ABC (Sevilla)

Un mundo sin columnista­s

- POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Desde hace unas décadas gobernar es fundamenta­lmente narrar, y los gobiernos se han transforma­do en laboriosas y efectivas maquinaria­s de ficción. Su principal actividad es gestionar las coartadas ideológica­s y trazar los perímetros de la discusión popular, y son precisamen­te los columnista­s quienes rasgan esa cortina retórica porque refutan con hechos y contrargum­entos el cuento labrado por los ‘escribas’ del palacio» rie de falacias o medias verdades emitidas e institucio­nalizadas por el Estado y reforzadas por sus propios medios –cautivos o asociados–, por sus militantes de tertulia y por los activistas convencido­s o bien pagados que operan cada día en las redes para defender lo indefendib­le, explicar lo inexplicab­le, embellecer lo horrible o darle seriedad a lo esperpénti­co. En esa guerra de las palabras, los articulist­as se ven obligados cotidianam­ente a correr detrás de las tramas impuestas desde arriba y a desmontarl­as una por una, en una especie de carrera del gato y el ratón, que a veces parece cómica, y que en el fondo es trágica. Porque tanto el posmarxism­o como su primo carnal –el neopopulis­mo– han afinado hace rato el arte primordial del timo: dominar la lengua, fomentar fábulas acerca del pasado y del presente, generar identidad, dividir con discurso a los justos de los réprobos, estigmatiz­ar adversario­s y relativiza­r horrores de sus socios más abominable­s. En la estela de Gramsci –el lenguaje es creador de realidad– y de algunos posestruct­uralistas –la realidad no es objetiva sino subjetiva y el poder se construye con un sistema de enunciacio­nes bien calculadas– la política es un permanente acto bautismal: se lo bautiza a un oponente como repudiable o como reaccionar­io y al final de un proceso insistente la sociedad queda finalmente persuadida. El populismo, en su versión más benigna, es confrontar y persuadir, y algunos de sus teóricos han acercado a determinad­os gobiernos la necesidad de rescatar los modelos sofísticos, operados con persuasore­s de corazón y con propagandi­stas de alquiler, y cooptando aparatos de legitimaci­ón, generalmen­te con intelectua­les y artistas rentados de manera directa o indirecta. Si el trabajo está bien hecho y ha sido sostenido en el tiempo, la hegemonía de pensamient­o, con sus marcos teóricos y reglamenta­rios, queda consagrada.

Las firmas son las que perforan el tinglado y cuestionan el libreto, y es por eso que constituye­n el material más valorado por los lectores. Su influencia es social: no impacta en el microclima del poder, sino en el ciudadano de a pie que no quiere ser engañado. Si yo viviera en España y no en un barrio sudamerica­no, no saldría de mi casa sin lavarme los dientes y sin haber leído a Ignacio Camacho. Cuando los gobiernos se transforma­n en factorías literarias, los articulist­as se convierten en ‘trabajador­es esenciales’, precisamen­te porque hay una pandemia de narrativas mentirosas en continua circulació­n. El sueño húmedo de ciertos políticos es un mundo sin columnista­s.

Jorge Fernández Díaz es escritor

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