Arrojados a la vida
TIEMPO RECOBRADO
Todo forma parte de un devenir que nos arrastra y que nos lleva de un sitio a otro como la corriente de un río
ABRUMADO por el afecto de amigos y compañeros, me ha sacudido estos días un sentimiento de nostalgia, surgido de la conciencia del paso implacable del tiempo. Acabo de cumplir 68 años y no puedo ignorar que he entrado en la recta final de la vida. Lo que importa no es tanto el lugar en el que uno se encuentra como el camino por el que ha llegado. Lo malo y lo bueno, la alegría y la tristeza, los éxitos y los fracasos forman parte de un trayecto que no hemos podido elegir, en el que casi todo nos ha venido dado por el azar y el destino. Lo que de verdad ha merecido la pena es vivir esos momentos.
Me pedía un querido colega que describiera mi mejor recuerdo y le respondí de forma espontánea que todas las imágenes del pasado se confunden en mi cabeza. Como en un caleidoscopio en el que se combinan los cristales de colores. El tiempo lo asimila todo de tal forma que las contradicciones dejan de serlo y se muestran como parte de un proceso cuya lógica es inexplicable.
Estoy entrando en el terreno de la mística y no quiero hacerlo. Siempre me he considerado un cartesiano, convencido de que todo tiene una explicación racional. Pero cada vez tengo más la impresión de que mi vida ha sido movida por una mano invisible cuyos dictados han sido caprichosos.
Es una gran verdad que todo lo que nos sucede resulta imprevisible. Y eso vale para lo personal como para lo colectivo. Nadie puede predecir con la seguridad de acertar el escenario político de este país cuando los ciudadanos voten a finales de año. Y todavía menos lo que nos deparará el futuro a cada uno.
Apuntaba Heidegger que somos seres arrojados al mundo. Así es. No podemos elegir ni cuándo ni dónde nacemos. Y tampoco muchos de los acontecimientos que marcan nuestras vidas como la enfermedad o la muerte de seres queridos. Estamos inermes ante fuerzas que no controlamos.
Lo que quiero decir es que no tiene sentido arrepentirse o pensar que uno podría haber sido más feliz o tomado mejores decisiones porque todo forma parte de un devenir que nos arrastra y que nos lleva de un sitio a otro como la corriente de un río. No es posible vencer a la fuerza de las aguas.
No puedo evitar una mezcla de asombro y desconcierto al mirar hacia el pasado. Y tampoco la frustración de no haberme dado cuenta de que lo esencial no era la meta sino las etapas del recorrido. Nada importa lo que somos sino cómo hemos llegado a serlo, cómo hemos vivido lo que nos ha pasado.
No somos libres de construir nuestra biografía ni de determinar nuestra identidad, como sostenía Sartre, pero sí podemos elegir el sentido de las cosas. En eso consiste existir. En mirar la realidad con la experiencia única e irrepetible de nuestros ojos. Es lo que vale la pena y lo que queda: un breve destello en el eterno curso del tiempo. El nuestro.