Comando electoral
La justificación del pacto con Bildu ha sido el más triste de todos los errores que ha cometido Espadas
EL último comando de ETA no es clandestino, sino público, y no tiene como objetivo acabar con la vida de personas, sino con la dignidad de la política. Se trata de los 44 terroristas, detenidos en su día por las fuerzas de seguridad y condenados en los tribunales, que integrarán las listas de Bildu en el País Vasco y Navarra, siete de ellos con delitos de sangre. Algunos de ellos aspiran a ser concejales en la misma localidad donde cometieron sus crímenes, para mayor humillación de las víctimas. A la formación filoetarra le ha tocado la lotería con Pedro Sánchez, quien va atendiendo una a una todas sus reivindicaciones: primero el acercamiento de presos, luego la entrada en las instituciones, más tarde una amnistía más o menos generalizada y probablemente el gobierno vasco, si se dan la circunstancias. Cuando ETA decidió abandonar la senda del terror para intentar llegar a sus objetivos por la vía pacífica no podía imaginar que la travesía iba a ser tan cómoda. Poco a poco, van recorriendo los pasos marcados en la hoja de ruta hacia la independencia ante el entreguismo de un presidente dispuesto a lo que sea con tal de mantenerse en el poder. Con la inclusión de terroristas confesos y no arrepentidos en las listas electorales Bildu no solo se apunta una victoria política, sino que deja bien a las claras quién lleva las riendas en el acuerdo alcanzado con el PSOE. Un analista político escribiría que los herederos de los pistoleros consolidan su posición predominante en los equilibrios de poder; en mi pueblo diríamos que se han sacado el nastro.
La configuración de este comando electoral de la post-ETA deja en muy mala posición a Juan Espadas, quien hace solo unos días justificaba los acuerdos de Sánchez con Bildu en una notable entrevista de la compañera Teresa López Pavón. El secretario general de los socialistas andaluces venía a decir que el pacto había sido muy productivo, un ejercicio de pragmatismo poco entendible en una tierra que ha pagado con peaje de sangre las aspiraciones de los independentistas vascos. Espadas tenía muchas formas de responder a la pregunta y eligió la alternativa más triste, porque valoraba los votos de los herederos de ETA y olvidaba a los que cayeron bajo las balas de los pistoleros.
La política no es —o no debe ser— un ejercicio contable en el que todo lo que suma vale. En el PSOE se echa de menos alguien con altura moral para decir ‘ por ahí no paso’, aunque ello suponga perder votaciones en el Congreso. Negociar con partidos que llevan a asesinos en sus listas electorales supone despojar a la gobernabilidad de todo atisbo de dignidad. Los socialistas hace tiempo que redujeron la política a una cuestión matemática, cuando es un arte mucho más complejo. Derrotas parlamentarias cimentadas en la decencia podrían llevar a ganar batallas electorales, pero ese es un experimento que Sánchez —y a lo que se ve Espadas— no va a asumir.