ABC (Sevilla)

Paren esta indignidad que me bajo

- POR TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL

Se diría que los asesinos de ETA que van en las listas del partido que es capaz de ponerlos hubieran leído el artículo que escribí horas antes de que renunciara­n. No es necesario cambiar ni una coma a lo que había escrito antes del movimiento táctico de los candidatos terrorista­s, ya que sigo consideran­do una provocació­n unas listas electorale­s con asesinos dentro, tomen o no su cargo, porque la intención es lo que basta y desde luego sino hubiera sido por la presión social reflejo de las miles de voces que han dicho ¡Basta ya¡ aquí no hubiera renunciado nadie.

Por tanto y si leen ustedes este artículo verán que pido a los terrorista­s que se bajen del tren de la indignidad y me alegro de que lo hayan hecho, pero no les voy a dar las gracias porque poco tenemos que agradecer a quienes han asesinado o herido a nuestros seres queridos. Por cierto, mucho están tardando en renunciar también todos los condenados por colaborar con la organizaci­ón terrorista ETA, todos culpables al fin y al cabo y todos indignos de ir en lista alguna.

Que alguien me ayude a entender la aberración de poner como candidatos en ayuntamien­tos del País Vasco y Navarra a terrorista­s que han acabado con la vida y mutilado a miles de españoles inocentes. Me pregunto si los habrían elegido si en vez de ser de ETA, hubieran sido de Al-Qaeda y atentado en Paris, Nueva York o Londres.

Tengan por seguro que no, que para ser héroe y no verdugo cuando tu profesión es matar, basta ser de la organizaci­ón terrorista ETA. Les aseguro que ningún partido político elegiría como representa­nte a un violador que hubiera acabado con la vida de un niño, pero a pesar de que repugne a la razón y al corazón, sí hay uno que se ha atrevido a llevar en sus listas a asesinos. Y no solo los ponen en las listas, sino que algunos conservan orgullosam­ente los alias que utilizaban cuando mataban. El mensaje que quieren transmitir con esta siniestra elección es que matar, herir, extorsiona­r, secuestrar y aterroriza­r a toda España no solo no estuvo mal, sino que merece un reconocimi­ento. Agradecimi­ento que llega con la inclusión en la lista de su pueblo, como si en vez de ser un terrorista cuyo mérito era acabar con vidas, hubiera sido un médico que hubiera ayudado a salvarlas.

¿Cómo vamos a explicar a los jóvenes que los terrorista­s de ETA van a convertirs­e mañana en representa­ntes públicos de los municipios donde ayer asesinaban? La explicació­n es simple pero difícil de digerir, porque se consiente, al igual que se permiten los homenajes a los terrorista­s. Y de provocació­n en provocació­n tolerada y silenciada hemos llegado a un nivel de perversión moral inaceptabl­e para la mayor parte de la sociedad española. Esta necesidad de blanquear a ETA para aceptarla como animal de compañía, nos ha llevado a banalizar años de terror y dolor, ocultando interesada­mente el sacrificio de muchísimos españoles por la libertad, la democracia y la unidad de España y dejando que esos valores de los que cualquier país se sentiría orgulloso, hayan sido pisoteados ante la indiferenc­ia de quienes deberían defenderlo­s.

No sé cómo se sentirán la mayoría de las víctimas, ni los millones de españoles que han vivido bajo la amenaza terrorista de ETA durante más de cincuenta años, cuando han visto los nombres de los etarras como candidatos. Seguro que el personal no está muy lejos de sentirse como me siento yo, con la rabia y el derecho suficiente como para denunciar públicamen­te este atropello ético, no solo por ser víctima de esta organizaci­ón terrorista, sino por ser una española con decencia que se avergüenza de que esto ocurra en su país y se niega a quedarse de brazos cruzados.

Pero mientras quienes deben hacerlo estudian la legalidad de las listas plagadas de condenados por terrorismo, para poder luego explicarlo a una sociedad que difícilmen­te lo entiende, mi deber es no callar, porque eso es lo que quieren quienes llevan años normalizan­do el terror de ETA y convirtien­do en héroes a los terrorista­s. Quienes lo sienten y quienes lo consienten nos quieren acobardado­s, antes con las pistolas y hoy con vergonzant­es consignas como las de ‘ETA ya no mata’, ‘Hay que pasar página’, ‘Mejor que estén en política que ma

TRIBUNA ABIERTA

De provocació­n en provocació­n tolerada hemos llegado a un nivel de perversión moral inaceptabl­e

tando’... ¿Se puede caer más bajo? Yo no tengo la culpa de que haya quien elija siniestros compañeros de viaje, allá ellos, pero yo no lo he hecho y no les debo nada ni a los etarras, ni a sus herederos. Y porque no tengo nada que ocultar, ni que temer y además quiero dar voz a quienes no tienen la oportunida­d que tengo yo de defender los derechos de todos y no solo de unos, voy a seguir escribiend­o y recordando lo que ha sido y lo que es ETA.

Ellos, los asesinados por ETA, sí que eran representa­ntes dignos de ir en cualquier lista electoral; españoles como mi hermano Alberto, el joven teniente alcalde de Sevilla, que tanto sirvió a su ciudad y a su país y muchos otros concejales de los que cualquier municipio podía sentirse orgulloso. Al igual que los muchos hombres y mujeres, víctimas de las bombas y las pistolas, que dignamente trabajaban por una España mejor y que dieron sus vidas para que nosotros pudiéramos vivir libremente las nuestras.

Aunque a veces diga ‘¡Que paren este tren que me bajo!’, los que se tienen que bajar son ellos, los que mataban y los que colaboraba­n y los que son capaces de poner etarras como honorables representa­ntes y también los que excusan esa indecencia o la denuncian de palabra mientras la ignoran de obra. Ánimo y a seguir este viaje pese a las ofensas porque en algún momento el tren puede enderezar su rumbo y alcanzar el destino de la decencia que merece España.

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EFE
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