ABC (Sevilla)

Amor tóxico

- J. FÉLIX MACHUCA

PÁSALO

El SFC nos mata. Sabedlo. De placer o de dolor

PALANGANAS, hermanos en la plata de los paragüeros, estirpe indesmayab­le de Nervión, os confesaré algo muy íntimo, pero que muchos de vosotros también sufriréis. Me di cuenta de que la pasión roja y blanca que ondea en la avenida de Eduardo Dato es sumamente tóxica, tanto como para poner en alerta tus defensas y entender que algunas de las decepcione­s sufridas por lo que vibra tras ese escudo y con esa bandera, no es menos letal que un amor esquivo, que una puñalada en el corazón de los sentimient­os. El Sevilla nos mata. Sabedlo. De placer o de dolor. Y es como aquella muchachita que se llevó las llaves de tu libertad para hacer con ella lo que sus antojos le inspirasen. Un día te tenía hasta las trancas. El otro, buscabas tierra para escarbar un hueco por donde recobrar la cordura. Cautivo y desarmado. Como algunos tristes ejércitos de nuestro pasado más incivil. Así comprendis­te qué era amar a este club que, tras brindarnos la peor campaña de su ciclo más envidiable, nos hizo pasar del infierno al cielo, de la depresión a los cochecitos locos de la Feria. De Cádiz a ¿Budapest?... Mata. Este Sevilla nos mata suavemente con su canción. O con su estrépito. No es recomendab­le para las coronarias. Pero sin él, el corazón no nos funciona. No es recomendab­le para la estabilida­d emocional, pero sin sus arreones no somos capaces de soportar una vida tan aburrida como la que marca la cordura. Locos, yonquis y gitanos, malajes por condición, luchadores por hierro de encaste puro, prisionero­s de nuestra identidad, libres para solo obedecer los principios que nos definen. Todo lo que amas con tanto desprendim­iento algún día te helará el corazón. Pero hasta que ese día llegue, vivirás caliente como el sol que incendia a Venus o como el rojo de los tifos que pinta Gol Norte marcando nuestro portulano europeo. Hoy es un buen día para que el rojo de nuestras amapolas de mayo cubra las tribunas del coliseo, en una epidemia explosiva de pasión, nerviosera­s y goce extenuante. Hoy es un buen día para decir que estuviste allí. Hoy es una magnífica jornada para abrazarte al que no conoces pero que llora de alegría a tu lado y respira con la dificultad de un pecho secuestrad­o en un barranco de emociones. Y hemos llegado hasta donde hemos llegado para no volver sobre los escudos, como los espartanos que morían con valor en sus batallas. Hemos llegado hasta donde hemos llegado porque nuestro escudo nos lo demanda y porque cerca de cuarenta mil incansable­s corazones rojos latirán como los de un caballo pura sangre en una carrera contra el viento, para ganarle a la tempestad de los pronóstico­s y al huracán de lo previsible. Hoy es un magnífico día para apostarlo todo al rojo.

Don Mendi, ese milagro que ya se estudia en el Vaticano, tiene a todo dios en lo alto de la moto, como si fueran acróbatas temerarios. No hay uno que no se lo crea. No hay uno al que le suden las manos. No hay uno dispuesto a morir en la orilla. No hay nadie en esa plantilla que conozca el significad­o de la palabra desertar. Morirán o vivirán con nosotros y nosotros sabremos que nuestro mejor ángel de la guarda es un loco que nos quiere llevar a Budapest… tras haber tratado como caballeros a la vecchia signora.

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