ABC (Sevilla)

La violencia como patrimonio moral

- IGNACIO CAMACHO

UNA RAYA EN EL AGUA

Las listas de Bildu retratan a Sánchez como cómplice de un partido capaz de declararse orgulloso de su legado de sangre

EN el desgaste de la figura de Sánchez hay dos factores fundamenta­les: uno es la inconsiste­ncia de su palabra, el abuso de la contradicc­ión y la mentira, y el otro sus alianzas con las fuerzas separatist­as. Ambos aparecen fundidos en el escándalo de las candidatur­as de Bildu, el más repudiado de los partidos con los que prometió –«si quiere se lo digo veinte veces»– que jamás pactaría. La exhibición de arrogancia de los tardoetarr­as ha desconcert­ado a los dirigentes socialista­s, que durante dos días han guardado un ominoso silencio a la espera de consignas y finalmente, ante la oleada de indignació­n general, se han visto forzados a proclamar con la boca chica una especie de repugnanci­a sobrevenid­a. Hay votos en peligro y desde arriba ha debido de llegar la orden de mostrar cierta empatía con las víctimas, sin exagerar para que no crujan demasiado las costuras del bloque ‘progresist­a’. Demasiado tarde: el debate sobre la ilegalizac­ión ha llegado otra vez a la puerta de la Justicia y la oposición no parece dispuesta a dejar que la oportunida­d se le vaya viva.

En principio, la legalidad de Bildu está blindada por una sentencia del Constituci­onal del año 2011, en plena negociació­n entre ETA y Zapatero, quien ha reconocido que ese paso formaba parte de las contrapart­idas del proceso. Pero la inclusión en listas electorale­s de terrorista­s condenados sin arrepentim­iento, expresamen­te prohibida en la ley de Partidos, abre la posibilida­d de una revisión a la luz de un hecho nuevo que muestra un vínculo directo entre la banda disuelta y sus herederos. Hay más evidencias, ya puestos; por ejemplo, el vídeo donde Otegi utilizaba la primera persona del plural –«tenemos doscientos presos»– para justificar ante su gente el apoyo al Gobierno. Aunque tenga el TC bajo control, Sánchez no va a poder evitar que ningún ciudadano con los ojos abiertos vea en el gesto de sus aliados un desafío manifiesto al Estado de derecho. Y unas cuantas frases de laboratori­o no bastan para sacarlo del aprieto.

Al presidente se le ha caído el argumentar­io de la reinserció­n política y social del terrorismo en el marco democrátic­o. Lejos de desmarcars­e siquiera en apariencia de un pasado reciente de secuestros y asesinatos, sus socios están orgullosos de reivindica­rlo. Lo asumen al punto de exhibir como un mérito los alias criminales de los candidatos a alcaldes de localidade­s en que mataron a sus paisanos. Así declaran la violencia como un patrimonio moral irrenuncia­ble y rechazan su propio blanqueo para proclamar que la sangre derramada es su legado, la herencia sobre la que aspiran a legitimar sus cargos. Y el PSOE sanchista come de su mano mientras se pregunta la causa del rechazo que genera su liderazgo. Quizá los espejos de La Moncloa también estén trucados, como las encuestas de Tezanos, para que el inquilino no contemple en ellos su verdadero retrato.

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