Un mundo sin columnistas
FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
«Desde hace unas décadas gobernar es fundamentalmente narrar, y los gobiernos se han transformado en laboriosas y efectivas maquinarias de ficción. Su principal actividad es gestionar las coartadas ideológicas y trazar los perímetros de la discusión popular, y son precisamente los columnistas quienes rasgan esa cortina retórica porque refutan con hechos y contrargumentos el cuento labrado por los ‘escribas’ del palacio» rie de falacias o medias verdades emitidas e institucionalizadas por el Estado y reforzadas por sus propios medios –cautivos o asociados–, por sus militantes de tertulia y por los activistas convencidos o bien pagados que operan cada día en las redes para defender lo indefendible, explicar lo inexplicable, embellecer lo horrible o darle seriedad a lo esperpéntico. En esa guerra de las palabras, los articulistas se ven obligados cotidianamente a correr detrás de las tramas impuestas desde arriba y a desmontarlas una por una, en una especie de carrera del gato y el ratón, que a veces parece cómica, y que en el fondo es trágica. Porque tanto el posmarxismo como su primo carnal –el neopopulismo– han afinado hace rato el arte primordial del timo: dominar la lengua, fomentar fábulas acerca del pasado y del presente, generar identidad, dividir con discurso a los justos de los réprobos, estigmatizar adversarios y relativizar horrores de sus socios más abominables. En la estela de Gramsci –el lenguaje es creador de realidad– y de algunos posestructuralistas –la realidad no es objetiva sino subjetiva y el poder se construye con un sistema de enunciaciones bien calculadas– la política es un permanente acto bautismal: se lo bautiza a un oponente como repudiable o como reaccionario y al final de un proceso insistente la sociedad queda finalmente persuadida. El populismo, en su versión más benigna, es confrontar y persuadir, y algunos de sus teóricos han acercado a determinados gobiernos la necesidad de rescatar los modelos sofísticos, operados con persuasores de corazón y con propagandistas de alquiler, y cooptando aparatos de legitimación, generalmente con intelectuales y artistas rentados de manera directa o indirecta. Si el trabajo está bien hecho y ha sido sostenido en el tiempo, la hegemonía de pensamiento, con sus marcos teóricos y reglamentarios, queda consagrada.
Las firmas son las que perforan el tinglado y cuestionan el libreto, y es por eso que constituyen el material más valorado por los lectores. Su influencia es social: no impacta en el microclima del poder, sino en el ciudadano de a pie que no quiere ser engañado. Si yo viviera en España y no en un barrio sudamericano, no saldría de mi casa sin lavarme los dientes y sin haber leído a Ignacio Camacho. Cuando los gobiernos se transforman en factorías literarias, los articulistas se convierten en ‘trabajadores esenciales’, precisamente porque hay una pandemia de narrativas mentirosas en continua circulación. El sueño húmedo de ciertos políticos es un mundo sin columnistas.
Jorge Fernández Díaz es escritor