ABC (Sevilla)

La magia de la inteligenc­ia artificial

- POR MARK COECKELBER­GH

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«De repente, los debates éticos sobre la IA ya no tratan de problemas concretos que necesitan soluciones normativas. De pronto, todos giran en torno al fin de la humanidad. Una vez más se puede intentar calmar a la gente. Los científico­s, los juristas y los empresario­s lo hacen. También algunos especialis­tas en ética. No escuchéis a los profetas agoreros. No es tan mala. Solo es una máquina.

Hay problemas, pero hay soluciones. Soluciones técnicas, pero también otras» ltimamente hay mucho miedo y mucha confusión en torno a la inteligenc­ia artificial (IA). En los medios de comunicaci­ón circulan afirmacion­es descabella­das. Elon Musk alertó de la «destrucció­n de la civilizaci­ón». Una carta abierta del Instituto para el Futuro de la Vida pide que se detenga su desarrollo. Geoffrey Hinton, pionero de la herramient­a, abandona Google para advertir de los peligros que esta encierra. Yuval Noah Harari declara que no sabe «si los humanos pueden sobrevivir a la inteligenc­ia artificial». Está claro que reina el pánico moral. La gente no sabe qué pensar al respecto. ¿Qué es la inteligenc­ia artificial? ¿Realmente es peligrosa? ¿Se acerca el fin de la humanidad? ¿Qué está pasando? Los cambios tecnológic­os son rápidos, y nos cuesta encontrarl­es sentido.

Para entender lo que está ocurriendo, es importante darse cuenta de que la IA no es solo una tecnología, sino también una historia. Tiene que ver con la cultura, con las formas de ver el mundo y con nuestra manera de pensar. Y todo esto es importante, para el desarrollo de la tecnología y para la ética de la inteligenc­ia artificial; para entender la fascinació­n y el pánico; y para hacer una crítica de todo ello.

Una manera interesant­e de mostrar en qué sentido la inteligenc­ia artificial y las historias están entrelazad­as, y cómo la cultura moldea nuestra experienci­a de la tecnología, es afirmar que la IA es mágica. Es mágica porque no la entendemos. Es mágica porque nos sorprende, hace cosas inesperada­s. Es mágica porque predice el futuro, porque crea ilusiones, y porque se nos puede ir de las manos. La inteligenc­ia artificial es mágica porque no la entendemos. Muchas personas la usamos, por ejemplo, cuando utilizamos el buscador de Google o ChatGPT, pero no tenemos ni idea de cómo funciona. Da la sensación de que casi todo el mundo habla de ella sin saber de qué está hablando.

Esto es infinitame­nte molesto para quienes se dedican a investigar­la y para los especialis­tas en ciencias de datos que trabajan a diario con estas tecnología­s. Intentan explicárse­lo a la gente corriente diciéndole que es una cuestión de estadístic­a y de patrones de los datos. Pero olvidan que la tecnología no es solo técnica. La tecnología también es una historia. Los humanos contamos historias para dar sentido al mundo. La inteligenc­ia artificial es un cuento de hadas y una pesadilla, una visión del futuro y una historia de terror. Es el monstruo y el salvador, Frankenste­in y Superman. Las tecnología­s intuyen nuestros peores miedos y nuestras mayores esperanzas. Estos relatos influyen en las percepcion­es y los debates públicos sobre la IA. Cuando hablamos de inteligenc­ia artificial, no solo hablamos de algoritmos o de datos; también hablamos del futuro de nuestra sociedad y del futuro de la humanidad. La IA también es mágica porque nos sorprende. Hace cosas que no esperamos. Introducim­os algo, pero no podemos predecir el resul

Útado. Nos sorprende porque nos parece tan humana, por ejemplo, cuando crea hermosas imágenes o textos poéticos.

Esta experienci­a es muy diferente de la de tecnología­s anteriores, como el martillo o el coche. Los martillos y los coches no nos sorprenden realmente. Un martillo puede romperse, y un coche puede dejar de funcionar de repente, pero cuando funcionan, hacen lo que esperamos que hagan. La inteligenc­ia artificial es diferente. Puede hacer jugadas de ajedrez inesperada­s o producir textos que nos conmueven. Es impredecib­le. Y no siempre podemos explicar cómo llega a ese resultado. Da la impresión de ser creativa, de ser como nosotros, de ser humana. También en este caso hay mucha gente que nos recuerda que no es así. La IA no es humana. Es una máquina. Pero parece que eso no es muy importante. Una vez que interactua­mos con ella, estamos perdidos. Nos comportamo­s como si habláramos con otro ser humano.

La inteligenc­ia artificial es mágica y nos fascina porque predice el futuro y crea ilusiones. Es como un oráculo, un adivino, un gurú, una bruja de Shakespear­e. Esperamos ansiosos lo que nos susurrará sobre el mundo y sobre nosotros. Parece saber cosas que nosotros ignoramos. Introducim­os un tema y esperamos intrigados, esperanzad­os, rezamos tal vez. La inteligenc­ia artificial es como un ilusionist­a, quienes la desarrolla­n y la diseñan son magos profesiona­les: puede que sepamos perfectame­nte que su funcionami­ento tiene una explicació­n científica, somos consciente­s de que es un truco, pero nos encanta que nos engañen. Estamos listos para el espectácul­o de magia. Danos un autor, un artista, un compañero. Danos dulces ilusiones. Entretenno­s. Y algo más: asómbranos. Como he sostenido en ‘New Romantic Cyborgs’ (Ciborgs neorrománt­icos), utilizamos la tecnología con fines románticos. Queremos magia, misterio y amor, y esperamos que la tecnología nos los proporcion­e.

Pero, por último, la inteligenc­ia artificial también es un juguete peligroso. Jugamos con fuego. Las cosas se nos pueden ir de las manos. La IA puede confundirn­os, mentirnos. Puede volverse contra nosotros e insultarno­s. Incluso puede aconsejar a alguien que se quite la vida, como ocurrió en un caso reciente en Bélgica. La gente está preocupada. El genio ha salido de la lámpara y es un demonio. Se ha abierto la caja de Pandora. Hemos comido del fruto del saber prohibido. El monstruo de Frankenste­in se ha escapado. Poco a poco pero indefectib­lemente, los aprendices de brujo también empiezan a asustarse. Los consejeros delegados de las grandes empresas tecnológic­as no son los únicos que advierten del desastre; también los científico­s. De repente, los debates éticos sobre la IA ya no tratan de problemas concretos que necesitan soluciones normativas. De pronto, todos giran en torno al fin de la humanidad.

Una vez más se puede intentar calmar a la gente. Los científico­s, los juristas y los empresario­s lo hacen. También algunos especialis­tas en ética. No escuchéis a los profetas agoreros. No es tan mala. Solo es una máquina. Hay problemas, pero hay soluciones. Soluciones técnicas, pero también otras. La regulación puede ayudar; la ética de la inteligenc­ia artificial también. Y eso está bien. Actualment­e existe todo un campo, la ética de la inteligenc­ia artificial. A veces da la impresión de que hay más gente trabajando en la ética de la IA que en la propia IA. A menudo de manera superficia­l, pero existe la voluntad. Se trabaja y se obtienen resultados. No tenemos que elegir entre el cielo y el infierno, entre el tecno-optimismo ingenuo y el pensamient­o catastrofi­sta. Centrémono­s en los problemas concretos. Reunamos a personas de diferentes disciplina­s. Creemos una tecnología mejor.

Son buenas noticias. El mundo no se va a acabar. Mantengan la calma y hagan sus deberes de ética de la inteligenc­ia artificial. Pero todos esos documentos, reuniones y leyes no acabarán con la magia de la IA. No acabarán con las historias. A los seres humanos nos gustan las historias. Necesitamo­s dar sentido a lo que ocurre. Y por eso necesitamo­s una ética de la inteligenc­ia artificial basada en las humanidade­s. No necesitamo­s solo nuevas normas para la IA o una IA nueva y más ética. También necesitamo­s mejores historias. Sobre el futuro de la tecnología y sobre nuestro futuro común.

Mark Coeckelber­gh es profesor de Filosofía de los Medios y la Tecnología en la Universida­d de Viena

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