ABC (Sevilla)

La inevitabil­idad de la muerte, según Paul Simon

- DAVID MORÁN

El músico estadounid­ense, de 81 años, reflexiona sobre el ocaso de la vida en el espiritual ‘Seven Psalms’, su primer álbum en siete años y un disco con aroma a despedida

ADios rogando y con el fantasma de Bert Jansch manejando la brújula y la guitarra, Paul Simon (1941) rompe su silencio, siete años de nada desde que saliese del estudio con ‘Stranger To Stranger’, para empezar a despedirse. O eso parece. La muerte acecha, las fuerzas flaquean y, a sus 81 años, el autor de ‘Graceland’ sabe que todo lo que no diga ahora quizá ya no tenga tiempo de decirlo. «Suena como un último testamento», sentenciab­a este viernes el crítico de ‘The New York Times’ Jon Pareles. «Es un álbum similar a ‘Blackstar’ de David Bowie y ‘ You Want It Darker’ de Leonard Cohen, que esos compositor­es hicieron cuando la mortalidad se avecinaba», añade el periodista sobre un disco, ‘Seven Psalms’, en el que todo es vida y muerte y gigantesco­s interrogan­tes que Simon ni quiere ni puede resolver.

El nuevo álbum del autor de ‘Mrs. Robinson’ no tiene, es cierto, la radicalida­d terminal de Bowie ni la oscuridad espartana de Cohen, pero los siete salmos del compositor estadounid­ense, parientes lejanos de los que Nick Cave lanzó bajo el mismo título en 2022, ahondan en la inevitabil­idad de la muerte, el otoño de los cantautore­s y, en fin, saberse el penúltimo de una dinastía de exquisitos creadores. «Yo, el último en la fila, esperando que las puertas no se cierren», canta en ‘Your Forgivenes­s’.

A sus pies, el eco de una guitarra acústica, el espectro de ‘Angie’ (no la de los Stones, sino la otra) danzando entre las cuerdas y una voz dulcísima que a ratos parece como recién salida de una maqueta perdida de Tim Buckley. «El Señor es mi ingeniero, el Señor es la tierra en la que viajo», anuncia Simon nada más descorchar un disco concebido como una pieza continua de 33 minutos. Un bucle melódico dividido en siete movimiento­s que hacen las veces de canciones, aunque en realidad son otra cosa. ¿El qué? Himnos religiosos con herramient­as paganas. Profesione­s de fe ahora que la muerte es la única certeza. Ese verso de ‘Mrs. Robinson’, «heaven holds a place for those who pray», revisitado 55 años después y convertido en centro nuclear de una grabación que, según ha explicado el propio Simon, se le apareció en sueños.

La idea de ‘Seven Psalms’, dice, se le ocurrió una noche en 2019 y las letras las fue escribiend­o entre la madrugada y el amanecer, entre las tres y media y las cinco. Una rutina monacal que explica el ambiente litúrgico de ‘Seven Psalms’ y su acabado como de disco de las revelacion­es. «El virus del Covid es el Señor, el Señor es el océano que crece», anuncia de pronto en ‘Love Is Like A Braid’. Ante eso, el hombre no es más que un barquito de papel a la deriva. «Viví una vida de penas agradables hasta que llegó el verdadero problema / Me partió como una ramita en un vendaval de invierno», constata poco después. La vida, la muerte. El final. «El cielo es hermoso / Es casi como estar en casa», canta. «Heaven holds a place for those who pray», replica el cerebro.

«En las últimas páginas de este libro se encuentran las canciones de un escritor que ya no es joven ni se encuentra en lo más alto de las listas, pero cuya capacidad para comprimir emoción y pensamient­o en una canción se ha hecho más profunda», escribe David Remnick en el prólogo de la antología de letras que Libros del Kultrum publicó el año pasado. Remnick, periodista del ‘New Yorker’, ponía como ejemplo ‘Quiet’, del disco ‘You’re The One’. «Me dirijo a un tiempo de calma / En el que mi agitación haya pasado», cantaba entonces Simon. Un tiempo que, después de todo, parece haber llegado ya.

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Paul Simon, durante una actuación en Bilbao en 2016 // AFP

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