El moflete sacrificial
ANDALUCÍA, DE CINE
A cambio recibe mucho. Esta semana se ha llevado a casa desaladoras, ayudas y miles de viviendas
PUEDE que usted ya haya experimentado el susto. De repente un señor muy sonriente se acerca a su niño y lo besa. Sin preguntar. No le da tiempo a retirarlo de sus garras. Es un visto y no visto. El caballero, que viste sport, sigue sonriendo mientras continúa su camino, anhelante de otras manos y mejillas que achuchar y y usted y su niño se quedan ahí, pasmados. Preguntándose cómo ha podido suceder.
En el fondo, querido lector (de haberlo), la culpa es suya. A quién se le ocurre salir a la calle el primer fin de semana de campaña electoral. De quién fue la idea de atravesar, justamente, el lugar dónde el candidato tenía previsto dar su paseíllo. ¿No hay más días en el calendario? ¿No existen lejanas colinas ni desiertos remotos por los que estirar las piernas? Con crío o sin perro, eso es cosa suya.
Me responderá que es complicado. Que realmente la última campaña dura diez años lo menos. Cuándo salir entonces. Y que desde que se rompió el bipartidismo, las posibilidades de ser asaltado por la calle y recibir un abrazo no solicitado se han multiplicado exponencialmente. ¿No íbamos a aprender del Covid? Se fragmenta el voto pero se redobla la necesidad de cariño, mientras se reduce a la mínima expresión la posibilidad de acuerdo. Cómo escapar, por tanto. Del candidato. Lo de la falta de consenso ya es cosa perdida.
Consuélese. Usted ha ofrecido, aun sin saberlo, los mofletes del crío como sacrificio pero a cambio recibe mucho. ¿O es que acaso no lee? Esta semana, sin ir más lejos, se ha llevado a casa desaladoras, subvenciones, algunas miles de viviendas de alquiler y la posibilidad de irse a su casa y dejar plantado al jefe el día que haga mucho calor. Habrá visto, también, cómo luce el césped artificial de la rotonda. Que han pintado los columpios y que, en pos del pleno empleo de su municipio, gloria del desarrollo de la comarca y ya pronto de la provincia entera, son catorce o quince personas ataviadas con peto fosforito los que están brocha en mano para dejar como los chorros del oro el mismo tobogán. Yo creo que vale la pena. Que deje de llorar ese niño de una vez.