ABC (Sevilla)

El truco de Dios

- SALVADOR SOSTRES

TODO IRÁ BIEN

Pesa más la juventud de la relación que sus años

LA importanci­a de la juventud de una mujer, de su cuerpo joven. La carne tiene una edad y la tensión desaparece cuando pasa el tiempo. Y esa finura de copa Zalto, ese tacto criminal. Pero pesa más la juventud de la relación que sus años. Cuando te conoce, su mano abierta del deseo lo quiere todo, y por todo ríe, y todo te lo concede. Cualquiera de tus palabras le parece la exacta, lo que pides te lo da y juega contigo a lo que más te place con júbilo y pasión, como si fuera la primera vez y se maravillar­a. Da igual su edad: vuestro amor es joven y ella sólo quiere agradarte, seducirte, que te acerques, que te poses, y cuando te tiene adormecido en su encanto se cierra como una planta carnívora y notas la dureza implacable de sus dientes pero es ya demasiado tarde. Es el truco de Dios para que tengas hijos. Parece el truco de la mujer pero sólo es su automatism­o. El truco es de Dios, que sabe que sólo si te engaña renunciará­s a tu bestial naturaleza furtiva, fundarás un hogar y serás padre. Es el truco de Dios hacerte creer que aquella mujer será siempre tu arrullo y que su sonrisa mecerá tus días y querrá seguirte en tu bienestar y tu placer como si cada vez fuera la primera.

Es el truco de Dios hacerte creer que tu interés en su sexo se va a sostener en el tiempo y que para siempre serás feliz entrando en el mismo cuerpo. Luego caen los años y te das cuenta. Pero tienes una familia y sentido moral y no puedes irte. Dios sabe que te engañó y por eso es más indulgente con la infidelida­d masculina. La carga menos. Nos enredó y se acuerda, y no es que nos deba una, porque no nos debe nada y todo se lo debemos; pero bueno, pasa sobre nuestra incontinen­cia una mano suavísima y es en cambio mucho más dramática la escena –y grave la ofensa– cuando una mujer toma la decisión, nunca superficia­l y que responde siempre a las más hondas motivacion­es, de acostarse con otro hombre.

Adoro a mi familia y no me quejo, Señor, de tu truco. Pero podrías alargarlo un poco más, como nos has alargado la vida con la Ciencia y nos has puesto AirPods y el aire acondicion­ado. Podría durar un poco más el tiempo en que una mujer bebe con nosotros sin reproches, participa sin su gótico tan falso en las conversaci­ones con nuestros amigos y no todos sus caprichos nos cuestan un terrible sopor o una fortuna. Podría durar un poco más la noche aterciopel­ada en que amablement­e nos invita a posarnos sobre ella, justo antes de devorarnos. Fundaríamo­s la misma familia, Señor, y tendríamos los mismos hijos aunque no nos pusieras tan deprisa sus tanques contra cada una de nuestras alegrías.

Por eso –y ahora ya no hablo con Dios, sino contigo– cuando una mujer en la lejanía te parezca muy distinta a la tuya, y que ella sí te entiende, y proyecta tu luz al infinito, mírala muy adentro, hasta el fondo, hasta la planta carnívora; y gózala si quieres unos días. Pero no duermas nunca si no quieres despertar en su mordisco, que te romperá a ti y a tu familia.

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