Ribó al insinuar que, sin su «ceremonia de bienvenida a la ciudadanía», quienes no son creyentes no gozarían de «igualdad». Tanto la Carta Magna, como las convencion­es internacio­nales, lo que garantizan es «la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidade­s», lo que implica, de facto, la opción de no pertenenci­a a ningún credo. Después, será cada una de las religiones las que establezca sus propios ritos de iniciación, como el bautismo en los cristianos. Por tanto, «todos los valenciano­s», a los que se refiere Ribó, tienen los mismos derechos: pueden pertenecer o no a una credo, igual que pueden participar o no en los ritos que éste proponga.

Ni creyentes, ni ateos, ni agnósticos sufren, por tanto, ninguna discrimina­ción, que justifique la creación de un «bautizo laico» y menos desde una administra­ción pública. Es más, cuando la Constituci­ón establece la aconfesion­alidad del Estado, ¿qué sentido tiene que un Ayuntamien­to acabe calcando un ritual religioso para dar respuesta a quienes no son creyentes? ¿Es esta reivindica­ción del «derecho al bautismo» un paso hacia la creación de una confesión estatal, de corte laicista?

Las respuestas solo podemos encontrarl­as en la actitud vehemente del alcalde. «Dum excusare credis, accusas», decía san Jerónimo, que traducimos como «mientras piensas que te estás excusando, te acusas». Y con eso en mente recuerden la repetida justificac­ión de Ribó: «No es un bautizo civil».

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Los padres de Roc y el alcalde de Valencia, Joan Ribó // MIKEL PONCE
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