Tontos del móvil
TAL VEZ FELICES
Ventana que llevamos en el bolsillo para apresar cachitos de vida en lo que jugamos a perderla
MIRA de reojo, pero no lo quiere ver. Después de varios años opositando a Registradora de la Propiedad, Reyes, que así se llama, ha aprendido a dominar el teléfono. Sus amigas celebran cumpleaños, ven salidas de hermandades, acuden con la puntualidad que les permite la resaca a la feria, caminan por el Rocío y narran, a fogonazos, sus danzas a través de Instagram. Ella, mientras tanto, ve unas vidas de mentira por el móvil. Unas vidas, como poco, idealizadas. Lo hace entre folios y temas, por eso no quiere ni atender sus notificaciones, que encienden la habitación con una luz de urgencia. Y entonces apaga y soslaya, canta leyes, cancela aplicaciones, abandona grupos de Whatsapp y entiende lo indiscreto de esta ventana que todos llevamos en el bolsillo para ir apresando cachitos de vida en lo que jugamos a perderla.
A los niños de Joaquín, un padre de cuarenta años, los largometrajes se les hacen, como su propio nombre indica, excesivamente largos. Son hijos de Joaquín, pero también de Tiktok, y los vídeos insustanciales de gorilas mascando chicle han bombardeado la concentración en el hogar. El formato de hora y media de aventura les suena así como a Pleistoceno. Algo similar le ocurre a Pedro, lector voraz de sesenta años que no aguanta treinta minutos sin ojear, entre capítulos, la nada que le propone el móvil de madrugada. María, de la misma edad, ríe con incredulidad, porque en su piso de Los Remedios ni las películas ni los libros les aburren. Cada uno va a lo suyo en su pantalla y listo. Cascos a la oreja, anteojeras y nada de comentar.
Ni cruzar un paso de cebra ni dormimos sin cobertura: estamos incomunicándonos en este entorno de intercomunidad. Los expertos han bautizado el fenómeno como nomofobia, pero lo que somos es tontos del móvil. Perfectos carajotes que vagabundean por la antesala del metaverso, dicen palabras que no entienden y retratan monumentos multifotografiados. Los peores, para mí, son aquellos que buscan datitos entre conversaciones para ir testando en directo la realidad. Nomofóbicos no, pedantes anormales de lo táctil.