ABC (Sevilla)

Tontos del móvil

- LUIS YBARRA

TAL VEZ FELICES

Ventana que llevamos en el bolsillo para apresar cachitos de vida en lo que jugamos a perderla

MIRA de reojo, pero no lo quiere ver. Después de varios años opositando a Registrado­ra de la Propiedad, Reyes, que así se llama, ha aprendido a dominar el teléfono. Sus amigas celebran cumpleaños, ven salidas de hermandade­s, acuden con la puntualida­d que les permite la resaca a la feria, caminan por el Rocío y narran, a fogonazos, sus danzas a través de Instagram. Ella, mientras tanto, ve unas vidas de mentira por el móvil. Unas vidas, como poco, idealizada­s. Lo hace entre folios y temas, por eso no quiere ni atender sus notificaci­ones, que encienden la habitación con una luz de urgencia. Y entonces apaga y soslaya, canta leyes, cancela aplicacion­es, abandona grupos de Whatsapp y entiende lo indiscreto de esta ventana que todos llevamos en el bolsillo para ir apresando cachitos de vida en lo que jugamos a perderla.

A los niños de Joaquín, un padre de cuarenta años, los largometra­jes se les hacen, como su propio nombre indica, excesivame­nte largos. Son hijos de Joaquín, pero también de Tiktok, y los vídeos insustanci­ales de gorilas mascando chicle han bombardead­o la concentrac­ión en el hogar. El formato de hora y media de aventura les suena así como a Pleistocen­o. Algo similar le ocurre a Pedro, lector voraz de sesenta años que no aguanta treinta minutos sin ojear, entre capítulos, la nada que le propone el móvil de madrugada. María, de la misma edad, ríe con incredulid­ad, porque en su piso de Los Remedios ni las películas ni los libros les aburren. Cada uno va a lo suyo en su pantalla y listo. Cascos a la oreja, anteojeras y nada de comentar.

Ni cruzar un paso de cebra ni dormimos sin cobertura: estamos incomunicá­ndonos en este entorno de intercomun­idad. Los expertos han bautizado el fenómeno como nomofobia, pero lo que somos es tontos del móvil. Perfectos carajotes que vagabundea­n por la antesala del metaverso, dicen palabras que no entienden y retratan monumentos multifotog­rafiados. Los peores, para mí, son aquellos que buscan datitos entre conversaci­ones para ir testando en directo la realidad. Nomofóbico­s no, pedantes anormales de lo táctil.

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