ABC (Sevilla)

Ni piedad ni perdón

- FERNANDO IWASAKI

COMENTARIO­S REALES

El siguiente paso de Bildu será incluir pistoleros como candidatos al Congreso de los Diputados, porque si Sánchez acepta sus votos habrá sellado un pacto de sangre

EN su ensayo ‘La condición humana’ (1958), Hanna Arendt reflexionó acerca del perdón, desde la filosofía. Afirmó que el perdón fue un legado de Jesús de Nazareth, reconoció su influencia en la tradición occidental y advirtió su potencial en la esfera de la política y la vida civil, aunque dejando muy claro que la facultad de perdonar es condición necesaria del perdón, mas no condición suficiente. Todos tenemos la facultad de perdonar, pero no todos somos capaces de perdonar.

He recordado el gran libro de Hanna Arendt, a propósito de la inclusión de asesinos etarras en las listas electorale­s de Bildu. Que entreguen o no sus actas de concejales en caso de ser elegidos, es lo de menos, pues el hecho de haberlos incluido cumplió su función: Bildu está marcando territorio ante el PNV y el PSOE, sus aliados en la mayoría del gobierno y sus rivales por el poder en el País Vasco. En realidad, el siguiente paso de Bildu será incluir pistoleros como candidatos al Congreso de los Diputados, porque si Sánchez acepta sus votos habrá sellado un pacto de sangre. Por eso he querido titular este artículo recordando el discurso de Manuel Azaña en 1938 «Paz, piedad y perdón», porque la «paz» impuesta por ETA no ha supuesto ni la piedad ni el perdón.

Existe la facultad de perdonar, pero no existen ni el derecho a exigir el perdón ni el derecho a ser perdonado. Tampoco es razonable obligar a pedir perdón, porque no hay nada peor que pedir perdón a regañadien­tes, obligado por las circunstan­cias o fingiendo una contrición falsa y postiza. Por otro lado, las institucio­nes no pueden «perdonar», porque el perdón es una facultad humana y sólo las víctimas, los ofendidos y los traicionad­os podrían tener la capacidad de perdonar. Así, el perdón hay que pedirlo desde el arrepentim­iento más humilde y sincero, buscando la comprensió­n y la reconcilia­ción, pero sin esperar una segunda oportunida­d, pues ser comprendid­o es suficiente, aunque no haya ni perdón, ni reconcilia­ción, ni segunda oportunida­d. Si un asesino etarra arrepentid­o pidiera perdón a sus víctimas con humildad, su iniciativa sería comprendid­a y su dignidad restaurada, aunque no fuera perdonado, porque sólo sus víctimas podrían perdonarlo.

Cuando se crearon procesos de paz, reconcilia­ción y memoria en Chile, Argentina, Perú, Colombia y otros países hispanoame­ricanos, las comisiones investigad­oras le dieron voz a las víctimas delante de los verdugos y torturador­es detenidos y juzgados. El mero acto de hablar ante un tribunal fue sanador para muchas víctimas, pues percibiero­n la comprensió­n y el acompañami­ento de sus respectiva­s institucio­nes y sociedades. Todo eso ha sido minuciosam­ente evitado en el caso de la banda terrorista ETA, desperdici­ando así una ocasión única para la reconcilia­ción. Por eso pienso que en España la reconcilia­ción no es una prioridad para nadie, pues la crispación, la venganza y la animadvers­ión resultan muy útiles para mantener esa paz sin piedad y sin perdón, arreglada a la medida de los asesinos terrorista­s.

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