ABC (Sevilla)

Agua dulce

- ANTONIO BURGOS

JM NIETO

EL RECUADRO

Si a la que se podía beber le decían «agua dulce», más dulce será si vienen las lluvias pronto

NO hay nada que me guste más que los lectores me llamen la atención. Y si me leen la cartilla en una Carta al Director, mejor. ¿Saben por qué? Porque es señal de que te siguen, te leen, y además con atención, para poder darse cuenta de que me he equivocado, que «el mejor escribano echa un borrón», o que he metido la pata en algo. Y tras mi artículo sobre el agua filtrada del Guadalquiv­ir que se ha comentado como una posibilida­d de solución por si nos falla el suministro de los pantanos que abastecen a Sevilla, han sido varios los lectores que me han escrito con correccion­es fraternas, que agradezco, como digo, en el alma.

Hablaba, si lo recuerdan, de que hasta la creación de Emasesa y el rescate del agua de los ingleses por parte del Ayuntamien­to, en las viviendas de Sevilla había dos grifos. Uno, con el agua filtrada del río, que no se podía beber. Y otro con el agua de los ingleses, de la compañía «Seville Water Works» (SWW), que sí era potable, y se utilizaba para guisar en la cocina.

Pues bien: me olvidé citar, y ahí me corrigen los lectores, que aparte de «la de los ingleses», a la potable que llegaba a las viviendas de Sevilla, para distinguir­la de la filtrada del río se le llamaba «agua dulce». ¡Preciosa expresión! Casi poética. Y más todavía escuchada desde la sequía que padecemos. La «pertinaz» por antonomasi­a, sin nombrar siquiera la palabra «sequía», que se decía en el NoDo en tiempos de la dictadura de Franco, cuando se construían pantanos, y no como ahora, que están volando muchas pequeñas presas de los embalses, que represan las reservas de los ríos.

Hablan los químicos de las excelencia­s del agua dulce, de la que afirman que tiene una baja concentrac­ión de sales disueltas y un bajo total de sólidos. Como anuncios del agua mineral, vamos. Los que aguardamos la lluvia y que el cambio climático dichoso sea hacia el agua, pero el agua suavita y continuada, persistent­e, sin trombas, tenaz, la que cala los campos y no arrasa los cultivos, esperamos como pocos el agua dulce. Si a la que se podía beber les decían en Sevilla antes de Emasesa esa expresión tan bella de «agua dulce», más dulce será el agua potable si vienen las lluvias pronto. Agua dulce suena, como digo, a poema. ¿A Góngora quizá? ¿O lo hemos leído en Juan Ramón, hablando de un pozo en su natal Moguer? A mí lo del agua dulce me suena también a copla de seises, a trigo y uva sacramenta­les mojados por el agua dulce como la miel de una letra de Muñoz y Pabón con música del maestro Torres.

Y hay dos pueblos andaluces que tienen, además, la suerte de llamarse así, Aguadulce. El uno está en Almería, y es una pedanía de Roquetas, a la orilla del mar, y toma el nombre de una antigua fuente que se llamaba así, «Agua Dulce». El otro Aguadulce lo tenemos en la provincia de Sevilla, un pueblo que linda con Osuna, de cuyo término municipal lo separa el Río Blanco. Río que me imagino que llevará por dos veces la hermosura del agua dulce que tanto esperamos con la lluvia.

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