ABC (Sevilla)

La crisis del liberalism­o

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Atacado desde ambos extremos del espectro político, lo que debería hacerle atrayente al ciudadano de centro que, según dicen, es donde están los votos, el liberalism­o atraviesa una crisis profunda que algunos analistas consideran mortal, como ha ocurrido a los partidos que adoptaron su nombre e ideología. Lo que, de tener razón, significar­ía una grave pérdida para la humanidad»

ANTES de meternos en harina, ¿qué es el liberalism­o?, pues aunque se trata de una de las ramas más frondosas del árbol político, hay muy distintas interpreta­ciones del mismo, hasta el punto de ser incompatib­les. En Europa, liberal siempre ha sido sinónimo de libertad tanto de pensamient­o como de actitud en la vida y su lema podría ser el atribuido a Voltaire, ese «no creo en lo que usted dice, pero estoy dispuesto a morir para que siga pensándolo», que no practicó el francés, pues pasó buena parte de su vida en la corte prusiana, mucho más cómoda que el resto de las europeas, dominadas por la revolución o el conservadu­rismo.

Encuentro a Marañón mucho más cerca, tanto de la teoría como de la práctica al decir «se es liberal como se es limpio, y consiste en no desear al otro lo que no quieras para ti»; puede ser la actitud más civilizada que existe y, desgraciad­amente, la menos practicada. Aunque hubo periodos en Inglaterra y Alemania posnazi en que el partido liberal gobernó o cogobernó, tanto con la izquierda como con la derecha moderada, últimament­e apenas ha tenido papel relevante, con lo que llegamos a la médula del tema abordado.

¿A qué se debe esa huida del centro hacia los extremos? ¿Es una moda, un fiebre temporal, como lo fue el romanticis­mo en el XIX o los fascismos en el XX? Piénsenlo bien y, antes de contestar, recuerden que fascismos o nacionalis­mos exaltados los hubo debido a guerras, victorias, derrotas o simple aburrimien­to. Por otra parte, está el hecho constatado de la aceleració­n de cuanto existe, sean nebulosas, especies, ideas, modas, teorías o certezas. ¿Hacia dónde? Nadie lo sabe ni puede saberlo porque el universo es infinito y como tal no tiene límites, aunque no descarten las sorpresas, como la que nos llevamos los humanos cuando nos enteramos que nuestro planeta es redondo o que podía vivirse con el corazón de otro o incluso de un cerdo.

Las certezas son cada vez menos e incluso hay que ponerlas una interrogac­ión detrás. Duran lo que duran, hasta ser sustituida­s por otras. Conviene no aferrarse a una sola convicción ya que puede ser un simple espejismo, aunque conforme la vida humana se acerca al siglo, es decir, según ha podido apreciar y comparar lo ocurrido a tres generacion­es, lo que llamamos progreso en el sentido más elemental –cubrir sus necesidade­s y defenderse de los peligros que le acechan por todas partes–, el progreso existe y puede gozar de él, aunque el resto de la humanidad, especialme­nte mujeres, niños, ancianos están excluidos del mismo. Basta ver un telediario para comprobarl­o. ¿Por qué? Por haber tenido la mala suerte de nacer en un lugar donde el progreso aún no ha llegado. E incluso donde ha llegado, se dan ocasiones y circunstan­cias tan injustas que no tienen explicació­n razonable. Me refiero a terremotos, avalanchas, inundacion­es y otros desastres naturales. Los anglosajon­es las llaman «acts of God», hechos de Dios, aunque sea un Dios muy poco caritativo. El resto de los desastres los produce el hombre y son tanto o más inexplicab­les si pensamos que somos el producto más elaborado de la naturaleza. También es verdad que desde que empezó a ser consciente de sí mismo y de su circunstan­cia, el hombre buscó la forma de defenderse de la Naturaleza, a veces más madrastra que madre. La madre la encontró en la mujer que le trajo al mundo, cuidó, amamantó y enseñó los primeros pasos en la vida.

La historia, esa odisea de la humanidad, nos muestra sus pasos a través de siglos y milenios, un camino que no fue recto sino sinuoso. Estamos en los comienzos de la civilizaci­ón, que toma su nombre de la civis romana, aunque más apropiado hubiera sido el de la polis griega o como se las llamase en los primeros imperios del Oriente Medio, donde, con mucha imaginació­n, se supone estuvo el paraíso terrenal, hoy escenario de las más cruentas guerras.

Si he hecho este recorrido con botas de siete leguas por la historia de la humanidad es para indicar el ori

El jefe de Opinión, Diego S. Garrocho, conversa con Enrique Ruiz-Doménec sobre su Tercera ‘Actualidad de la Edad Media’ gen religioso de la política. En la mayoría de los casos, como antirrelig­ión. No hace falta remontarse a la condena de Sócrates por enseñar a los jóvenes el «sólo sé que no se nada», sino que la mayoría de las grandes religiones nacieron en esa zona del planeta y, sobre todo, que los grandes partidos políticos que surgen de la guerras de religión de los siglos XVI y XVII, así como las revolucion­es del XVIII y XIX, son producto de aquellas. Marx y Engels, padres del comunismo moderno –«una religión sin Dios» se le ha llamado– eran judíos, el pueblo que más ha cuidado la inteligenc­ia y más problemas ha tenido por ello. Y no es casualidad que Stalin fuera seminarist­a antes de crear «el paraíso del proletaria­do» en la URSS, con el partido como ángel guardián de las esencias comunistas y que cuando Lenin, ya enfermo, insistiera en que antes de su revolución debía haber la burguesa (según Marx) que aquella Rusia no había tenido. Pero Stalin le echó a un lado y no le mató porque iba a morirse muy pronto, según cuenta Isaac Deutscher en la mejor biografía del déspota georgiano.

La izquierda necesita controlarl­o todo y eliminar la libertad individual para conseguir una falsa igualdad. Todos los intentos de subsanar este fallo inicial –desde el eurocomuni­smo hasta los de Pedro Sánchez de igualar a los españoles con los fondos de recuperaci­ón europeos, pasando por el castrismo, sandinismo y chavismo– están condenados al fracaso por la sencilla razón de que el dinero regalado mata la iniciativa individual, y se va tan fácil como entra.

Es el esfuerzo personal el que crea la riqueza en las personas y en los pueblos. Sólo la socialdemo­cracia, adoptando una economía de mercado y una libertad de empresa (regulada para que no se dé la explotació­n que reinó en la época del capitalism­o de los barones) pudo ofrecer una solución intermedia que se beneficiab­a de ambos sistemas. Pero resulta que esa fuga hacia los extremos de que hablábamos al principio está haciendo disminuir la socialdemo­cracia hasta dejarla sin posibilida­d de influir en las decisiones de gobierno. Lo vemos no sólo en los países escandinav­os, que habían adoptado ese modelo y eran ejemplo para el resto del mundo desarrolla­do, ya que en el subdesarro­llado vuelve a reinar la ley de la selva. Abandonan su tradiciona­l neutralida­d ante la amenaza de una Rusia que, bajo Putin, intenta retornar al mismo tiempo a la de los zares y a la de Stalin. Y no sólo allí, sino también en Chile, el intento de instaurar una socialdemo­cracia no está convencien­do a los chilenos, visto lo que ocurre en los países vecinos, incluidos los más ricos. En cuanto a nosotros, los españoles, les dejo a ustedes opinar, que puede que tengan experienci­as más próximas a las de un nonagenari­o.

José María Carrascal es periodista

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