ABC (Sevilla)

Se os ve la sangre

- DESDE OGIGIA POR JUAN CARLOS GIRAUTA

«Los países que no se respetan y las institucio­nes que no se regeneran nunca van a mejor, y ambos desentendi­mientos suelen ir de la mano. Por tanto, aquel TC que legalizó las listas de Bildu, con todo su sectarismo y antijuridi­cidad a cuestas, era mejor que el de ahora. Hazte una idea del destrozo»

EN puridad, Bildu no debería ser legal. Lo es porque en un mayo como este, hace doce años, el Tribunal Constituci­onal se propasó en sus funciones, entró en el fondo del asunto, algo que no podía hacer, y estimó el recurso de la coalición vasca que coloca asesinos etarras en sus listas. El Tribunal Supremo había anulado todas las listas de Bildu, más de un cuarto de millar; por razones estrictame­nte políticas, seis magistrado­s del TC designados por el PSOE impusieron su cruda mayoría partisana sobre los otros cinco miembros del tribunal de garantías. Fueron Eugenio Gay, Elisa Pérez Vera, Pablo Pérez Tremps, Luis Ortega, Adela Asúa y Pascual Sala, presidente de aquel órgano que pasó a ser organillo. Desde entonces ofrece una misma musiquilla machacona, la del cilindro de Ferraz, para que Zapatero, Sánchez y quien venga le dé al manubrio. El suplicio es terrible, pero el PSOE te pide que afines el oído, que unos magistrado­s independie­ntes están interpreta­ndo.

La equivalenc­ia más explícita entre Bildu y ETA se la debemos a Zapatero, presidente cuando el grave apaño de Sala y los suyos. Es él quien acaba de explicar, con ese tono de ‘coach’ para politoxicó­manos que adopta últimament­e: «Les dijimos que si dejaban el terror tendrían juego en las institucio­nes». ¡Pero qué me estás contando! ¡Entonces son ellos! Para el lobista oscuro, valedor de cualquier causa siempre que sea maligna, ETA y Bildu son un mismo sujeto: el ‘ellos’ elíptico a quien le dijeron algo, el ‘ellos’ elíptico que debía dejar el terror y que tendría juego en las institucio­nes. Este reconocimi­ento, sumado a la inclusión de cuarenta y tantos etarras, varios de ellos asesinos, en las listas electorale­s (con municipios donde se presentan sin competenci­a), suscita preguntas.

¿Qué harían hoy, con estos candidatos a la vista, aquellos seis magistrado­s del TC que se arrogaron

«Cándido va a convertir en ‘constituci­onal’ todo lo que contribuya a vaciar de sentido la Constituci­ón. Será lo que diga la izquierda»

competenci­as del Supremo e impusieron su rodillo? ¿Son consciente­s de que el mejor jurista de aquel TC, el profesor Manuel Aragón, fue el único magistrado procedente de la izquierda que no tragó con la rueda de molino bildutarra, del mismo modo que no tragó con el Estatut separatist­a (aunque esta vez, por suerte, su voto decantó la mayoría)? Cuando lo ven, cuando le leen, ¿se plantean que la dignidad cabe en la izquierda, que no es obligatori­o tragarse un sapo tan asqueroso como la ETA en las institucio­nes aunque Zapatero entonces, o Sánchez ahora, se disguste? ¿No se sienten pequeños?

Los países que no se respetan y las institucio­nes que no se regeneran nunca van a mejor, y ambos desentendi­mientos suelen ir de la mano. Por tanto, aquel TC, con todo su sectarismo y antijuridi­cidad a cuestas, era mejor que el de ahora. Hazte una idea del destrozo. Del mismo modo que a Zapatero, increíblem­ente, se le podía empeorar con un Sánchez, a Pascual Sala se le podía superar en su acrobático escoramien­to a babor con Cándido Conde-Pumpido. Cándido es un nombre de pila para engañar; baste decir que fue el fiscal general del zapaterism­o entero. ¡Cándido! Es como si al personaje de Christian Bale en ‘El maquinista’ le hubieran llamado Craso. Excluyo los ecos volteriano­s, pues aquí la catástrofe (la muerte de la democracia española del 78) llegará con él, gracias a él. Por el contrario, la concepción del Cándido de ficción es un resultado de la catástrofe (el terremoto de Lisboa). Supongo que aquí la ministra de Educación habrá dejado de seguirnos.

Bájese, Pilar, no pasa nada, hale, tranquila.

A Conde-Pumpido lo han colocado en su puesto con la habitual fanfarrone­ría del sanchismo, que es algo más que un régimen autocrátic­o, un caos legal, un odio organizado, un trágala diario y un recochineo. Hay una estética del sanchismo que, levemente actualizad­a, nos remitiría a aquellos milicianos socialista­s que se colaban en las camionetas de los guardias de asalto para ir a buscar al líder de la oposición. De momento están en la estética. ¿Qué pasa? ¿Acaso no hay una estética de lo feo? Quizá sea la única estética que hoy se produzca sin el rechazo presuntuos­o de los críticos de arte, que tienen el gusto y la sensibilid­ad invertidos como la cabeza de la niña de ‘El exorcista’. Bueno, cuando acaben de girar los 360 grados, avisadme. La estética de lo feo es, en política, la vuelta a postular que el adversario no tiene legitimida­d para gobernar porque es un fascista.

Es un fascista porque no acepta tus posiciones. Y tus posiciones no son unas más cualesquie­ra que compiten con otras en buena lid. Tus posiciones son las que deben elevarse a reglas máximas. Legislas, en consecuenc­ia, con modos y delicadeza de palafrener­o, te rodeas en tus ministerio­s de escurrajas de Podemos y del PSOE, los que no se van a ganar la vida de otra forma, que aquí hay que apoyarse, tía. Excretas ristras de decretos cuyo rasgo común es la zafiedad jurídica. Y una evidente vocación de provocar. Polarizar, lo llaman. Inciso: falsos apocados, pusilánime­s con navaja en el bolsillo de atrás te advertirán aquí que no te polarices tú. Trampa con mala leche donde las haya, pues la única manera de hacer tal cosa sería desplazart­e y desplazart­e en la dirección que la izquierda va abandonand­o en su radicaliza­ción. O sea, que si te atienes a tus principios serías un antisanchi­sta (?) ¡Como si uno se definiera por lo que hacen los demás! ¡Nanay! Defínete por lo que tú haces, y prepárate para la materializ­ación de lo que ya sabíamos: Cándido va a convertir en ‘constituci­onal’ todo lo que contribuya a vaciar de sentido la Constituci­ón, pues la Superley será lo que diga la izquierda. Un clásico en la triste historia del PSOE.

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CARBAJO & ROJO
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