«Verle en la lista es una pesadilla»
HABLAN LAS VÍCTIMAS
CARMEN LUCAS-TORRES /
María José Alcocer Saz tenía 30 años cuando ETA asesinó a su padre, el comandante del Ejército de Tierra en la reserva Jesús Alcocer Jiménez, el 13 de abril de 1984. Los terroristas lo habían intentado dos veces. La primera, con una bomba lapa en 1978 que estalló diez segundos antes de que el empresario (tenía cuatro supermercados en Pamplona) y su hija llegaran al vehículo en la Avenida Carlos III de la capital navarra, como recuerda ella misma a ABC. Poco después, le esperaron en la puerta de su casa para dispararle, pero él cambió sus planes y frustró los de los terroristas.
Finalmente acudieron a Mercairuña, donde el militar retirado iba a comprar todas las mañanas según les informó el condenado Juan Carlos Arriaga Martínez, ahora número tres de la lista de Bildu en Berrioplano (Navarra), y le dispararon con resultado de muerte. «Ver que esta persona, que facilitó toda la información e hizo el seguimiento a mi padre siendo consciente de cuál iba a ser la consecuencia, va en una lista electoral es una pesadilla». Arriaga fue condenado a 29 años de prisión por planear el crimen de Alcocer y la huida de los asesinos que colocaron una bomba en el coche en el que escaparon, que estalló cuando los policías Tomás Palacín y Juan José Visiedo inspeccionaban el vehículo. También murieron en el acto.
«Si hoy me lo encontrara, soy incapaz de saber cómo reaccionaría: no sé si le ignoraría, si le diría algo... Me lo he planteado muchas veces. Que pueda
«De repente no ha pasado nada, ahora nosotros somos los malos y los asesinos son los buenos»
ocupar un puesto en un ayuntamiento era lo último que nos podíamos imaginar y nos está haciendo revivir todo otra vez a las cuatro hermanas. Estamos consternadas», añade María José. Considera que la llegada a la política de condenados de ETA por delitos de sangre les blanquea: «De repente aquí no ha pasado nada. Las víctimas ahora somos las malas y los asesinos los buenos. Los que quieren pasar página de todo lo que pasó son ellos, pero nosotros no podemos», reflexiona. No puede evitar recordar el tiempo del silencio, cuando su círculo más cercano les dio la espalda: «Los vecinos, clientes que dejaron de venir a comprar o mi amiga más íntima ya no me volvió a hablar. Oír eso de ‘algo habrá hecho’ te mataba».