ABC (Sevilla)

Sin rabo, pero con Puerta Grande

▸ Tras la bronca de Madrid a Morante, un palco desatado da dos orejas a Emilio de Justo y una loca vuelta al ruedo a Valentón

- ROSARIO PÉREZ

Cerrado Toribio, llegaba el gentío con la miel en los labios por el rabo de Morante. Porque desde su leyenda del 26 de abril no hay morantista al que no se le haga la boca agua con un rabo en Madrid. No sería el 11 de mayo la fecha elegida: los ‘antirrabo’, que también los hay, pueden dormir tranquilos que nadie ha arrebatado a Palomo Linares aquel polémico hito de mayo del 72. No estaba el ambiente como para repartir rosquillas del santo, aunque la tarde (o más bien la presidenci­a) acabó rendida al triunfalis­mo tras las broncas morantista­s. Que también sonarían al asomar los dos pañuelos blancos para Emilio de Justo y el azul para Valentón. ¿De verdad, señor Eutemio, ese toro merecía la concesión de tal premio? Madrid, a la altura de Navalcarne­ro. Fue muy buen ejemplar este Valentón, sí, con fijeza y humillació­n, con ese fondo a más de la ganadería de Garcigrand­e. Pero si rompió para delante fue gracias a Emilio de Justo, que entonó el fandango de las verdades. La muleta muerta y el cuerpo abandonado, ese mismo cuerpo que un año atrás vivía un calvario de hierros, armazones y corsés por la fractura de las vértebras axis y atlas. En cristiano: el cuello, partido.

Después de tanto sufrimient­o, por una vez Dios fue justo. O de Emilio de Justo. Y puso el lote de las emociones en sus manos. Atalonado, echó los vuelos al hocico y se dolió por derechazos y naturales. Porque hay faenas que duelen. Por la memoria del pasado y la del presente, que no hace tanto que Romano le hizo la cruz. Crujió Madrid con los muletazos por bajo, desde las trincheras a los ayudados. De cartel antiguo. Se tiró a matar el cacereño con toda la fe que Dios acababa de devolver hasta al más ateo, pero el acero se cayó. Y, claro, eso en el Foro se penaliza. Aun así, el presidente atendió la doble petición, sin hacerse mucho de rogar, y tan triunfante andaba que sacó de la chistera el moquero azul tras la brava muerte de Valentón, que se la había tragado en una inolvidabl­e escena.

Si la obra al quinto fue la de la belleza apasionada, en el segundo tuvo una pelea a toma y daca con el toro de más pavorosa cara del desigual conjunto charro. Nada parecía humillar y, para colmo, el viento impedía dominar los capotes. Las de Caín pasó Morenito de Arlés. Cuando Emilio se quedó a solas con Zambullido –que escarbaba en el burladero de areneros–, lo llamó desde el 7 y se dobló con poderío mientras el serio garcigrand­e se revolvía. Un remolino agitó las telas y los papelillos, y el reaparecid­o se marchó al refugio del 5. Igual dio: la muleta era una bandera. La de la firmeza exhibió De Justo, que hizo un soberano esfuerzo y se puso en el sitio donde el corazón se envuelve en tinieblas. Pura tensión, pura emoción. Fue el capítulo más vibrante frente a las exigencias de la casta y la fiereza. Porque este 1, que era el número con el que estaba herrado, pedía mando y gobierno. Todo se vivió con tanta intensidad que hasta los no partidario­s maldijeron los pinchazos. La oreja perdida entonces se compensarí­a luego con una Puerta Grande que unos bendecían como merecida y a otros les parecía un sacrilegio.

Cuatro pelos mal contados

Antes de que la furgoneta donde habitaba un hombre feliz emprendier­a su rumbo por la calle de Alcalá, curiosamen­te la gente hablaba de nuevo de Morante y el (no) rabo. ¿Pero qué es al fin y al cabo un rabo sino cuatro pelos mal contados?, que escribiría Cañabate. No salió este jueves ningún Ligerito, aunque sí parientes suyos que habían dormido no sólo juntos y revueltos en la dehesa salmantina, sino que habían compartido corrales en la Maestranza. Ahí estaba Patrón, con sus 27 kilos perdidos después de tanto ajetreo: de los 590 en la romana de la ciudad de la Giralda a los 563 en la de la capital. No eran el peso ni el volumen el problema; el problema era ese trapío tan en el límite para Las Ventas, con esa cara tan indigna de la catedral. Obvio: era un toro de Sevilla, pero no un toro bonito y sevillano, sino feo a rabiar. Con los taurinos de hoy nada sorprende: si te cuelan un animal

MONUMENTAL DE LAS VENTAS.

Jueves, 11 de mayo de 2023. Segunda corrida. Lleno de ‘No hay billetes’. Toros de Garcigrand­e, desiguales de todo; destacaron 2º, 3º y el estupendo 5º, premiado con una exagerada y protestada vuelta.

de negro y plata. Dos pinchazos, otro hondo y doce descabello­s. Aviso (bronca). En el cuarto, cuatro pinchazos y media atravesada (bronca).

MORANTE DE LA PUEBLA, EMILIO DE JUSTO,

de verde y oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (ovación). En el quinto, estocada caída (dos orejas con protestas).

de tabaco y oro. Estocada (oreja con protestas). En el sexto, dos pinchazos y estocada caída (silencio).

TOMÁS RUFO,

de Olivenza en Sevilla, ¿por qué no colar uno de Sevilla en Madrid? Tardó poco en calentarse el personal, que ya venía calentito de ese primer reconocimi­ento tuitero. Apareció este Patrón de la discordia en primer lugar. «¡Toro, toro!», clamaban en el 7. Y en ese instante debió clamarlo toda la plaza. Porque, aunque donde hay Patrón no manda marinero, ese número 35 no tenía de venteño ni los andares.

Con esas hechuras, el horripilan­te toro no hizo nada de bravo. Todo lo contrario: nunca se empleó ni en el capote ni en el caballo. Para embravecid­a, la Monumental. «¡Fuera, fuera!», coreaban. Con las escopetas cada vez más cargadas, con ese crispadísi­mo ambiente, con ese viento y con ese manso, Morante optó por no cabrear más al personal y salió con la espada de verdad, pero el acero se atascó y pinchó y pinchó mientras Patrón lanzaba derrotes y coces a diestro y siniestro. Vaya regalito sevillano... Aquella pitada se sumó a la del cuarto, un Tramposo descastadí­simo al que macheteó ligero y mató sin confiarse. Hasta el jerezano barrio de Santiago llegó la bronca para dar fe de la sentencia de Paula (Jesús Soto): «Dime qué bronca has recibido y te diré tu grandeza». El rabo tendrá que esperar, que el rabo, decían en las cocinas de Toribio, se prepara a fuego lento.

Rufo, generoso trofeo

Las ‘espabilade­ras’ tapaban al suelto de carnes tercero, que no gustó por su escaso remate. La diferencia con el pésimo lote de Morante es que este sí quería embestir e incluso lamía la arena por momentos. Sobresalie­nte el prólogo de Tomás Rufo, con una inacabable ronda de hinojos donde cada muletazo se contaba por un ole. Emocionant­ísimo. Repetía el colorado y ligaba el toledano, autor luego de unos naturales excelsos. Al ralentí, como la enclasada embestida. Hubo un muletazo donde nunca se ponía el sol a babor. Aunque hubo un desarme y algún altibajo, ahí quedó una faena torera y medida, coronada de un espadazo y una oreja con protestas, pues no se pidió por mayoría aplastante. Igual dio: el palco de Madrid andaba más bizcochón que el tendido, dividido en sempiterna­s protestas. No hubo pie a la doble Puerta Grande, pues el sexto no colaboró, y mira que don Eutemio traía rosquillas para dar y regalar... El cielo sólo lo tocó Emilio de Justo en su volver y volver al sitio donde estuvo a punto de perder la vida y donde ayer la ganó de nuevo.

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Emilio de Justo sale a hombros del coso venteño // ÁNGEL DE ANTONIO

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