Tecnoidiocia
La tecnología actualiza el viejo concepto del despotismo ilustrado: todo por nosotros pero sin nosotros
SE quejan los profesores de que cada vez les llegan más alumnos con trabajos redactados por inteligencia artificial. Y hay muchos expertos educativos que andan devanándose los sesos para averiguar de qué manera pueden convertir este problema en una oportunidad. Por el momento, todos tranquilos: el nivel de redacción de ChatGPT y aplicaciones similares es tan bueno que canta a simple vista. Chavales que son incapaces de distinguir un sino de un si no se expresan con una soltura catedrática, una señal más evidente de copieteo que pillarte en pleno examen con una chuleta.
Dicen los que saben que esto tendrá un efecto pedagógico positivo, aunque no acabo de identificar cuál. Pienso, más bien, que acelerará el nivel de atontamiento que todos estamos padeciendo por la sublimación de la cultura tecnológica.
Recuerdo la ilusión con que estrené hace años el GPS de mi coche. Hasta que, para salir de un pueblecito perdido de Almería, el cacharro me condujo hacia una carretera sin asfaltar que se iba volviendo más y más sinuosa y complicada. La angustia se apoderó de mí cuando el camino concluía, sin más, a orillas de un pantano.
Me acordé de la anécdota el otro día que vi en el informativo la imagen de un vehículo descendiendo por unas escaleras en un pueblo de Ávila. El GPS, explicaba la noticia, le había indicado tirar por allí, y el conductor echó más cuenta a la señal satélite que al sentido común. El vehículo haciéndose añicos al descender por la escalera me pareció una metáfora perfecta de nuestra decadencia.
La geolocalización nos está volviendo bobos, pero también otras muchas aplicaciones de los vehículos. Como, por ejemplo, las cámaras traseras para aparcar bien de culo. La consecuencia es que cada vez aparcamos peor. Si el coche pisa la mediana, te tiembla el volante, una variante amable del calambrazo. Para dentro de una década, ya ni siquiera tendrás que preocuparte de conducir; el cacharro lo hará por ti.
Todo por nosotros pero sin nosotros. Una actualización del despotismo ilustrado que deviene en despotismo tecnológico. Y que nos transforma en lo contrario para lo que fuimos educados: seres dependientes, cada vez más incapaces de desenvolvernos en el mundo.
Es inevitable recordar, una vez más, el mito de la caverna de Platón. Los prisioneros del interior de la caverna sólo ven sombras, perdiendo la perspectiva del verdadero mundo, el de la luz del fuego, que es lo que está fuera. La tecnología es una excelente oportunidad para el desarrollo humano, pero tal y como está evolucionando se convierte más bien en un instrumento para hundirnos más y más en la caverna, alejándonos de la luz, transformándonos en esclavos seducidos por el baile ilusorio de sombras. Está claro que algunos están ganando, y mucho, con todo esto. Desde luego, no somos nosotros.