Vodafone se precipita mientras Bruselas perfila a su ritmo un futuro más ‘justo’ para el sector teleco
El sector de las telecos en el mundo no pasa por su mejor momento. Y lo que está ocurriendo con Vodafone es solo el síntoma de una enfermedad que Europa parece no querer ver. El caso es que el problema de la gran teleco británica es la punta del iceberg del mercado global: las normas que rigen a las compañías del sector ya no sirven para el mundo digital y las ‘big tech’ se las comen por las patas. De hecho, Europa mira para otro lado y los gigantes asiáticos y americanos hacen el agosto. Mientras, Vodafone necesita escala y un sector hiperregulado hace imposible su desarrollo, muy especialmente en España, donde al galimatías europeo se suma el exceso de celo de la Comisión Nacional de Competencia, que mira el sector bajo el prisma del siglo pasado.
Para colmo de males, hace unos días, Twitter –ya bajo la batuta del multimillonario Elon Musk– anunciaba que van a incluir en la red social un ‘interface’ para realizar videollamadas. Otra teleco asimilada en ciernes. Y lo mejor es que las viejas del sector son las únicas que pagan el desarrollo y mantenimiento de las redes, de las autopistas por las que circulan y colapsan los nuevos actores que cuestionan el modelo de su negocio.
Precisamente mañana expira el plazo para la consulta que la Comisión Europea ha abierto para definir el futuro del sector teleco. A partir de ahora, Bruselas ha de establecer las reglas de juego de un sector hiperestratégico para el que hay alguna solución sobre la mesa: el ‘fair share’ (contribución justa), pero que requiere la audacia de las autoridades comunitarias para que no duerma el sueño de los justos. El proyecto pasaría por obligar a las grandes generadoras de contenidos a contribuir a la financiación de las redes si su volumen de datos acapara más del 5% total. Una propuesta de las propias telecos, ya que llevan años insistiendo en que grupos como Alphabet (matriz de Google), Meta (matriz de Facebook), Netflix, Apple, Amazon y Microsoft suponen en su conjunto más de la mitad del tráfico en las redes, un grave riesgo para los objetivos de conectividad en Europa.
Y la dolencia de Vodafone, que no es menor y que se va a cobrar el empleo de otras 11.000 personas de inmediato, el 12% de su plantilla en el mundo, es la señal de que la situación es dramática. La gran operadora pasará por una venta de su red fija –enormemente compleja– o una desinversión de la subsidiaria en España. Si bien el asunto viene de lejos. De hecho, los ecos de venta resuenan desde 2019. Entonces, los ingresos del grupo rozaban los 4.700 millones de euros. Hoy, su año fiscal a cierre de marzo, han bajado por primera vez de la barrera de los 4.000 millones. Una pérdida de negocio en cualquier caso que se repite en las tres grandes operadoras, pero que en el caso de la británica el daño ha sido enorme. Por ello, quien fuera la mano derecha de Nick Read, antiguo CEO global, hoy consejera delegada del grupo, Margherita Della Valle, en su primera gran decisión como primera ejecutiva en España fue tirar de manual, coger el marrón y presentarlo en el mercado a bocajarro, para que las responsabilidades derivadas carguen contra el anterior equipo de gestión y poner su contador a cero.
Della Valle dio rápido la orden de sondear interés en el mercado para contar con una valoración aproximativa del negocio, lo que puso ojo avizor a los fondos buitre, algo que hizo público en la presentación de resultados de marzo, el broche definitivo a una tormenta que se alarga ya cinco años, en la que ha habido dos procedimientos de despidos colectivos con un resultado que puede empeorar aún más.
De momento van más de 1.400 salidas, una negociación frustrada de venta o fusión con MásMóvil y una seria dificultad para hacer frente al ‘low cost’ sin un arma como es el fútbol para compensar la deriva del mercado. De hecho, el gran quid de la cuestión es que Vodafone se ha quedado sin espacio: en el tramo ‘premium’ está Telefónica y en el ‘low cost’ está Digi. Además, clave de su no retorno es que se le escapó el tren de fusionarse con MásMóvil y ahora está en terreno de nadie. Susto o muerte pues. Urge que tanto el Gobierno europeo como el español acusen recibo, se pongan manos a la obra y den señales de que han captado el mensaje.