Puerta Grande para Marco Pérez, el niño superdotado del toreo
▸ Cortó cuatro orejas en una matinal venteña con más de diez mil espectadores
Yo vi la primera vez de Marco Pérez en Las Ventas. Qué privilegio. Mucho habíamos visto en vídeos y en fotos, mucho conversamos hace un año en su casa salmantina. Pero, amigo, lo de ayer en la Monumental fueron palabras mayores. Qué barbaridad de niño. «¡Torero, torero!», que le gritarían mientras lo aupaban a hombros. Un fenómeno sobrenatural de esos que nacen de siglo en siglo. Sobrenatural desde la cuna.
Tiene quince años y torea como si tuviese 25. O 35. Porque, en su metro y medio, sus finos huesos guardan los secretos del toreo, con una muñeca divina, una cabeza privilegiada y un corazón de esos que decían los antiguos servirían para hacer un ejército. Cuatro orejas se entretuvo en cortar en la clase práctica de la matinal en Las Ventas, que podrían haber sido seis de no pinchar al tercero. Lo de menos serían los trofeos, lo de más era la sensación de torero grande de un torero tan pequeño. Hacía tiempo que no se vivían tantas emociones en Madrid y no será fácil que se viva algo semejante en esta feria. «Lo mejor de San Isidro», decían en el tendido. La salida a hombros fue apoteósica, con un pelotón de niños y adolescentes arremolinados ante el que este 15 de mayo era su ídolo y su héroe. Por el túnel de la gloria se agigantaba la figura de Marco Pérez, ese que llaman el niño prodigio del toreo.
Una lección dio ya en el buen primero de Jandilla, el mejor de los tres erales de Borja Domecq, que no terminaron de romper hacia delante pero a los que Marco dio fiesta y exprimió como si fuera ya un veterano. Con un soberbio valor y una brisa de arte. Con una capacidad abrumadora con capote, muleta y espada, que esta vez le funcionó para quitar fantasmas de América. Tuvieron joven majestad los estatuarios al colorado que abrió plaza –al que antes había dejado una media arrebujada a la cadera y unas apretadas chicuelinas–. Sin enmendarse cuatro con este número 45. Se caía Madrid en un remate por abajo. Dio distancia luego al jandilla y se lo dejó venir en medio del abandono, pasándoselo muy cerca. Ay cómo mantenga ese encaje con el de los rizos... Todo lo veía clarísimo en una faena clásica y variada, con alardes como la espaldina o esa arrucina de inspiración talavantina. Bordó un cambio de mano y el de pecho. Tras centrarse en el mejor pitón derecho, bajó algo la diapasón por el menos claro pitón zurdo, por donde iba más rebrincado. Pero todo tuvo aroma. Cuando se perfiló para matar, los suyos cruzaban los dedos. No falló el elegido, que enterró una estocada y paseó las dos orejas.
Desbordados de emoción en el segundo los destinatarios del brindis, sus abuelos maternos, que presenciaban cómo el nieto se la jugaba. Punteaba el animal, pero pronto le cogió el pulso y voló algunos naturales más que ilusionantes. Ahí quedaron un molinete abelmontado y el de pecho. De repente, arrancó una voz de un veinteañero por fandangos de Huelva: «Al torero más completo, que es figura de verdad....», decía la letra. Marco, a lo suyo, buscaba la colocación –menudo sitio tiene el chaval– y se ralentizó. El susto llegó: un volteretón tremendo. Anda que se amilanó. Allá que regresó, sin chaquetilla, para dibujar naturales enfrontilados, dando el pecho. Otra vez entró la espada y la pañolada le entregó dos nuevos trofeos.
Faltaba el último, el más fuerte, un novillo con muchas teclas en el que Marco mostró un aplomo y una seguridad sorprendentes. Perdiéndole pasitos y buscando la colocación cabal, le robó muletazos excelentes. Pinchó ahora y dio una vuelta al ruedo apoteósica antes de cruzar la Puerta Grande rodeado de chiquillería. El futuro se iba a hombros rodeado de futuro.