El PSOE y el huevo de la serpiente... que se le rompe a Espadas
El PSOE, de repente, se ha caído del caballo como San Pablo camino de Damasco y ha visto la luz: lo de Bildu no es decente. ¿Ahora? Después de una legislatura completa con Bildu bendecido como socio preferente, parte consustancial del bloque de la legislatura, ahora, de repente, Pedro Sánchez ha descubierto que «no es decente» al llevar en la lista a 44 etarras, cómplices en muchos de los crímenes perpetrados estos años, ya fuesen con un piadoso tiro en la nuca en solitario o con un coche bomba que se llevara también a una parte de la familia o a un chófer de uniforme, con un rastro de mutilaciones físicas o mutilaciones en el alma.
Sánchez, en el mejor de los casos, estaría aplicando a Bildu la célebre doctrina de Franklin Delano Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Tacho Somoza, que después popularizaría Henry Kissinger sobre Tachito Somoza, el tercero de la dinastía: «Son unos hijos de puta pero son nuestros hijos de puta». Bildu es parte intrínseca de la mayoría sanchista que Rubalcaba bautizó como Frankenstein, tan certeramente que se quedó grabado en el imaginario colectivo. Hace unos días les cedieron a los amigos de Bildu el honor de presentar la ley estelar de vivienda junto a Esquerra. Un detalle para premiar la consistencia del bloque que llaman, no sin entusiasmo, «progresista».
Pero hoy toca poner gesto compungido. Eso sí, sin margen a muchos equívocos. Toca gesto compungido porque un alcalde socialista de los Vélez en Almería o de la Sierra de Aracena en Huelva, un candidato socialista de Los Pedroches en Córdoba o de la Costa Tropical en Granada, un militante comprometido del Alto Guadalquivir en Jaén o de La Janda gaditana, tiene que soportar la vergüenza colgada de sus siglas. En algunos de esos pueblos aún recuerdan el regreso de aquel buen chico de 19 años que entró en la Academia de la Guardia Civil, fue al País Vasco lleno de alegría y regresó demasiado rápido en un ataúd después de ser subido a un coche fúnebre entre un silencio ignominioso.
Esto y sólo esto es lo que ha llevado a Sánchez a decir que la lista de Bildu no es decente. En el equipo de campaña han debido de alertar que los trackings detectaban que sus votantes, que no son apparatchiks sin escrúpulos sino gente decente, encajaban mal esto y compartían el escándalo de la sociedad española. El argumento de no mirar al pasado no había funcionado y no podía funcionar, sobre todo con quienes llevan años sacando semana tras semana la trompetería con Franco o con Queipo, para quitar el nombre a una calle de un almirante inopinado o de un alcalde de los cincuenta por haber nacido en su generación. Algo empezaba a ir mal en los trackings... Y después de ensayar un pellizco maternal por parte de Pilar Alegría, finalmente Sánchez salió a decir que aquello no era decente. 48 horas antes, en la sesión de control del miércoles, aún no lo pensaba, pero de repente habían captado los «efectos indeseados», como sucedió con la ley del ‘sólo sí es sí’, vigente durante meses hasta que detectaron el desgaste electoral por las rebajas de sentencias de agresores sexuales antes las que habían estado mirando para otro lado.
En el PSOE nunca han alcanzado el desahogo moral de Podemos, que considera a Bildu un partido hermano, y siempre han destilado con ellos esa sensibilidad fraternal. «Máximo respeto» decía Irene Montero. Eso sí, ahí está María Chivite, la presidenta socialista de Navarra, felicitándose por el «éxito democrático» con Bildu, y no es la única, sin entender que el éxito democrático de dejar de matar y hacer política no incluye aliarse con ellos. Pero, claro, es el precio de los presupuestos. El mismo precio que ha llevado a María Jesús Montero a elogiar la aportación de Bildu a la estabilidad y al «consenso constitucional». «Máximo respeto», como dicen desde Podemos sobre Bildu y su lista ensangrentada. En Andalucía, Juan Antonio Delgado, su portavoz, paradójicamente es guardia civil. Y la Benemérita es, de largo, el cuerpo que más sufrió el terror de ETA, con 230 asesinados, muchos en casas cuarteles junto a mujeres y niños. No es fácil entender algunos silencios. O ningún silencio pedernal sobre esto hasta que los trackings han alertado de los «efectos indeseados».
En Andalucía rara vez ha habido condescendencia con nada vinculado a Bildu y por supuesto a ETA, no en los dirigentes socialistas, pero Juan Espadas ha roto aquella norma tácita acusando al PP de meter a ETA en la campaña. No señala a Bildu por llevar a 44 terroristas en sus listas (de hecho, Espadas ha dicho estos días sobre el pacto con Bildu que «el balance es enormemente positivo») sino que ataca al PP por no callarse ante esa provocación indecorosa incluso para los nacionalistas vascos. Claro que a Juan Espadas ese mensaje haciendo méritos ante Moncloa le duró lo que tardó Sánchez en admitir que es una indecencia. Vaya planchazo. ¿Quién asesora al líder del socialismo andaluz?
Nadie ha estado más cerca que Espadas de Oskar Matute, quien se queja de que les hemos llevado a Euskal Herría «lo peor de la política de Madrid: ruido, debates estériles y trifulcas que no aportan nada a la ciudadanía». Esto es lo que sostiene Bildu, que a la paz de Euskadi —que tanto tiene de la paz de los cementerios— le inoculan ruido exterior y debates estériles como los cientos de muertos, cuando allí nadie parecía alarmado por esa suerte de ongietorri electoral que es premiar a siete asesinos y decenas de cómplices terroristas con un puesto en las listas. Y Juan Espadas defiende, como Óskar Matute, que «ahora hay que hablar de lo que realmente les preocupa a los ciudadanos». Parece haber descubierto aún más tarde que Pedro Sánchez que las listas con asesinos etarras está entre las cosas que preocupan a los ciudadanos.