A dos metros bajo tierra, pero con vistas al solsticio
Un equipo de arqueólogos acaba de hallar un nuevo complejo funerario junto a la peña de los Enamorados de Antequera, perfectamente orientado al solsticio de verano
La ubicación y peculiar forma de rostro humano de la Peña de los Enamorados de Antequera sigue hipnotizando en pleno siglo XXI como ya hiciera con los primeros pobladores de esta zona del interior de la provincia de Málaga. Este macizo de piedra caliza de 880 metros de altitud destaca por su conexión visual con Menga, el más antiguo y grande de los tres megalitos que componen el sitio de los Dólmenes de Antequera, declarados en 2016 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ahora, un equipo de arqueólogos ha hallado a sus pies un nuevo complejo funerario de 5.400 años de antigüedad que vuelve a confirmar el significado social, ideológico y simbólico de la montaña desde tiempos prehistóricos.
La Peña, junto con El Torcal, constituyen dos formaciones geológicas naturales que jugaron un papel destacado en la génesis y el desarrollo de la monumentalidad del Neolítico Tardío y la Edad del Cobre en la región. Los expertos destacan que las investigaciones de los últimos 15 años han incidido siempre en «la importancia del sector norte de La Peña en la configuración del paisaje de Antequera», lo que se evidencia, en primer lugar, por el refugio de arte rupestre de Matacabras -anterior incluso al Dolmen de Menga- y, en segundo lugar, por este yacimiento de Piedras Blancas en el que ha tenido lugar el hallazgo.Según el autor principal del estudio, el profesor de Prehistoria en la Universidad de Sevilla Leonardo García Sanjuán, la ubicación de la tumba de Piedras Blancas fue elegida cuidadosamente y utilizada hasta en tres fases distintas antes de ser abandonada entre 1950 y 1180 a.C.
En su artículo, publicado en la revista Antiquity, detalla que el recinto funerario está formado por una estructura casi rectangular, de 4,5 metros de largo por 1,45 metros de ancho, que fue excavada en la roca madre y delimitada, al este y al oeste, por una serie de losas medianas.
Amanecer
Si bien no han podido confirmar que el recinto estuviese cubierto, sí aseguran que el conjunto de losas de piedra fueron dispuesta de manera cuidadosa para que coincidieran con el amanecer del solsticio de verano. «Parecen haber sido colocadas con precisión para encallar la luz del sol naciente hacia la parte posterior de la cámara», sostiene.
Precisamente en esta zona, «una compleja disposición de piedras de tamaño mediano estrechamente unidas con barro parece haber actuado como una plataforma sobre la que colocar cuerpos y/o huesos», explica García Sanjuán. En total, se ha identificado 95 huesos y 40 dientes y, según los investigadores, el número mínimo estimado de individuos es de cinco: cuatro adultos y un niño. Un talo izquierdo con una longitud máxima de 55 mm sugiere la presencia de al menos un individuo masculino.
Según el estudio, la tumba sufrió una importante transformación alrededor del año 2500 a.C., y se le añadieron dos complejos nichos de piedra para enterrar —creen los investigadores— a un hombre y una mujer de alto estatus, aunque aún no han podido esclarecer si fueron enterrados simultáneamente.
El descubrimiento de este nuevo monumento megalítico «amplía considerablemente nuestra comprensión del sitio del Patrimonio Mundial de Antequera», asegura el experto, para el que la ubicación y el concepto arquitectónico de la tumba subrayan «el diálogo sutil pero sofisticado entre las formaciones naturales y los monumentos hechos por el hombre durante el Neolítico».
Además, junto con el cercano refugio de arte rupestre de Matacabras, la tumba enfatiza aún más la importancia de La Peña como foco de la actividad neolítica y su carácter como un «punto de referencia y una geoescultura».