«He escrito una novela sobre lo peor de la condición humana: ETA»
▸ La novela ‘Txalaparta’ se presentará en el Aula de Cultura de ABC de Sevilla el lunes 15 a las 19.30 horas
Agustín Pery Periodista, director adjunto de ABC y escritor
Agustín Pery ha vivido veinte domingos de una violencia extrema. Ese ha sido su método de escritura: de lunes a viernes, con reminiscencias laborales en el sábado, su dedicación ha sido el periódico, pues es adjunto a la dirección de ABC. Los domingos por la mañana, y fueron unos veinte, estuvo golpeando las teclas del ordenador para dar con ‘Txalaparta’, una novela ambientada en la Navarra de los años 90, en la que ETA hace estragos y Pery se recrea sobre el teclado para dar con uno de esos textos literarios en los que se fuma fuerte y los vocablos son disparos. El lector llorará. Querrá coger la boca de un tal Ekin para abrirla sobre un bordillo y pisar con fruición la nuca. Ese es el grado de agresividad que merecen algunos de sus pasajes. Sangre y fuego entre insultos, proyectiles en el seno familiar y una negritud densa como el plomo de esos años que el periodista vivió desde la redacción, pero también fuera de ella:
«Tengo un familiar que de niño fue víctima de ETA. Mi primo. Con siete años, en una parada de autobús, un atentado a una furgoneta lo dejó con secuelas muy graves, con muchas marcas por todo el cuerpo. Yo lo recuerdo en el hospital, con la piel echada abajo y los médicos contando a ver si estaban todas las extremidades. Sobrevivió, por fortuna. Ahora tiene treinta y muchos. El otro día estuve con él y me comentó que había leído mi libro. Me dijo: ‘Me ha vuelto a quemar la piel’».
‘ Txalaparta’, cuyo título hace alusión a un instrumento percutivo propio de Euskadi, abrasa. Parece estar escrita no con tinta, sino con hormigón de agosto, aunque será el lunes 15 de mayo cuando se presente en el Aula de Cultura de ABC de Sevilla, con el patrocinio de Fundación Cajasol, donde tendrá lugar el acto, y la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Será a las siete y media de la tarde con la entrada libre hasta completar el aforo.
Violencia extrema
Centrémonos: Iñaki Altolaguirre es un policía temido. Tiene las manos gruesas, como otras partes del cuerpo, y tanto en la comisaría como entre los gudaris de la zona saben de sus dotes. Así reparte miedo con ligereza dentro y fuera de las fronteras de un hogar al borde de estallar por los aires. La palabra hogar está aquí fatal empleada, como familia. Son tres, padre, madre e hijo, los que habitan en una casa infierno que es uno de los puntos neurálgicos del libro. Ahondamos también en las rendijas de los comandos: etarras celosos, pésimos y excelentes matadores, rastreadores de dinero y ratas sin parques en los que desperezarse. Así, el autor va perfilando una novela en la que no hay buenos ni malos, sino perdedores y perdidos. Con vecinos que no giran el cuello, un sacerdote que santifica los billetes que financian las muertes de los atentados y un bar que se llama El Tremendo, pero nada, lo aseguro, tiene que ver con el rincón sevillano de la calle San Felipe:
«Es que todo eso lo he visto yo con mis ojos, porque mi mujer es navarra y llevo yendo allí toda la vida. He respirado horror y visto a curas justificando y honrando la causa, mujeres salir de fiesta sin tacones por si tenían que salir corriendo, amenazas y todo tipo de bajezas. ‘Patria’, de Fernando Aramburu, abrió con mucha altura una puerta. Igual que los americanos tienen su anexia en Vietnam, nuestras historias de manera directa y de manera transversal tienen que acudir forzosamente a eso que ha ocurrido durante tanto tiempo. ETA afectaba al día a día de todos: al cocinero al que se le rompían los cristales del restaurante por una bomba, a la mujer que perdía al marido y al tipo de la barra de un bar que se enteraba de las peores conversaciones. O a mí, que leí impactado algunos teletipos que nos dejaron sin habla. Que también transitaba esas calles dentro de un clima muy distinto al de hoy. Hay muchas novelas distintas en ese mismo contexto. Esta es una sobre lo peor de la condición humana, que la banda terrorista lo representa muy bien. Mi único miedo real en un momento dado era que se normalizara la violencia, que se llegara a naturalizar ese terrorismo infame. Algo que no puede ocurrir, así que nadie debe temer contar sus historias, que nadie trate tampoco de blanquear lo que sufrimos, y menos a través de la política como ha sucedido estos días».
Lector incómodo
Una situación de injusticia genera incomodidad en el lector. Cuando las in
“Terrorismo «Una víctima de ETA ha leído la novela y me ha dicho: ‘Me ha vuelto a quemar la piel’» Pamplona en los años 90 «He visto mujeres salir sin tacones por si tenían que correr y curas justificar la causa, ETA estaba en el día a día»
justicias se superponen, terminan por crear una maraña de la que cuesta un centenar de rupturas salir. Así vive Edurne, otra de las protagonistas: «La suya, mujer del policía, es una situación desesperada, pero me permite hablar del amor desde diferentes ángulos, como el del rechazo y el desprecio de demasiada gente a su alrededor. El amor, como el dolor más profundo, es otro sentimiento extremo. Y esta es una novela de eso: de extremos. Toda incomodidad que genere es buscada».
La literatura de este periodista gaditano que tras su paso por las Islas Baleares terminó en Madrid escribiendo sobre lo que acontece aún más al Norte se nutre de la observación, que queda filtrada por un tono ácido desde el que contar los hechos, como ya mostró en la anterior ‘Moscas’. Expresiones pedestres como «Se necesitan cuarenta y siete músculos para enfadarse y solo trece para sonreír», colocadas en la página veintitrés, cuando la tensión ya se desató en la doce y la veintiuno, resultan sumamente provocativas. Hay ironía entre la negrura. Gritos disfrazados. Una ira que, como en un tiroteo, viene desde todas partes. Por eso es tan difícil transcurrir por sus páginas y resultar ileso.