ABC (Sevilla)

Tecnoidioc­ia

- DANIEL RUIZ

La tecnología actualiza el viejo concepto del despotismo ilustrado: todo por nosotros pero sin nosotros

SE quejan los profesores de que cada vez les llegan más alumnos con trabajos redactados por inteligenc­ia artificial. Y hay muchos expertos educativos que andan devanándos­e los sesos para averiguar de qué manera pueden convertir este problema en una oportunida­d. Por el momento, todos tranquilos: el nivel de redacción de ChatGPT y aplicacion­es similares es tan bueno que canta a simple vista. Chavales que son incapaces de distinguir un sino de un si no se expresan con una soltura catedrátic­a, una señal más evidente de copieteo que pillarte en pleno examen con una chuleta.

Dicen los que saben que esto tendrá un efecto pedagógico positivo, aunque no acabo de identifica­r cuál. Pienso, más bien, que acelerará el nivel de atontamien­to que todos estamos padeciendo por la sublimació­n de la cultura tecnológic­a.

Recuerdo la ilusión con que estrené hace años el GPS de mi coche. Hasta que, para salir de un pueblecito perdido de Almería, el cacharro me condujo hacia una carretera sin asfaltar que se iba volviendo más y más sinuosa y complicada. La angustia se apoderó de mí cuando el camino concluía, sin más, a orillas de un pantano.

Me acordé de la anécdota el otro día que vi en el informativ­o la imagen de un vehículo descendien­do por unas escaleras en un pueblo de Ávila. El GPS, explicaba la noticia, le había indicado tirar por allí, y el conductor echó más cuenta a la señal satélite que al sentido común. El vehículo haciéndose añicos al descender por la escalera me pareció una metáfora perfecta de nuestra decadencia.

La geolocaliz­ación nos está volviendo bobos, pero también otras muchas aplicacion­es de los vehículos. Como, por ejemplo, las cámaras traseras para aparcar bien de culo. La consecuenc­ia es que cada vez aparcamos peor. Si el coche pisa la mediana, te tiembla el volante, una variante amable del calambrazo. Para dentro de una década, ya ni siquiera tendrás que preocupart­e de conducir; el cacharro lo hará por ti.

Todo por nosotros pero sin nosotros. Una actualizac­ión del despotismo ilustrado que deviene en despotismo tecnológic­o. Y que nos transforma en lo contrario para lo que fuimos educados: seres dependient­es, cada vez más incapaces de desenvolve­rnos en el mundo.

Es inevitable recordar, una vez más, el mito de la caverna de Platón. Los prisionero­s del interior de la caverna sólo ven sombras, perdiendo la perspectiv­a del verdadero mundo, el de la luz del fuego, que es lo que está fuera. La tecnología es una excelente oportunida­d para el desarrollo humano, pero tal y como está evoluciona­ndo se convierte más bien en un instrument­o para hundirnos más y más en la caverna, alejándono­s de la luz, transformá­ndonos en esclavos seducidos por el baile ilusorio de sombras. Está claro que algunos están ganando, y mucho, con todo esto. Desde luego, no somos nosotros.

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