Vendrá la muerte
El Sevilla se acerca cada vez más a Budapest. Fue muy superior a una Juventus que vive las horas bajas de un poeta melancólico. El poeta, esperamos, morirá en el Sánchez-Pizjuán.
Fue en Turín donde tuvo lugar una de las leyendas literarias más célebres de la historia. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche, al salir de su vivienda en la Calle Carlo Alberto, vio a un cochero fustigando de forma salvaje a un caballo, hasta que éste cayó derrengado. El filósofo, que ya atravesaba momentos de clara inestabilidad emocional, recriminó duramente su actitud al cochero y abrazó al caballo. Tras pronunciar una enigmática frase —«mamá, soy tonto»— y romper en sollozos escandalosos, quedó inconsciente y colapsó. Tras el accidente, enmudeció durante una década, hasta el momento de su muerte.
Nietzsche representa como pocos el espíritu del romanticismo. Anoche, el Sevilla F.C. viajaba a Turín en busca de una nueva gesta romántica, en el mismo estadio en el que levantó su tercera Europa League frente a uno de los clubs más legendarios —si no el que más— de Europa, y desde luego de Italia. Pero esta gesta romántica no debía concluir, como el episodio de Nietzsche, en una desgracia.
Llovía cuando comenzó el partido frente a la Juve, y era inevitable recordar otra célebre muerte literaria turinesa: la de Cesare Pavese. «En Turín lloviznaba. Todo estaba fresco, melancólico y neblinoso», escribió Pavese en su novela Entre mujeres solas. Mente compleja, melancólica y atribulada, Pavese se quitó la vida a la temprana edad de los 42 años, incapaz de soportar el peso de la vida y sobre todo el desamor de la joven actriz norteamericana Constance Dowling. A ella iba dedicado el poema con uno de los comienzos más imborrables de la historia de la literatura europea contemporánea: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
Solo pronunciar su nombre, Juventus de Turín, produce vértigo. Su palmarés es tan extenso como universal su leyenda. Pero en los últimos años, como Pavese, es un alma decadente, comida por la melancolía, incapaz de afrontar con espíritu y garra su propio albedrío. Por eso, durante la mayor parte del partido, tuvimos la sensación de que la Juve tenía poca pólvora, escasa mordiente, discretas ganas de luchar.
El gol de la Juventus en el último córner, ya fuera de la hora del descuento, nos supo como un jarro de agua fría. Pero el agua tampoco nos resultó helada: durante todo el partido, el Sevilla se mostró cómodo sobre el terreno de juego, muy superior a una Juve que vive horas bajas.
Hasta el minuto 25, los turineses tuvieron algunas ocasiones y cierto peligro, pero con el gol de En-Nesyri el partido pareció volcarse claramente hacia las aspiraciones sevillistas. Fue una primera mitad de imposición de juego por parte del Sevilla, frente a una Juventus muy desnortada.
Hasta su retirada por molestias hacia el minuto 34, Ocampos había sido uno de los jugadores más valiosos del partido. Definitivamente, con Mendilibar, Ulises ha regresado a Ítaca por la puerta grande. Pero en cada partido, ya que esta crónica de hoy va de poetas, nos recuerda el célebre poema de Kavafis: «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo / lleno de aventuras, lleno de experiencias». El camino de Ocampos hacia la final de Budapest, cada vez más cerca, está plagada de heroísmos. El argentino se ha convertido en uno de los jugadores más decisivos de este Sevilla, a fuerza de tesón y audacia, como la del viejo Ulises.
No está para nada solo. Comparte embarcación con Acuña, con Badé, con Gudelj, con un Rakitic que es insuperable en los partidos en que está inspirado. Una tripulación de altura, que en todo este tiempo, a los mandos de Mendilibar, solo sabe remar y remar, sin echar cuenta a los cantos de sirena que puedan hacerles olvidar su verdadero propósito: levantar la séptima.
Si uno piensa en un italiano, no es difícil visualizar a Massimiliano Allegri, el entrenador de la Juve. Anoche, se presentó de etiqueta en su estadio. Mendilibar, en cambio, recurrió, una vez más, al chándal. El chandalismo es mucho más que una vestimenta. Es una actitud, una forma de estar. Como si nunca se abandonara el entrenamiento, como si todo el tiempo se estuviera preparando un partido.
El gol de la Juve, fuera de hora, en el último córner, fue un jarro de agua fría. Pero, más allá del fastidio por saldar el encuentro con un marcador tan embustero, la verdad es que el agua no nos pareció congelada. El Sevilla es mucho mejor que esta Juve. Que, como Pavese, morirá, pero no en Turín. Vendrá la muerte y tendrá los ojos del Sánchez-Pizjuán.